Un día. Un maldito día bastó para que todo se fuera al caño. Todo lo que ambos sentían el uno por el otro, mandados al desagüe con relativa rapidez, en aquella noche que subió a la furgoneta y se marchó del departamento a toda velocidad, dejando atrás a la triceratops que alguna vez llamó amiga y, después, novia. Tras un rato de manejar, finalmente se dignó a frenar su coche para ver hasta dónde había llegado, percatándose de que se encontraba cerca de salir de la ciudad; aquello lo sorprendió: ¿tanto se había enojado con ella que fue capaz de llegar a ese punto? ¿Sólo porque le insistía con el tema del carfe? Debía procesar bastante esa decisión, era algo demasiado inusual de su parte, más considerando que hasta hace poco les iba muy bien. Apoyando sus brazos en el volante, acostó su cabeza en esas extremidades, respiró hondo y soltó un suspiro de cansancio mientras seguía en ese asunto que parecía imposible de abandonar. Todo iba muy bien en la relación, aún con las bajas que tenían. Sí, había ciertas señales de que no duraría por mucho tiempo, pero aun así era rescatable y posible de mantener a flote porque... de verdad la quería. Ya fuera como amiga o incluso como pareja, se había prometido a sí mismo que no la dejaría bajo ninguna circunstancia, que sería su apoyo en las buenas y en las malas, que la cuidaría y protegería… al final, se quedó en promesas rotas y palabras vacías. Jamás pensó que podría hacerle algo así, pero mírenlo, lejos de lo que hace poco llamaba hogar. Lejos de ella. Por un momento sacó su celular, queriendo marcarle para hacerle entender que no estaba enojado con ella, para darle la razón sobre su problema y discutirlo para llegar a un acuerdo, para al menos despedirse; al final no hizo nada de eso. Solo se le quedó mirando al aparato, con la app de contactos abierta, incapaz de tocar su número. Suspirando con pesar, bloqueó y guardó su teléfono, subió a su coche y, sin una idea realmente de qué hacer, condujo el resto del camino. Tal vez, por primera ocasión en su vida, dejar atrás todo le ayudaría a él… y tal vez a los demás también. Dentro de sí mismo, solo deseaba que Trish saliera adelante. –:–:– Mudarse a otro estado no fue la mejor experiencia que pudo vivir. Ni siquiera podía decir que la idea le encantaba en primer lugar, y dejar a su mejor amiga allá definitivamente le dolía más de lo que su familia pensaba; pero por desgracia, lo hecho ya estaba hecho, y no podía echarse atrás. Así que no le quedó de otra más que aceptarlo, resignarse al presente y, quizás, esperar a que se le presentase alguna oportunidad para reconectarse con su preciada amiga; dentro de ella, sin embargo y como se ha dicho, le pesaba mucho haberlo hecho, más de lo que creía. Sería un camino bastante largo. Todo eso lo había meditado mientras leía su novela favorita por quinta vez consecutiva en ese día, detrás del mostrador de la florería recíen instalada de su familia. Al ya no seguir estudiando, la pusieron como parte del personal de trabajo, algo que le animaba bastante en esos días y le ayudaba a sobrellevar la situación. Aun así, no le duraría mucho, y pronto su amor por las plantas ya no se vería tan reflejado con el paso del tiempo. Ahora su vida se había vuelto rutinaria, demasiado calmada y, para ella, casi sin color. De vez en cuando añoraba volver a Volcadera Bluffs, a esos días en los que sólo se preocupaba por estudiar, plantar flores hermosas y, más importante, pasar tiempo con Stella; definitivamente se sentía mal por dejar todo eso atrás. §–0^0–§ Así fueron los días de esos dos, cambiando con mucha lentitud paso a paso y a ritmo de caracol, hasta que pasó un año. En las calles se podía ver a Reed conduciendo una combi cargada de algunas herramientas en la parte trasera y una caja llena de otras más a la mano. Habiendo llegado a su destino bajó del vehículo, tocó la puerta y una anciana laquintasaura le abrió con gentileza. –Ya llegué madame, ¿cuál es el problema? –se presentó Reed con su mejor sonrisa posible, disimulando el poco de carfe que había consumido antes de llegar. –Oh Reed, siempre tan puntual. Pasa, pasa, está en la cocina. Si se preguntan por qué estaba haciendo eso, Reed desde hacía tiempo vivía de la reparación de electrodomésticos a domicilio, tras sacar los papeles correspondientes por supuesto. Las ganancias que recibía de ello le daban buen sustento, además de tener a varios clientes habituales cuyos modelos ya estuvieran fuera del mercado y por ende fuese imposible recibir una garantía, siendo el caso de aquella dino. Y como era costumbre, el raptor rosa ya estaba saliendo de nuevo tras una hora de labor, con una arepa a la mano por cortesía de la viejita del lugar. –Gracias por arreglar mi lavadora de nuevo, Reed. Que Dios le bendiga. –Igualmente. Y gracias por la arepa, está rica –le halagó mientras se dirigía a su combi. Y así acababa otra jornada laboral en ese día, siendo el tercer y último pedido del día. Como faltaba poco para el anochecer, decidió que lo mejor sería darse una vuelta por la ciudad de Westgrace, que convenientemente era cercana al estado en el que se hallaba Volcader Bluffs. Deteniéndose en la calle que estaba frente al parque de la misma, se dispuso a observar un poco los alrededores, sacando discretamente de una mochila que tenía al lado la boquilla de un conocido bong. Le hirvió, metió su hocico por la entrada del recipiente y procedió a darse un ligero viaje de placer como el que solía tener en sus días de escuelas, pasándola increíble en esos pocos minutos de paseos mentales placenteros; para su pena no había consumido mucho, y por lo mismo su regreso a la realidad no fue tardado. Dicho regreso arrastró consigo a sus neuronas recuerdos de tiempos anteriores a su actual presente, entre ellos uno que destacaba por siempre carcomerlo desde que se fue de Volcadera Bluffs: Trish. Irguiendo su cuerpo de golpe, sacó su celular de su bolsillo tras pocos minutos de haber salido de su habitual trance. Buscó entre los contactos hasta dar con el número en concreto que quería, presionando sobre este para ver la opción de marcar; casi lo hizo, pero algo le impidió llevarlo a cabo. Ese algo no era del todo entendido por su mente, pero tenía una idea de ello, algo que aún le costaba admitir. Perdiendo ese ímpetu que lo hizo sacar su aparato, devolvió el mismo a su lugar y pasó el resto del tiempo dentro de su van, admirando el atardecer y esperando que el efecto se le pasara para volver a casa sin problemas. Una vez cumplido ese cometido, procedió a conducir. De repente, su teléfono empezó a zumbar. No tuvo de otra más que contestar. –:–:– Leer su novela favorita siempre le había ayudado a despejarse un poco del día a día que vivía, a su vez que la distraía de los pensamientos de culpa y remordimiento que esporádicamente entraban a su mente. Mientras sus ojos estuvieran recorriendo esas líneas, todo estaba de maravilla, nada podía separarla de ello… o bueno, casi nada. No tomar agua estaba haciendo efecto en Rosa, y para su desgracia no tenía a su alcance algún vaso del líquido, así que no tuvo de otra más que salir de su guarida y obtener un poco de ello y hasta tal vez llevarse un poco de agua para tomarlo allá con tal de no volver a salir. En el camino se topó con su madre escribiendo rápidamente en la pantalla de su teléfono y se le notaba una pequeña sonrisa de satisfacción; Rosa sabía qué significaba ello, pero aún así se tomaría la molestia de confirmarlo ella misma. –¿A quién le escribes tanto, ma? –¡Mija! –el micro brinco que dio la anquilo mayor fue seguido de un suspiro de alivio y posterior a eso la reposición de su postura previa–. ¡No me andes espantando así, Rosa! A la próxima te daré una –le amenazó con un falso tono de enojo. –Ta bien, ta bien, perdón – soltó entre pequeñas risas –. Pero ya dime, ¿a quién le hablas tanto? –Oh pues, ¿te acuerdas que no está don Wolley? El que le sabe a esto de arreglar aparatos y así –Rosa asintió, recordando que ese viejo bronto había salido de vacaciones al menos por esa semana–. Pues le hablé de eso a la comadre, y ella dijo que conocía a una comadre que conoce a otro técnico por la zona. Ayer me mandó el número de ese joven y ya, por fin ese horno cochino tendrá arreglo –concluyó con un suspiro de alivio. –Eso es bueno, má. Y dime, ¿a qué hora viene? –Uy, dice que ya está en camino. Que anda en una combi de colores azul y verde, y que va a pitar cuando llegue. Estate al tiro Mija, que yo tengo que ayudar a tu apá con algo de la florería, ¿sí? –ni bien acabó de hablar, fue caminando a la habitación de ella y su marido, dejando a Rosa con la palabra en la boca. La latina soltó un bufido de leve frustración ante lo que le pidió su madre. Luego alzó los hombros y le restó importancia, total, podía seguir leyendo y escucharía el claxon y ahí pasaría a avisarle a su madre… Estaba subiendo de regreso, con botella a la mano, cuando el sonido del claxon justamente sonó. Sorprendida por la prontitud, se asomó por la ventana y vio que era efectivamente la dichosa combi de verde y azul. –¡Amá, ya llegó! –¡Ábrele la puerta, ahorita bajo! Apenas escuchó un par de golpes en la puerta, de inmediato se acercó para abrirla y decirle que esperara a su madre, que no tardaba. Pero no pudo decir nada antes de quedarse paralizada, y lo mismo curiosamente le pasó al sujeto de la combi, que además soltó su caja de herramientas sin querer y esta calló con fuerza al suelo, haciendo ruido ignorado por ambas partes. El raptor estaba tan consternado como ella. Parpadeó un par de veces antes de soltar palabra. –Rosa… Y la anquilo le imitó. –Reed… Segundos más de silencio… ... –¡¿Eres tú?! –ya era demasiada coincidencia un grito al unísono. [POST-NOTES] Heya! Si llegaste hasta acá, solo me queda agradecerte por haberlo hecho. Es un motivante suficiente para seguir con la obra; y como ya notaron, está inspirado en el fic de Soradobi. Después de acabar su publicación en español, lo subiré por acá en inglés. Sin más, nos vemos a la próxima.