[NOTES] Aquí les traigo la droga xd. Me di algo de prisa con el capítulo 8, así que les traigo el 7 ya. La verdad, no saben como me anima ver que a la gente le gusta lo que escribo. Esos comentarios me hacen el día. [/NOTES] Era mi madre. Casi había olvidado su voz, e incluso dudaba que fuera ella… pero era ella. —Hijo —escuché de ella. La noticia. Un golpe seco en mi pecho que me dejó sin respirar. Mis rodillas no pudieron con mi peso y simplemente me dejaron arrodillado en el suelo ante las palabras de mi madre. —Tu abuela Eugenia, la madre de tu padre, ha muerto esta noche. Sentí todo mi cuerpo increíblemente pesado, solo manteniendo mi mano en alto a la altura de mi oreja por el shock. No respiraba. Y probablemente mi corazón dejó de latir en unos valiosos segundos. —Damian, ¿estás bien? —la voz de mi madre hizo que todo mi cuerpo se reiniciara, respirando nuevamente. Solo salió un hilo de voz no muy distinto a una cuerda de guitarra ahogada. —Lo estaré —fue lo único que pude decir. —Me da mucha pena que no puedas venir al entierro. —No pasa nada. Lo comprendo —oh. Sí. Ellos estaban ahí, preocupados. Hasta Trish me miraba confundida. Sonreí, pero eso solo empeoró sus caras. —Ella te quería mucho, no estés triste. —Vale, mamá. Debo… debo colgar. Y colgué cortándola a mitad de una frase que no me importaba, dejé caer mi brazo. Ellos preguntaban, pero en ese momento sentía un filtro entre mi Yo, mi mente y mi cuerpo. Una pantalla. Una interferencia. Algo. Reconocía sus caras, mi cuerpo decía que les conocía, pero mi mente se preguntaba quiénes eran esos dinosaurios a mi lado. Me llevé las manos a la cabeza, y comencé a rascarme. Rascarme. Rasca, rasca, rasca. Hasta que las manos azul gris de uno de ellos me detuvo y pude ver mis dedos con débiles hilos de sangre. Traté de ver su cara, pero simplemente mi cerebro se negaba a reconocer ese rostro distorsionado. Y vino lo peor. La respiración acelerada. Las espirales. Estaba solo. Otra vez. Mi mente creó un muro invisible entre yo y todo lo demás, y todo lo que no era yo era peligroso. Sentí una mano en mi hombro y me levanté de un salto, jadeando, sudando frío. Sabía que eran ellos, sabía que intentaban ayudarme, pero mi cuerpo estaba asustado y mi cerebro les había marcado como peligro. Si Fang, Trish y Reed supieran que veía formas distorsionadas de ellos más sacado de un manga japonés de terror o de horror cósmico… Probablemente no se hubieran acercado tanto ni yo hubiera gritado. —¡No me toquen! Hablaban, pero no escuchaba. Eran voces corruptas de una señal de radio muerta. Salté del escenario y salí corriendo, a toda velocidad. Tanto como mi cuerpo me podía dar. Reed nunca me pudo alcanzar en atletismo, y ahora estaba tan asustado que probablemente mi cuerpo rompiera el límite por ese instante. Dudo si quiera que Naser me hubiese podido atrapar en ese momento. Necesitaba un lugar conocido, un lugar que me recordara a casa. La playa. Llegué corriendo. No me paré. Y ni siquiera me detuve en la playa al instante de sentir la arena en mis deportivas sino ya bien recorrido la mitad de ella. Toda ola… se rompe. Y eso fue lo que me relajó: el sonido de las olas. Recuerdo quitarme los zapatos y los calcetines, subir las perneras de mis pantalones y meter los pies en el agua. Estaba fría. Pero podía sentir algo más que miedo y desesperación. Aunque simplemente fuera frío, al menos era algo. Retrocedí y me senté en la arena, tratando de organizar lo que había pasado en mi cabeza. Aceptando una nueva verdad: mi abuela ya no estaría nunca más. Ese subidón conocido de rabia fue la siguiente emoción que tuve, seguido de una oleada de tristeza que me impidió no hacer otra cosa que llorar y golpearme un par de veces la cabeza con mis propios puños. Cosa que no mejoró mi creciente migraña. Calma, de nuevo. Cerca había una tienda, así que me puse los zapatos y compré un paquete de botellas de cerveza, la mirada del vendedor estaba más muerta que la mía y le importó una mierda que fuera menor de edad. Volví a la playa, quité el tapón metálico con la mano y me la bebí de un trago. Vi el mar, hacia el fondo, pensando si podía nadar y simplemente perderme para siempre. Cuando Fang llegó, me había tomado tres de las doce, aunque el ritmo de los sorbos había bajado exponencialmente a solo una mojada de labios cada pocos minutos. Me tendió mi teléfono, lo guardé en mi bolsillo. —Te lo dejaste. ¿Estás bien, bobo? Le abrí una botella, sin responder a esa pregunta. No fue necesario. Lo que sí hice fue darle otra pregunta. —¿Cómo me encontraste? —Recordé que a veces hablabas de que vivías en una isla —reconoció. —¿Te lo dije? No lo recuerdo. —Una vez hablaste de las más de doscientas playas que tiene, incluidas las nudistas. Se sentó a mi lado y le dio un sorbo a la cerveza. —Definitivamente no lo recuerdo. —Eres un bobo. Trish y Reed llegaron unos minutos después. Según les vi llegar, y sentarse cerca, fui abriendo botellas y pasándoselas, quedando solo el arrullo del mar y algún trago fortuito. —Mi abuela murió anoche. Esas cuatro palabras provocó que los tres me abrazaran por unos instantes. Trish también, que se mostró extrañamente comprensiva. Al separarse se sentaron más cerca, haciendo un pequeño círculo deforme a mi alrededor. —Sé que es estar sola —comenzó a decir—. Mi madre está divorciada, sobrevivimos gracias a sus dos trabajos, pero no tiene tiempo para estar en casa —le tiró un sorbo largo—. Tengo que cuidar de dos niñas, un mocoso, y un proyecto de delincuente, que se hará cargo de ellos cuando yo ya no esté. —¿Tienes miedo? —le pregunté. —Estoy aterrada —se terminó la cerveza de un último trago—. Pásame otra. Y eso hice. —Carfentanilo —explicó Reed. —¿Es lo que te tomas en esa pipa de agua? —Así es, bro. Mis viejos tampoco pasan mucho por casa, asuntos de ricos supongo —Reed seguía con su habitual tono de voz, pero a veces se le entrecortaba. Esperaba que no se rompiera y llorase—. A mis viejos les da igual si fumo, bebo, me drogo o vendo. Una vez quemé la casa, bro, y simplemente nos mudamos a otra en lo que arreglaban la principal. —Por mi lado es completamente opuesto —reconoció Fang—. Mi padre es policía, y está constantemente atento sobre lo que hago y dejo de hacer. Naser, sé que intenta ayudar pero… La caga, todo el tiempo. Suspiré, di otro sorbo. —Me hice amigo de tres inadaptados sociales. —Los inadaptados nos debemos unir, bro. —Seh, no seas mamón, skinnie. Todos estamos igual de jodidos que tú. Sonreí. Esta vez de verdad. —Tal vez sea las cervezas que bebí de más pero… os quiero, chicos. —Marica —fue la respuesta de Trish, aunque sonreía alegremente. ¿Ese comportamiento no tenía un nombre para los japoneses? —Ni lo pienses, hombre… —Reed. —Sí, solo… no lo hagas incómodo —Fang. — Cabrones , me estoy sincerando. —Hazlo cuando no tengas cinco botellines en tu sistema —respondió Trish, tirándome un poco de arena al regazo—. Si aún puedes, estúpido tiralanzas. Como una señal, Reed también me dejó algo en mis piernas. Mi guitarra. —También te la dejaste. Los últimos rayos del sol nos hicieron levantarnos del suelo y comprobar que mañana era un día de clase normal. Todo debía seguir, y eso me hacía sentir tan… hueco. Trish y Reed se marcharon primero, dejándome con Fang. Fang parecía querer apurar sus últimos minutos mientras estaba conmigo. —¿No te vas? —le pregunté. —Espero a Naser, le he pedido que venga para recogernos. —¿Nos? —Eres imbécil —me miró con molestia—. Y no sabes leer la habitación, eres torpe, inepto y emocionalmente estúpido. Sí. Nos. No te voy a dejar ir solo a tu casa, capullo. Entrecerré los ojos, creo entendía su preocupación pero ¿era necesario insultarme cada dos palabras? —No haré nada raro. —Me da igual, simio. Espérate. —¿Fang? —¿Qué? —Estaré bien. —No, no lo estarás —creo que debí proyectar mi tristeza en ella ante lo que dijo, porque en seguida intentó rectificar—. Quiero decir… aún no. Necesitas tiempo. Y no quiero que estés solo. —¿Por qué no? Cansada de discutir, giró todo su cuerpo hacia mi con las plumas erizadas y las alas extendiéndose. —¡PORQUE NO! Imbécil chupapitos —se quedó en silencio por unos segundos, esperando mi reacción—. ¿¡Lo ves!? No estás bien, y no vas a estar bien en una hora. Y no lo estarás mañana. El Damian de ayer me habría insultado llamándome paloma mutante o delfín. Baja la puta guardia de una vez. Déjame hacer esto. Suspiré con pesadez. Es verdad, parte de mi no quería molestar más a nadie. Era mi duelo, no el de los demás. Pero… esa estúpida, me hacía sentir … extraño. Menos triste. Lentamente llevé mi mano a la de Fang en un reflejo inconsciente de evitar que otra persona que quería se marchara, y Fang en lugar de alejar su mano, la tomó, haciéndome dar cuenta de lo que había hecho por accidente. La planta de sus manos, compuestas por diminutas escamas, era muy suave y cálida. No me solté. La miré. Pasé el pulgar por el dorso de la mano contraria, a contrapluma. Fang sonrió, feliz de que al fin hubiera bajado una defensa más. —Estúpida paloma mutante. Apretó mi mano con fuerza, con una sonrisa traviesa, haciendo que me quejara del dolor. Pero no me soltó, y yo no la solté. Estuvimos así hasta que llegó Naser en un deportivo arañado con algún choque en la luna. Él nos miró. —¡EJEM! Rápidamente nos soltamos, Fang me hizo subir en el asiento trasero, y se sentó a mi lado. También procedió a explicarle a su hermano qué había pasado. —Mi sentido pésame, Damian. Dijo calmadamente, aunque condujera como si estuviera en un puñetero rally. Llegamos a Skin Row, delante del edificio donde vivía. Mi corazón latía en mi garganta y estaba seguro que había visto la muerte de cerca tres veces. —¿Irás mañana a clase? —preguntó Fang cuando salí del coche. —Tal vez, aunque no sé si pueda todas las horas. —Si necesitas unos días libres puedes hablar con Naomi —dijo Naser. —Gracias. Entré al portal y subí a mi piso en silencio. Dejé la guitarra a un lado, mirando desde la ventana como el coche de Naser se iba haciendo drifting, y fue cuando mi puño atravesó la pared del armario en un arranque que ni siquiera vi venir. La madera vieja simplemente no aguantó el golpe, y mis nudillos tampoco. Bravo, Damian, le acabas de dar la razón a Fang: no puedes estar solo. Fui a lavarme la mano y a quitarme las astillas con una pinza, y llamó a la puerta el mismo tipo de la vez pasada, nuevamente metió su gorda y fea cara rosada a lo que yo reaccioné dándole una patada a la puerta, cerrándola de una y la volví a abrir sacando lo que me había dado cierta seguridad en ese barrio todo este tiempo: una navaja mariposa. Fue la primera vez que nos miramos. Debió asustarse por mis ojos hinchados de haber llorado inyectados en la más profunda ira. El tipo yacía en el suelo del susto, y era más feo de lo que recordaba, y tan gordo como esperaba. Recuerdo agacharme y apuntar mi navaja directamente a su cuello. —Perdona si estoy un poco emocional, se ha muerto mi abuela. Pero te juro que la próxima vez que vea tu horrenda cara de cerdo entrar así en mi casa te voy a enseñar como se matan cerdos en Andalucía. Ahora, vuelve a tu casa, prometo no hacer más ruido. Dentro de lo que cabe… Tranquilo, ¿verdad? Él volvió a su casa, y yo a la mía. Y ninguno tiene daños irreparables. Prisionero en mi propia casa. Encendí el ordenador y, por alguna razón, me puse a ver pisos vacíos cerca. La idea de la mudanza era interesante. Pero no era necesario. A la mañana siguiente, con resaca del día anterior, encontré el cuerpo de ese hombre a dos calles más abajo siendo metido en una bolsa para cadáveres, alcancé a ver un disparo en la parte lateral derecha. Así que … se encargaba de cosas turbias. Al menos ya no me iban a molestar. Le había comentado a Richard sobre el vecino molesto pero, ¿no habría sido él? No… No creo. Otra muerte a mi alrededor. Comenzaba a sentirme como un gato negro. No sé cómo llegué a clase, ni siquiera recuerdo el trayecto. Estaba en automático. Nuevamente no reconocí a los chicos la primera vez que les miré, pero ésta vez no se convirtieron en monstruos de pesadilla al saludarme por los pasillos, y cuando me di cuenta de mí mismo, cuando desperté, mis manos tenían los dedos en el bajo de Trish improvisando algún tipo de blues sentado en el borde del escenario del auditorio, con el desayuno a la mitad y terminando la melodía. La memoria de los siguientes días está completamente fragmentada: todo fue igual. Días monótonos, en los que recuerdo hablar pero no de qué hablaba. La música en los dedos era la única cosa que parecía sacarme del trance. Eso, y la voz de Fang, que era capaz de llegar a lo más profundo de mi mente como no lo había hecho antes. —Damian. —¿Sí, princesa? —¿Puedes no llamarme así? —Lo siento, Fang. Dime. —Solo… ¿estás bien? —¿Te puedo ser sincero? No. No recuerdo dónde ni cuándo tuvimos esa conversación, en mi mente solo está como un plano blanco y nuestras voces de fondo, con el bajo acompañando. Tal vez fuera en esos momentos de trance. —¿Por qué no te quedas en casa? —preguntó una voz que no pude encontrar propietario, pero tal vez fuera Trish. —No quiero quedarme solo en casa. Y tenemos un concierto que preparar para después de Navidad. —¿Estás bien para ello? —No quiero dejaros tirados. A mis espaldas estuvieron preguntándose maneras de hacerme mejorar de humor, aunque sea por un tiempo. Por lo visto, estaban preocupados por mi rostro cada vez más chupado y mis ganas de comer inexistentes. Según me contaron, tiempo después, hasta hicieron un alto al fuego con Naomi y Naser en la cafetería, uno de los días que subí a la azotea. —Tal vez debamos conseguir que alguien se acueste con él —juraron que salió de la boca de Trish—, los humanos son muy… de eso. —Según sé, tienen celo todo el año —le respondió Naomi, procediendo a contar más datos de los que yo le había dado, ni habría deseado saber nunca. Según me contaron, su palabra favorita en ese monólogo que Trish escuchaba atentamente fue "potencia". ¿Por qué me estaban morboseando? No lo sé. Pero, de nuevo, son cosas que me contaron tiempo después. Fang las contuvo como pudo, Reed comentó que no era buen momento para esas cosas, y Naser se puso tan rojo escuchando de “celo humano” que no fue capaz de verme a la cara una semana. No lo noté de todas maneras. Debió ser interesante ver la cara de Rosa, la ultra católica, descrita como "rojo carmesí constante". Stella también parecía muy atenta a esa charla, y no dudó en contar de mis cuatro exparejas. La otra persona que también pareció querer aprovechar la situación fue Sage, que intentó sentarse de nuevo… y lo saqué de encima antes siquiera que la gravedad le dejase caer. —No estoy de humor —le respondí. —¿Solo vas a estar aquí, mirando la playa? —se podía ver la playa desde la azotea. —Sí. —Lo siento mucho, por lo de tu abuela y, tratar de sentarme encima tuya. —No te preocupes. Sí que le concedí que pusiera su cabeza sobre mi brazo a modo de almohada, y ésta vez no me impidió darme un merecido abrazo de nicotina. Hasta le desordené el cabello con la poca sonrisa que podía tener en el momento. —¿Estas seguro que no eres gay? —Seguro, Sage —respondí, monótono. Noviembre se fue, y llegó Diciembre. El frío golpeó fuerte y ya no necesitaba la manga: necesitaba chaqueta. También pude apreciar como unos dinosaurios iban con más ropa que otros: Trish, por ejemplo, llevaba hasta bufanda y jersey térmico. —¿Por qué la diferencia de ropa? —Los ancestros de ciertos dinosaurios eran de sangre fría —explicó Fang con calma—. Eso fue heredado a sus descendientes. Trish, y los triceratops en general, son de sangre fría. Naomi también lo es, y Stella. Sin todas esas capas de ropa, probablemente se quedarían dormidas. —¿Es por eso que Trish está tan calmada estos días? —Probablemente. Nunca me había puesto a pensarlo. —Entonces, ¿Naomi va a estar calladita? —pregunté con burla. Mi ánimo iba volviendo lentamente. —Con respecto a eso… no estoy tan segure. —¿Por qué? Me miró de arriba a abajo y soltó una sonrisa pícara, riéndose de mí mientras iba a su clase. —Que coño… Sí. Aún no tenía idea de lo que se había estado cociendo detrás de mí, y francamente… no sé si hubiera querido saberlo. Al menos ellos seguían actuando con normalidad y yo pude recomponerme despacio, y seguro. Parte de ese guiso llegó esa misma mañana, cuando Naser y Fang hicieron cola conmigo en el almuerzo. —¿Dónde está Naomi? —pregunté. —Creeme, no quieres verla —respondió Naser, provocando una risa contenida en Fang—. ¿Vas a volver a España estas navidades? —¿A hacer qué? —Eso temía. ¿Desde cuando esos dos se llevaban bien? —Fang y yo pensamos, ya que estás solo y tienes problemas con tus padres y… —Campana, Naser —corté con molestia—. Resume. Se frotó la nuca, parecía que le costaba. Miró a Fang, ella se rascaba un antebrazo. —No me estáis proponiendo un trío, ¿verdad? —¡¡NO!! —gritaron a la vez, completamente colorados. —¿Me he perdido algo? Naser volvió a esquivar mis ojos. —Que si quieres pasarte en Navidad —iba diciendo Naser, pero Fang le cortó y susurró lo más bajo que pudo "no le des opción a decir negarse, te dirá que no"... creo que subestiman la capacidad del oído humano—. Estás invitado a pasar la Navidad y Nochevieja con nosotros. Fang le golpeó el hombro con un cuaderno de notas de música. —Estás obligado a asistir, bobo. Te pasaremos a recoger. —¿Puedo negarme? —Te dije —volvió a susurrarle a Naser entre dientes, dándole otro golpe en el hombro—. No —fue tajante conmigo—. Además nuestro padre ya se hizo a la idea. Si no vas lo considerará falta de respeto. — Lo que faltaba… De acuerdo… Iré. No tengo que comprar nada, ¿verdad? —Ya lo hicimos por ti —respondió Naser. —¡Ey! ¿y si decía que no? —Íbamos a tu casa a romperte las piernas —respondió Fang. —¿Quienes irán? —Nuestros padres, tú, yo, Naser, y Naomi. —¿Naomi no celebra las navidades con su familia? —Su familia va mucho por libre —explicó Naser. —Dinonavidades entonces… Ambos me miraron con genuina molestia. —Damian. —¿Sí? —No hagas esos chistes de mierda, bobo. … —Recibido. [NOTES] El tema de las chicas morboseando a Damian. Lo pensé en quitar. Pero hice una pequeña encuesta en un canal de discord y creyeron que era buena idea ponerlo para cortar tanto drama del capítulo. También que Damian se acostara con Sage, pero eso no va a pasar de manera canónica en la vida...