[NOTES] Hice un cambio de planes de última hora. le robé a AxtasITK la idea de "Dinofornia". Gracias por ello. No sabía hasta el 23 de septiembre que vivían en California. [/NOTES] Desde el accidente con Naser nada volvió a ser igual. El pequeño Naser, convencido de mi broma, cayó acantilado abajo creyendo que podía volar. Si lo pienso ahora, quizás hasta puedo sacar una sonrisa socarrona por lo estúpido que era ese niño, pero no tardo ni dos segundos en recordar que fue mi culpa y una tenaza apreta mi cabeza con toda la fuerza de mi arrepentimiento. Era muy joven, y busqué evadir mi realidad para no pensar en ello: hoy era una reina pirata, mañana seré bailarina. Pero todo se iba al carajo en cuanto volvía a ver a Naser con su ala rota. El ala que yo rompí. Trish me buscó una nueva identidad. Ya no sería Lucy, sería ¡FANG! Dure, peligrose, fríe. Fang mola, Fang puede con todo. Fang triunfará en la música. Lucy, se quedó atrás. Lucy fue quien se tiró por ese barranco, y no sobrevivió. Pero con ese pensamiento llegaron otros que simplemente estaban fuera de lugar. Se les conoce como “pensamientos intrusivos”, y parecía ser mínimamente normal en la gente… normal. Pero yo no era normal, yo no me sentía normal. Y esa ala rota me lo recordaba cada vez que llegaba a mi campo visual. ¿No había nada que pudiera hacer para dejar de sentirme tan miserable? El sentido de miseria se convirtió en rabia, y la rabia fue proyectada a Naser como una válvula de escape. Él debía odiarme pero, ¿por qué no lo hacía? Y la rabia hacia él, sin darme cuenta, se convirtió en desprecio tanto a él como a mi misme. Una noche, hace dos años, pensé en la manera de aliviar mi cabeza: la pistola de mi viejo era muy apetecible. Me colé en su despacho y miré el tambor localizando la única bala que me hacía falta en el cargador, la única bala que papá ponía por si habían ladrones. Manías de policía, supongo. Coloqué la boca del cañón en mi cabeza, preguntándome si Lucy terminaría muriendo de una vez. Pero… No pude. No pude apretar el gatillo la primera vez, y no lo pude apretar las siguientes veces que iba al despacho de mi padre. No lo pude apretar. Ni una sola vez. Me refugié en la música y en mis amigos, así que pensé ¿por qué no hacer ambos a la vez? Así nació VVRUM DRAMA, y se convirtió en otra ancla, una atada a mi cuello. Reed y Trish decidieron todo, desde qué instrumentos tocar a qué género, tirando punto por punto todo lo que quería hacer con mi carrera musical. ¿Tenía derecho a quejarme? Trish me había construído a imagen y semejanza de lo que ella consideraba que yo debía ser, debía estar… ¿agradecide? Simplemente me dejé llevar a pesar del horrendo sonido que hacíamos, a pesar de mis esfuerzos en arreglar como podía esas canciones para que sonaran bien. Pero yo no era tan habilidoso, ni siquiera eran buenas. Era un gran engrudo de bajos y sonidos saturados que aprendí a querer a fuerza de oírlo, pero que detestaba tanto como lo que había hecho Trish en el grupo como lo que no había hecho yo por dejarla. Me pregunto… si en algún momento sentí resentimiento hacia ellos. Tal vez, sí. Tal vez, en algún punto, llegué a odiarles. El sonido no funcionó la primera vez, no salimos de la primera canción. Nos tiraron de todo, y tuvimos que retirarnos ante los gritos del director Spears que nos hacía de guardia de seguridad. Fue patético, pero Trish insistía… En que sería mejor, y ese perro faldero de Reed solo asentía a lo que decía ella. Sí, llegué a odiarlos. Pero, eran mis amigos, y ellos habían estado conmigo desde siempre. Les debía eso de mí. Y llegó el simio, hace seis meses. —¿Qué tocas? —Con el tiempo suficiente, lo que quieras —un acento de mierda, pero entendible. Reconozco, que me hizo reír. Su voz suave y ligeramente aguda desentonaba enormemente ante las bolsas bajo los ojos, casi violetas, bien disimuladas bajo sus gafas. Estaba hecho mierda, y no parecía darse cuenta de lo mal que estaba. Ojos azules, hombros bajados, espalda encorvada. Fue como verme en el reflejo de un espejo de plata con piel blanca y cabello rubio. Y gruñí cuando nos acercamos en esa cafetería, viendo todo lo que odiaba de mi ser en ese esperpento de simio sin pelo. Me cabreó, no fue su culpa, pero esa cara de zombi, esos ojos muertos y ese pelo maltratado se me habían quedado guardados en la retina a pesar de ser solo un fugaz encontronazo de miradas. Le desprecié, tanto como me despreciaba porque él me recordaba a esa Lucy que aún veía sin mi maquillaje al despertarse, y que se negaba a morir. Y eso se trasladó a una discusión con mi padre, pero ya ni siquiera recuerdo el porqué. Nos sentaron juntos al día siguiente, y juro que quería levantarme e irme de esa clase. Pero callé mi voz interna y pensé que él no tenía la culpa de mi propio autodesprecio. Yo inicié esa conversación cuando vi esa enorme cicatriz recorriendo el grueso brazo derecho. Reed me había enseñado cosas pero, debo decir que me horroricé. —¿Cómo te lo hiciste? —señalé su brazo. —¿Las cicatrices o el tatuaje? —Ambas. Resopló. —Una discusión con un terizinosaurio hace unos años. —¿Perdiste? Frunció el ceño. —Empate. Genuinamente, quería tocar esas cicatrices. El tatuaje, me daba igual. Sí, era bonito. Pero, me preguntaba cuánto le debió doler realmente eso. Sentí mi mano deseosa de pasar los dedos por el tejido cicatrizal como una muchacha influenciable, pero me contuve. Lucy sentiría lástima, Fang siente… Fang no siente. Fang no se deja influenciar. Fang es cool. Y luego me enteré que machacó al pobre Raúl por un empujón a destiempo, según me contaron Trish y Reed se volvió loco sin un motivo real. —Su orgullo de skinnie fue herido —comentaba Trish—. Debe considerarnos inferiores y quiere demostrar su superioridad. Yo no aseguraría esas palabras tan firmemente. Reed, por su parte, no dijo nada salvo mencionar lo rápido que él era moviéndose. Creo que Reed tuvo un flechazo con ese humano. Esos dos, a veces pueden conmigo. Decido irme del auditorio y encender un cigarro con un mechero bic rosado de 1 dolar… a lo que rápidamente entró Naomi. —¿Qué coño quieres, perra? —salió de mi boca. Esa micromueca de odio desencajado… la delata. —Fumar no hará bien para tu salud, Fang —y se marchó. Spears llegó en dos segundos y me robó el cigarro y la caja de tabacos, comenzando a masticarlas como si fuera un chicle y escupiéndolas en uno de los váteres. —¡Estarás en embellecimiento de la escuela por dos semanas! Naomi… esa puta se chivó. No me quedó otra que ir con otros veinte castigados en el tercer día de clase, Spears nos vigilaba desde el complejo desde una de las ventanas. Nadie tenía la osadía de escaparse, porque iba a ser peor. Otra vez, ahí estaba él, pero parecía contento. —¿Por qué estás aquí? —¿Qué te importa? —escupí, pero algo tenían esos ojos apagados que no veía en los mios por mucho que me viera al espejo: un destello, una pequeña luz que me hizo dudar. La sonrisa de un cachorro maltratado, seguía siendo de un cachorro—. Spears me pilló fumando en el baño. Pronto me daría cuenta de que esas subidas y bajadas de ánimo serían comunes en él. Me di cuenta de que fingía estar bien, o tal vez se engañaba en decirse que estaba bien. Delante de Rosa, Stella o de mi misme, prácticamente parecía otro: estiraba la espalda y ponía los hombros en una posición natural y entre sonrisa y sonrisa era incluso agradable a la vista. Lamentablemente esos brazos y esos hombros anchos eran imposibles de ignorar, y no parecía tener ningún reparo en cargar dos, tres, cuatro bolsas de fertilizante, tierra o lo que fuera cuando a otros dinosaurios les hubiera tenido que traer la carretilla. Rosa disfrutaba eso más que yo, lo aseguro. Escuché que le dijo que no tenían carretilla, ¿por qué le mentiría? Pero él no se quejó. Puedo jurar que esa loca mexicana le mandó a hacer cosas que otros simplemente rechazarían de plano. Ella lo tenía en su boca, y él obedecía eficiente y callado. Pero, cuando estaba solo, cuando creía que nadie le veía, se encogía a la mitad de simio de lo que era. Era como ver a Clark Kent y Supersaur, al doctor Jekyll y al Señor Hyde. El doctor Jekyll volvió a hablarme por su propia cuenta, parecía que Rosa había arreglado el asunto para que él pudiera hablar conmigo y eso me hizo hervir la sangre por algún motivo. Se sentía como una encerrona. —Entonces … ¡Fang! —levanté la ceja. Aquí venía. —¿Qué? —¿Tú tocas? —¿El qué? —Música. —¿Quién te dijo? —Eso es lo de menos. Esto se estaba convirtiendo en una conversación de payasos. —Me preguntaba si… conocías algún lugar para poder, ya sabes. —¿Drogarte? —le pregunté con mi peor sonrisa burlona. —Tocar. —¿El qué? —Música —gruñó. Vale, suficiente de hacerle rabiar. Al menos ahora sabía que tenía más de dos caras. —¿Qué tal si construyes la oración entera, idiota? —intenté ayudarle, pero era irresistible meterse con él. Me mandó una mirada asesina, y vaya que las tenía buenas, pero eso solo me hizo sonreír aún más. —Que si sabes de algún lugar donde yo pueda tocar música tranquilo, sin que nadie me oiga. —¿Qué tocas? —Música. Vale, esa no me la esperaba. Aunque pensándolo, había sido muy obvio que me la devolviera de esa manera. —Mi banda y yo estamos utilizando el auditorio por las tardes. —¿Me estás diciendo que no, o que no pida el auditorio? De nuevo, no pude evitar molestarle un poco más. Se aburrió. Se llevó un cigarro a la boca y lo encendió con un mechero de la misma marca que el mio, en amarillo. Se me quedó mirando un tiempo, parecía inmerso en sus pensamientos. Era fácil de saber al ver esa mirada tan ausente. No quería hacer el resto del trabajo por mi cuenta, tocaba espabilarle como hacía Rosa con él. —Llevas mirándome un rato, freak. Coje las tijeras y vuelve al trabajo. —Vale, ya voy. Cuando cumplimos nuestro trabajo nos apoyamos en la caseta de las herramientas a disfrutar de un merecido descanso y ver a Rosa chillando y agitando los brazos como un helicóptero. —Tiene buenos pulmones. —Oh, sí. Encendí mi cigarro. —¿He dicho o hecho algo que te ofendiera? —No. —¿Entonces? —preguntó con calma —¿Qué te importa? —respondí, igual de calmade. Suspiró. —Sí, vale. Entiendo. Tu papel de chica mala. Creo que podrías bajar la guardia… —¿qué fue lo que dijo? Ah. Sí. Chica. Chica es Lucy, pero yo no soy Lucy. Yo soy Fang. Conocía ese sentimiento de rabia y no hice nada para detenerlo, porque Fang debía ser así. Y yo, era Fang—. ¿Qué pasa? Mis dientes chirriaban dentro de mi pico de todo lo que lo estaba apretando. Mis labios se volvieron finos, mostrándolos como un animal salvaje amenazando a otro. Me miró, como si supiera exactamente todos esos mecanismos que mi mente procesaba. —¿Qué pasa? ¿¡Cómo me dijiste!? —Chica mala. Es decir, el cuero y… Mis garras salieron de mis dedos y le apunté al pecho con una de ellas. No retrocedió. No se sintió amenazado. Pero lo dije. Debía dejar claro quién era. Mi torrente sanguíneo y mis músculos tensionados levantaron mis plumas y mis alas, instinto ancestral de hacerse más grande para intimidar. No funcionaba con él, me veía como un chiste, y eso me enfureció aún más. —Yo. Soy. No. Binarie. —Ouh. ¿¡OUH!? MALDITO SKINNIE, ¿OUH ES TODO LO QUE ME PUEDES DECIR? —¿¡Y bien!? —¿Cómo podía saberlo? No hemos hablado más de cinco minutos ¿Sabes siquiera cómo me llamo yo? —vale, él tenía razón aquí. Fang, aún puedes calmarte y procesar las cosas. Solo dile que no pasa nada, hablen un poco y pasa de él. —¡¡NO ME IMPORTA!! —grité a todo pulmón, incapaz de parar la bola que yo misme había creado. Nos detuvimos por un segundo. Ambos dijimos algo que ninguno de los dos quería decir, y eso era más que obvio. Esperé, rezando a lo poco que quedaba de mi creencia en Dios y en Jesús Raptor que él no fuera como yo y me siguiera. Apartó mi mano con una violencia que solo había experimentado de mi padre, y gritó con una capacidad muy cercana al director. —¿¡Y ENTONCES POR QUÉ DEBERÍA IMPORTARME QUÉ COÑO ERES TÚ!? Y lo supe. Él era como yo. Incapaz de detenerse cuando la mecha ya estaba encendida. —¡¡VETE A LA MIERDA!! —¡¡VETE TÚ A LA MIERDA!! —¡¡VETE TÚ A LA MIERDA, SOBRAS EN ESTE INSTITUTO!! —no debí decir eso. —¡¡TANTO COMO TÚ QUÉ NO SABES NI A QUÉ BAÑO IR!! —y él no debió decir eso. Esas palabras golpearon todo lo que yo era, algo tan simple como “no saber a qué baño ir” hizo tambalear todo lo que yo creía de mi misme. Estúpido, ¿verdad? Así que yo tenía que redoblar mis esfuerzos en hacerle sentir tan basura como él me estaba haciendo sentir. Sabía que Naser pasaba tiempo con él, llegó a hablar muy bien de él y se le escapó que tocaba el saxofón con habilidad. También se lamentaba de que no encontrara amigos, y ese retorcimiento de la realidad fue mi arma. —¡¡AL MENOS YO TENGO AMIGOS, NO COMO TÚ QUE MI HERMANO SE SIENTA CONTIGO POR LÁSTIMA!! Su labio tembló como había hecho el mío. Desesperación en sus ojos, y ese brillo de cachorro se esfumó. —¡¡SOLO TE PEDÍ UN LUGAR DONDE PODER TOCAR MI MÚSICA TRANQUILO!! —¡¡PUEDES IRTE A TOCAR AL INFIERNO!! —no íbamos a parar, ¿verdad? —¡¡YA ESTOY EN UNO, Y ESTÁ LLENO DE VÓMITO DE ARCOIRIS HASTA ARRIBA DE COCA. HACE CUARENTA GRADOS A LA SOMBRA Y LA ESTÚPIDA QUE NO RECONOCE NADA MÁS QUE SU OMBLIGO ESPERA QUE SEPA SUS PRONOMBRES SIN SIQUIERA ELLA RECONOCER MI PROPIA EXISTENCIA!! Él también peleaba por su identidad. A su manera, él también buscaba reconocimiento. Me quedé sin ganas de gritar, y él también. ¿Quién estaba más dolido o quién estaba más arrepentido? Yo inicié esto, debía disculparme. No, no era culpa suya que todo él me recordase a mí. No era culpa suya, así como no era culpa de Naser mi odio hacia él. Pero, tal vez podría arreglar las cosas aquí con éste tipo antes de que se fueran a mayores. Y ambos hablamos a la vez. —Lo siento yo… Hicimos una pausa. —Lo que quiero decir es… —de nuevo a la vez. —Perdóname —fue más rápido —Yo también lo siento. —¿Empezamos de cero? Me extendió su mano. ¿Qué habría hecho yo en su lugar? Me habría ido, le habría seguido odiando. Le habría puesto un mote de mierda. No quería otro arrepentimiento así en mi vida así que la estreché. —Damián Rios. Español. 17 años. Nacido en Junio. Humano. Hombre. —Yo… Fang. Americane. 17. Marzo. Pterodáctilo. No binarie. —Oh, ¿eres mayor que yo? —Eso parece… —Entonces… ¿amigos? —No estires tanto del chicle, skinnie. Y pidió instrucciones para hablar no binarie. Aún no logro comprender cómo mi corazón se puso tan alegre en escuchar aquello, pero volvía a tener ese rostro de cachorro de labrador. Esos ojillos azules muertos, con un pequeñito faro en un puerto de una isla perdida. Él quería tocar música, y yo quería tiempo para mí, así que le di dos días a la semana que antes me llegaron a mi cabeza: Martes y Jueves. Por supuesto a Trish no le hizo especial gracia, pero aún quedaba en mi lo suficiente para oponerme a ella y convencerla de que la banda necesitaba días de descanso: martes y jueves, eran los indicados. Te los estoy dando, simio blanco, aprovéchalos. Era nuevo para mi. Y cuanto más hablaba conmigo la aparición del señor Hyde era cada vez menor. ¡Tenía salvación! Podía salvarlo, él solo necesitaba un amigo. Agarrándome de ese pensamiento constante, yo le quería dar ese amigo. Compartimos gustos musicales, aunque él era bastante boomer llegamos a compartirnos cosas interesantes. Sin embargo, cometí un error al hablar de él en una de las reuniones de la banda. Trish odia a los hombres desde que su padre abandonó a su familia, no puedo culparla. —¡No confíes en él! —insistía. —Brooooo —a veces decía Reed, en su mayor subidón de carfentalino hasta la fecha. Debió discutir con sus padres. —Vamos, no es tan malo. Solo necesita amigos. —¡FANG! —Trish se quejaba constantemente—. ¿No somos lo único que necesitas? —a veces usaba mis propias palabras contra mí, y odiaba eso—. ¡El puede buscarse otros amigos! Trish sabía como convencerme. Mis dos semanas terminaron y dejé de ir al castigo, pero no paraba de ver al señor Hyde por los pasillos esquivando todo intento de ser tocado, aún de manera involuntaria, por otras personas, tratándose así mismo como un objeto radiactivo. No paraba de preguntarme si había hecho bien en hacerlo, y esa pregunta fue rápidamente contestada por Trish ese mismo recreo. —No creo que te moleste más —dijo con una sonrisa de autosuficiencia—. Le dije que estás feliz —no, no lo estoy ahora mismo, Trish—, y que no necesitas a nadie que te hiera —en eso estoy de acuerdo. —¿Qué has hecho? … —me llevé las manos a la cabeza. —¡De nada! —sonrió, como si mi reacción hubiera sido decirle gracias. A veces, esa triceratops podía estar verdaderamente ciega. —¿Le has visto con alguien? —¿Al skinnie? Nah, ahora se sienta solo a comer. Hasta esquiva a Naomi. En ese momento me di cuenta de que el señor Hyde no estaba listo para volver a ser el doctor Jekyll, ni de coñísima. La visión de Naser cayendo por el acantilado sacudió mi cabeza nuevamente. No podía dejar que eso pasara otra vez. Busqué a Rosa por todos lados en ese descanso, encontrándola en su territorio: el jardín. Saludé con la mano en cuanto ella me vio llegar. Stella estaba con ella. —¿Qué hay? —dije—. ¿Ese mono sin pelo sigue trabajando para ti? —¡Estoy intentando convencerlo para que se una! —¡Y le di una tirada! —intervino Stella. —¿Qué carta le salió? —pregunté con curiosidad, aunque para mi todo eso era una sarta de tonterías. —¡El mundo! Es la señal de un cierre. Cosechar lo sembrado y plantar nuevas metas. —Interesante —no, no lo era—. Rosa, ¿le queda mucho castigo? —Solo unos días más. Suspiré con pesadez. A veces había que hacer esfuerzos por los demás, supongo. Me rasqué el brazo. —¿Creen que pueda ir los últimos días que le quedan, para ayudarle? —¿¡Te gusta el humano!? —saltó Stella. Lo entendieron mal. —No —fue tan tajante que a ella se le bajó la ilusión. —Sabes que siempre agradecemos ayuda, Fang. Esperé. ¿A qué? A que él se moviera. Pensé que si le daba espacio él haría algún amigo. Pero no lo hizo, su capacidad social era tan pésima que muchas veces no respondía las preguntas de nadie por los pasillos, hacía gestos o simplemente gruñía. La conversación con Trish le había afectado más de lo que yo podía haber calculado. No podía dejarlo pasar mucho más. Fui. Intenté hablarle muchas veces, pero no encontraba palabras para hablarle a mi reflejo en su rostro de muerto. —Entonces, ¿no tienes amigos? —Pensé que sí, y luego su pariente plateado me dijo que solo estaba conmigo por lástima. Así que… No fue Trish lo que le hundió, fui yo. Esto era peor que un accidente con Naser: yo le había tirado del risco, y debajo no había nada más que piedras y olas embravecidas. Otra vez. —Lo dije por hacerte daño. Era una discusión —susurré, pero no pareció oír eso último. —Y yo también lo del baño, pero no puedes quitártelo de la cabeza ¿verdad? La verdad, es que a veces me torturaba con ello yo misme antes si quiera de que él llegara. No hacía falta que el despreciable del señor Hyde me lo recordara. —¿No estás siendo pasivo-agresivo? —Ya, disculpa. Solo es que aun le doy vueltas a lo de Trish está mañana. ¿Qué? —A veces construyes las frases de puta pena, ¿qué pasó con Trish? —Le dijiste de la pelea y fue a encararme. Mira, yo no quiero quitarte tu felicidad, ni meterme en líos, ni en más peleas. Así que, ¿por qué no simplemente me ignoras, y ya? El señor Hyde estaba ganando. —¿De verdad quieres eso? —Qué importa lo que quiero. Así que él quería hablar conmigo, pero todo a mi alrededor se lo impedía. La escena de tirarlo por el acantilado cambió en mi cabeza, no le había tirado, ahora estaba alcanzando su mano para ayudarle a subir. Podía hacerlo. Inmersa en mis pensamientos, me di cuenta de que se marchó a fumar, sentándose en uno de los bancos del jardín. Me levanté, no iba a dejar que soltara. Me acerqué a su espalda, pero ¿qué fue eso? Mi instinto animal me decía que NI SE ME OCURRIERA acercarme por su espalda. Un escalofrío recorrió entre mis alas. Apreté los dientes y cerré el hocico de mi instinto todo lo que pude. —"Creo que podrías bajar la guardia" —dije, recordando lo que él dijo una vez—. Yo lo hice, hazlo tú ahora- Por ahora te dejaré espacio. Te daré un tiempo, para que pienses si coger mi mano o no. Es mi última oferta, mono. Su respuesta llegó ayudando a Reed, y él me comunicó su opinión: no creía que Trish y él fueran compatibles. Comprensible. A veces también creo que Trish y yo no somos compatibles. Tal vez había que insistir un poco más. Lo encontré en el almuerzo, comiendo algo con una pinta bastante buena. Y me acerqué por su espalda ignorando, nuevamente, todas las advertencias de mi cuerpo que me gritaba la locura que estaba cometiendo. —Naser, ¿qué pasa ahí? ¿Vió el movimiento de mis alas? Wow. Esa vista periférica era casi como la de un herbívoro. Miré el mogollón de gente, algo que pasaba todos los años y que por ello yo había ignorando. —Buen ojo, pero hermano equivocado. Absolutamente nada, solo un cambio en el menú hasta Diciembre. —Oh, hola Fang. No se esperaba que yo fuera a saludarle, por lo visto. —Oh, hola Estúpido. ¿No pides nada de la cafetería? —Nah. Sigo prefiriendo lo que hago yo, vosotros tenéis el paladar como la suela de un zapato. Levanté la ceja. ¿Era especista? —¿Dinosaurios? —Americanos —nah, solo no estaba acostumbrado a la manera de comer de Dinofornia—. Así que déjame hacer una síntesis: ¿cada cambio de estación cambian el menú? ¿Allí no cocinaban alrededor de los productos en temporada? —Sep. ¿No lo viste en el folleto que entregan todos los años? —Lo usé para limpiarme el culo. —Qué anarquista —sonreí burlone. —Lo tengo en el piso donde vivo, tirado ¿Por qué no estás con el triceratops morado y el raptor drogadicto? —Están haciendo cola, ni de coña me acerco yo ahí. ¿Vienes? Coge mi mano, skinnie. Déjame hacer esto por ti. —¿Y que la loca de tu amiga me embista porque me equivoqué con tus pronombres? No, paso. Resoplé. —No lo llevabas tan mal la última vez. —Porque no tengo miedo a equivocarme. —Al menos lo intentas —tal vez si desvio la conversación por otro lado pueda convencerle—, mi padre siempre dice que debería ser más femenina y actuar como una mujer. A veces creo que mi viejo no me quiere. ¿Los tuyos lo hacen? Cometí un error. El doctor Jekyll se hundió tanto en sí mismo que el señor Hyde parecía aún más muerto que de costumbre. —No recuerdo las caras de mis padres. La última vez que los vi fue en el aeropuerto, tras cinco años de no verles. Mi abuela me ha criado ella sola. Por supuesto que tendría unos padres horribles, Fang. Me senté sonriendo ante lo patético de todo. —Wow. Y yo que me quería quejar de los míos, pero al menos sí están. ¿Los echas de menos? —No se puede echar de menos lo que no se tiene. El equivalente a pisarle en el suelo, Fang. Eres un genio. Le estaba soltando, se me estaba escurriendo por los dedos. —Entonces… —piensa rápido, Fang, piensa—. Cuéntame de tu abuela, ¿la echas de menos? —Muchísimo. Ella se compró un teléfono solo para hablar conmigo —Que envidia, a puesto a que te preparaba cosas deliciosas. —Sí, aunque los últimos dos años yo cocinaba para ella. Sí, ya me lo imaginaba. La vida del señor Hyde era terriblemente horrenda. —¿No se encontraba bien? No lo digas. No lo digas. —No. Aun así, ella insistió en que yo viniera. —Entonces, sin familia, viviendo solo… —Y sin amigos. —¿No hiciste ningún amigo? ¿Y Naser? —No hablo tanto con él. —Entonces, soy la única persona con la que hablas. —Así es. —¿Y estas bien con ello? —¿No debería? —Es que, no alcanzo a comprender… Yo tengo a esos dos, pero, tú… —¿Yo qué? —¿No te sientes solo? —¿No es eso una pregunta demasiado personal? —Tienes razón… —Debes irte. Trish me llamaba. Lo siento. No pude salvarte, Naser. No puedes ayudar a quién no quiere ser ayudado. —De acuerdo. Nos vamos viendo. Así se siente el rechazo. Dolía. Pero podía darme con una mano en el pecho y decir que lo había intentado, aunque la soledad de ese chico le aplastaba tanto como podía aplastarme a mi. La diferencia: aunque les odie a veces, yo tenía a mis amigos. —¿Ese skinnie te dijo algo? ¿Le mato? —No, solo… Tengo un mal día. —¿Quieres un poco? —me ofrecía carfe. Lo había probado, pero mi estado de vigilia agudizado no se llevaba bien con un calmante como ese. Me dió pesadillas, y tuve hasta visiones visuales y auditivas. Reed creyó firmemente que era una cuestión de dosis, pero yo no iba a ser su conejillo de indias. Trish intentó animarme a su puta torpe manera, y yo intenté poner de mi parte. Lo juro. Pero simplemente no podía ver al cachorrito abandonado. Darle la espalda… debía hacerlo. Por mi, por mi salud mental. —¿Puedo sentarme? La voz. La voz del doctor Jekyll. Me giré. Sonreí. Creo que nunca había sonreído de esa manera. Mi corazón se aceleró como una maldita locomotora. Ahí estaba. Saliendo de su propio cascarón, aferrándose al borde. Ese brillo de nuevo en sus apagados ojos. Esperanza. Me eché a un lado en la banca para darle espacio.