Tardé cerca de una hora en ir a casa para recoger la guitarra y volver al instituto. Entré al auditorio prácticamente abriendo las puertas de par en par, Fang ya me esperaba. —¡Estabas tardando, skinnie! —¡Cállate, paloma! Nos sonreímos. De alguna manera, nos sonreímos. —Fang, ¿qué hace él aquí? —Comerse sus palabras —repitió. Mientras me acercaba, pude ver que ellos ya tenían todo montado: Fang había llevado una guitarra eléctrica y su fiel bajo, Trish llevaba el suyo colgado y Reed estaba aburrido mirando el móvil tras la batería. —Ya veremos eso, princesa. Ella me miró con ganas de asesinarme, y yo le devolví la sonrisa más pícara y sinvergüenza que pude mientras me apoyaba en el escenario mirando a Fang directamente a los ojos. Su reacción fue sacarme el dedo de en medio… y darme una patadita en el brazo. —Ve y toma asiento. —De nuevo, ¿qué hace Damian aquí? —Le enseño que se equivoca —respondió Fang —¿Cómo? —insistió Trish. —Tocando la guitarra, ¿verdad? —puntualizó Reed, de vuelta en el mundo de los vivos. —No jooooodas. ¿El músico que no es músico nos da lecciones? —¡Y traje mi guitarra para que te comas esas palabras, arándano! —señalé la funda en la silla. —Que manera de tirarlo todo a la basura, bro. —Vamos, acaban de iniciar con su banda. Renovarse o morir, Reed. —¿Unamuno? —Quien sabe —¿cómo sabía Reed de filosofía? Me giré y ella raspó la cuerda de su bajo con la púa como si fuera una guitarra eléctrica. Me estremecí. Tuve miedo. Y tuve razón en tener miedo. Dijeron el título más blasfemo que a alguien se le pudo ocurrir y… Creo que mi mente se protegió del trauma, porque enseguida dejaron de tocar y un subidón de dolor pasó por mi columna vertebral, golpeó mi nuca y llegó a la parte de atrás de mis ojos. — Oh, dios… Fang parecía confundida. No paraba de mirar su bajo y, a juzgar por sus ojos de desconcierto, todo su castillo de creencias se había ido al garete. Comenzaba a romperse su burbuja de negación. —No fue tan mal… —dijo, titubeante. —Toca con la guitarra… por dios … toca con la guitarra… Te lo imploro. Te lo pido. De rodillas. —Oh, cállate —dijo Trish como si quisiera escupirme—. Guitarrista de pega. —Creo que deberíamos intentarlo —dijo Fang. —¿Te pones de su parte? Ya decidimos que solo fueran dos bajos y una batería. —Sí, bro. Mucho más único así. —Único no significa bueno —respondí—. No conozco ninguna banda punk que haya triunfado con dos bajos, solo bandas de jazz y funk. Usa, la, maldita, guitarra. —Tú no tienes voz ni voto, skinnie. La banda decidió. —Trish —Fang habló—, no le veo el problema a probar. —¡El problema es que deberíamos estar ensayando en vez de perder el tiempo! Sobretodo cuando no encaja con nada de lo que tenemos. Fang se distanció de Trish, apretando los dientes y esponjando las plumas. Tan linda. —¿Perdemos el tiempo tocando la guitarra? —preguntó mucho más calmada de lo que parecía por su cara. Trish se asustó y dio un paso atrás—. ¿Qué quieres decir? —y la apuntó con sus garras negras—. ¡Cada vez que quiero hacer cambios siempre me lo impiden —¿Ya había pasado más veces? Porqué no me sorprende—, incluso cuando se trata de tocar mi instrumento favorito en la banda que YO formé. —¡Vamos, no quise decir eso! ¡Fue elegido democráticamente! ¿Verdad, Reed? —Sí, pero… solo somos tres —reaccionó. Parecía en shock por el comportamiento de Fang. Así que… tenía razón. Ellos no la dejaban abrir sus alas, estaba cohibida, encerrada en un espacio seguro que ella misma hizo y que ahora era su jaula. Debía hacer algo. —¡EY! ¡Dejen que toque! ¿Alguna vez oyeron tocar a Fang? ¡Esas manos deberían estar enmarcadas y ser veneradas por todos los guitarristas del mundo! Fang estaba colorada. Quizás… fui demasiado sincero. Trish se había quedado paralizada, y Reed… ¿me levantó los pulgares? Qué mierda te pasa, tio. —No, no realmente. Lo decidimos en la primera sesión de la banda —dijo Trish. —¿¡CÓMO!? —me levanté de un salto. El grito había salido de lo profundo de mi alma con tanta fuerza que el eco rebotó en las paredes—. ¿¡NO LA OYERON TOCAR SU MEJOR INSTRUMENTO Y DECIDIERON HACER ESOS CAMBIOS EN LA BANDA!? ¿¡DE VERDAD SON SUS AMIGOS!? —ese grito fue tan fuerte que sentí mi garganta rompiéndose, pero no hubo ni un solo gallo por suerte—. ¡Dejen que toque la puta guitarra! Trish iba a decir algo. Abrió y cerró la boca varias veces, pero al final refunfuñó y accedió. Fang bajó el bajo y se puso la correa de la guitarra alrededor del cuello mientras yo regresaba a mi asiento. Volvió a decir otra canción con nombre impronunciable y … joder, esta vez sí. La canción necesitaba arreglos, y eso se notaba, pero ¡coño! Eso sí era algo digno de oírse. Fang estaba exaltada, le dio todo lo que pudo a su guitarra con la maldita pua tocando a tanta velocidad que apenas podía verla, de una manera tan delicada que no se convertía en una cacofonía de sonidos ni hacía que las vibraciones de la guitarra se aplastaran unas a otras haciendo un estridente sonido musical y, a la vez, sin perder velocidad. Eso. Era. Música. Me levanté de mi silla. Fang sudaba a tal punto que gotas de sudor caían por su hocico sonriente. —¡SIIIII! —gritó Fang—, ¡Totalmente mejor con una guitarra! Y subí al escenario de un salto. —Te lo dije. Y los tres se dieron la vuelta para mirarme. —¡OH MIERDA! —gritó Fang… de nuevo—. Maldita sea. —Felicidades —y le guiñé el ojo. La presión arterial de Trish subía como la espuma de un refresco. —Votemos —dijo calmadamente… todo lo calmada que podía—. ¿Quién vota con solo batería y bajo? —obviamente Trish fue la única que levantó la mano. Ella resopla—. ¿Y en contra? Hasta yo levanto la mano… —Tú no te metas, skinnie. —Súbete aquí y baila —le dije, sacando el dedo con la sonrisa más canchera que podía permitirme. Y sí que podía permitirme una. —¡SÍIIIIIIIIIIIII! —ese era el tercer grito de Fang de la tarde. —Entonces… ¿debemos arreglar las canciones? —preguntó Reed. —Es solo una línea —respondió Fang, acelerada—. No llevará tiempo. —Y yo la ayudaré —levanté la mano—. Tomará aún menos tiempo. —Tú no estás en la banda, skinnie —insistió Trish. —Acepto tu ayuda, Damian —respondió Fang, ignorando a Trish. Ella rápidamente susurró algo como “a la mierda el marketing”. —¡Antes! —dijo Trish en voz alta—, debo saber si de verdad sabes tocar, y que no tienes la guitarra del Guitar Hero escondida en ese estuche. Eso… Me enfadó genuinamente. Mi mandíbula inferior se superpuso a la superior y escondí la lengua bajo el labio apretada entre los dientes. —Dame la guitarra, Fang —dije tajante. —¿Por qué no usas la tuya? —me preguntó con cierto desconcierto. —Dame, la, guitarra. Voy a hacer que este arándano gigante se trague sus palabras, otra vez —ella accedió. me dio la guitarra que me crucé al cuello y la púa—. Todos abajo. Me llevé la púa a la boca y esperé a que ellos se pusieran cómodos antes de tocar una pieza de música clásica con la puñetera guitarra usando mis dedos: Moonlight Sonata, de Beethoven, el primer movimiento. Empezó suave, lento. Un minuto entero del primer movimiento en el que Trish parecía desesperarse y Reed y Fang estar completamente atentos. Fue la primera vez que vi los ojos de Reed abiertos como los de una persona normal. Seguí un poco más con ese movimiento de Moonlight hasta que Trish reventó y gritó: —¿¡SOLO TIENES ESO!? Sonreí con malicia y cogí la púa de la boca. — Te vas a cagar. Tercer movimiento. Mi mano izquierda se volvió loca mientras la derecha punteaba las cuerdas con la punta de los dedos en una forma de seguirle el ritmo. Iba rápido, usando la púa en brutales ráfagas que hacía vibrar el altavoz detrás de mí cuando la melodía no requería subir de los graves a los agudos. Cuanto más avanzaba la melodía más rápido querían ir mis dedos, y no tuve impedimento ninguno en darles permiso para ello. Gotas de sudor empapaban mi camisa, mis gafas estaban siendo empañadas y poco a poco iba perdiendo la cara de estreñida que ponía Trish. Años de práctica, años de cortadas con cuerdas de guitarra, años de estudio… solo para ver la cara de ESA TRIGGA DE MIERDA… Habían valido la pena. Y hubiera esperado veinte años más. Seis minutos enteros. Seis minutos que me dejaron exhausto, jadeando, con el pelo empapado en mi propio sudor y las revoluciones al máximo. Pero, enteros. Mis brazos temblaban, mi voz entre gritos y adrenalina no respondía… pero solo por regodearme. Solo, simple y llanamente por poner otro clavo en su ataúd, levanté los dos dedos de las manos hacia Trish. —¿Quién toca ahora el puto Guitar Hero, perra? —solté con la mejor voz que me podía permitir en ese momento. Trish no podía gesticular palabra, ni nadie para ser exactos. Ni siquiera yo. Esa fue mi última bala y lo daba por bien aprovechado mientras dejaba la guitarra en el suelo y me sentaba en el borde del escenario. Cerré los ojos un segundo y al otro una tela golpeó mi cara. Una toalla. —Sécate —pidió Fang. La toalla olía al sudor ácido de Fang, mezclado con un toque de frutas del bosque y canela. ¿Ese era su perfume? Al secarme el pelo y la cara, y pasársela de vuelta la recogió con un poco de asco y la metió en una bolsa de su mochila. —¿Y bien? —pregunté. —Te faltó algo, bro… —¿El qué? Se hizo una pequeña pausa, Reed me miró con ojos furiosos por un segundo antes de darme una sonrisa y apuntarme con los índices. —Romperla. Iba a levantarme y hacerlo, Fang debió verme las intenciones porque saltó de la silla y me agarró del tobillo. —¡No! ¡Es del profesor Jingo! Reed y yo reímos un poco. —¿Qué hora es? —preguntó —Casi las seis —respondió mi drogadicto amigo. —Mierda. Debo irme. Salté del escenario y fui a recoger mi guitarra. Trish no dejaba de mirarme como si fuera un espectro. —¿Por qué no te quedas un rato más? —esta vez fui yo quien se quedó en shock—. Yo, um… Nosotros… ¡Tu ayuda! Necesito tu ayuda, nos vendría bien tu ayuda —Fang hablaba jodidamente rápido. —¡Fang! —gritó Trish, al despertar de su letargo—. ¿De verdad vas a pedirle ayuda? Sí, ¿de verdad? ¿No era solo para molestarla? —Y tanto que sí. Ha sido útil, ¿verdad, Reed? —Mmmmvaaale. Damian es hermano. Y es buen guitarrista. Puede quedarse. —¡¡REED!! —gritó Trish Pero Fang tenía otros planes. —¡Ja! ¿Te quedas un rato más? Miré el reloj de mi móvil, y suspiré con algo de pesadez. También había tomado mi mochila, así que Fang hizo un sonido de decepción cuando fui a por ella. Y rápidamente recobró la sonrisa cuando me vio con un cuaderno de partituras, similar a esos que probablemente hayas usado en primaria. Me llevé el lápiz a la oreja. Si es por Fang… —¿Quién pide las pizzas? —pregunté. Fang levantó la mano. —Yo lo haré. El resto de la tarde se fue arreglando algunas canciones, recuerdo haber trabajado en una con los chicos en lo que tardaban las pizzas, pero luego solo recuerdo… La sonrisa azul gris. Era como si Fang nunca hubiera sonreído y mañana fuese a morir. Ese optimismo y energía era contagioso, Reed parecía mucho más despierto que otras veces y Trish poco a poco parecía poder… soportarme. —Todo el dinero de los CD a la basura —dijo Trish en susurros, mientras comía su pizza vegetal. —No los tires —le dije, a carrillos llenos—. A la gente le gustará coleccionarlo. —Que asqueroso, no me hables con la boca llena, tiralanzas. Así fue como empezamos a pasar los recreos y las tardes, arreglando canciones y probando algunas nuevas de Fang, y ahora que tenía libertad creativa total las canciones salían como setas tras un día de lluvia. En esos puntos apenas intervenía, pero Fang apreciaba mis ideas como si fuera un miembro más en la banda. También nos intercambiamos los números de teléfono. Los 3. ¿Por qué Trish querría mi número de teléfono? Lo desconozco. Estábamos en la cresta de la ola. Y sobre el tema del sueño, Stella y mi madre dijeron cosas parecidas: un posible futuro que mi mente pudo haber predicho. Pero Stella aseguraba que eso no iba a pasar, insistió en que era un sueño. Y así debía quedar. Octubre pasó volando, todo lo que pasaba se lo resumía a mi abuela en audios, algo que ella estaba prefiriendo al ya no poder leer las letras. Y estaba encantadísima de que hubiera hecho amigos con mis mismos gustos. —Te quiero, abu. —Yo también, eres mi nieto favorito. —Soy tu único nieto… —Pero sigues siendo mi favorito. Ella aún conservaba su humor. Eso era bueno, pero se estaba deteriorando más rápido de lo que creía. Ahora estaba ingresada en el hospital por una gripe que se le complicó, y si bien aún era ágil como para vivir sola… eso acabaría pronto. Sólo podía cruzar los dedos y pedirle a algún dios que me escuchase que ella aguantara hasta mi vuelta. Esa preocupación se notó el último día de Octubre, Halloween, en donde… No pude más. Sabía que esa vieja estaba fingiendo estar mejor de lo que realmente estaba, lo sentía en mis huesos. Ese día dije que debía despejarme y subí a la azotea a la hora del descanso. Un mes entero en el que no fumaba, buen record. Me senté en el suelo, apoyado en la cabina que daba a las escaleras, y me llevé un filtro a los labios, pero alguien decidió que debía mantener el tiempo. Un microraptor que llevaba un peto vaquero azul y una camisa rosa pastel. El mayor vómito de unicornio visto hasta la fecha. —Está prohibido fumar aquí. Su voz era muy dulce, muy, muy dulce y suave. El olor de su perfume de melocotón llenó mis fosas nasales, y el tacto cálido de sus dedos contra mis labios, aunque fuera en un proceso tan rápido, me puso la piel de gallina. —¿Quién eres? —le pregunté. —Llámame Sage. Las tonalidades de colores fríos de sus plumas salpicadas de violeta brillaban al sol del mediodía. —Soy Damian. —Lo sé. Compartimos clase. —¿Qué haces aquí? —Yo llegué antes, debería preguntarme lo mismo. Sage mantenía una sonrisa amable todo el tiempo. Caminó a sus objetos personales y se acercó a mí con un tupper lleno de galletas. —Coje una —lo hice, y la mordí. En seguida supe que no eran de mercado, eran caseras. Y, joder, estaban buenas—. Las he hecho yo. —Necesitaba pensar —dije, tras terminar la galleta. —¿En la banda? —¿Cómo sabes de ella? —Tenemos amigos en común —respondió, dándome un guiño. —No, es mi abuela. Está… empeorando muy rápidamente. Sage parecía triste al saber eso, cerró su tupper de galletas y, tomando aire, puso las manos en sus costados dejando los brazos en jarras. —¿Eres gay? —me preguntó directo, sin tapujos. —¿Eh? Que carajos, ¡no! —¿Es tan malo serlo para ti que casi gritas ese no? —¡Yo no…! Sage empezó a reírse, y se sentó sobre mis piernas. —Que pena —sonrió con malicia. Tenerlo tan cerca hizo que mi cara se sintiera caliente—. Muy bien, piel suave. Buen control —¿acaso esperaba que le besase o tuviera una erección? Yo aparté la mirada de él, pero su perfume era demasiado fuerte… o se me había clavado en las fosas nasales. —¿Qué haces? —le pregunté, incómodo. —Distraerte —cruzó las piernas, moviendo toda la pelvis en el proceso—. Ya no estas triste, ¿verdad? —¿Puedes quitarte? —tener un primer plano de su espalda no me estaba ayudando. Su cintura era estrecha y la cadera amplia. No quería verle demasiado, pero el cuerpo de Sage era muy femenino. Quizás por eso no le tiré fuera de un empujón. Él dio un botecito suave y se levantó. Esa vez sí hubo reacción física en mi, y puse mi mochila sobre mis piernas para que no volviera a subirse… y lo notara. —¿Mejor? —preguntó. —¡No! ¡Esto fue acoso! No parecía importarle, fue a por sus cosas y se sentó a mi lado. —Pero ya no estás pensando cosas extrañas, ¿o sí? —terminó con un noto pícaro. No. Toda la tristeza que tenía se había ido. Ahora solo tenía ganas de estrangularle. —Supongo… —reconocí. —No creas que me subo a las piernas de todo piel suave que considere guapo. —Ya, calla con eso —me abracé fuerte a la mochila. —Sí estás agobiado, deberías pedirle ayuda a tus amigos —apuntó algo en una libreta y lo arrancó, dándomelo—. Pero si necesitas que salte otra vez sobre ti, avísame. No sé porqué guardé el número. Pero algo dijo en ese "tus" que hizo rápidamente descartar gente de mi lista de contactos. —¿Rosa, o Stella? —Ambas —respondió, como si supiera a qué me refería. Aun no podía irme, se habría notado la traición de mi cuerpo. Que llegara Fang buscándome no hizo las cosas mejor. —Damian, te estuve buscando por todos la…Oh —frunció el ceño, molesta—. Hola, Sage. —¡Hola, Fangy! —respondió él con alegría. —Skinnie, necesito tu ayuda a mover el piano. ¿Piano? Al mirarla con desconcierto, ella arrugó el pico e hizo un sutil movimiento con su cabeza que indicaba la salida. Yo me levanté de una, ella me estaba dando la oportuna de irme. —¡Un placer, Sage! —dije a toda velocidad mientras me dirigía a la puerta. —¿Le has hecho algo raro? —oí preguntarle a Sage. —Solo le he distraido un poco —respondió a Fang—. Es muy lindo cuando se sonroja, ¿verdad? Fang gruñó, y me puso la mano en la espalda mientras me hacia bajar las escaleras a toda velocidad. —¿Se te subió encima? —Me niego a responder a eso. Fang chascó la lengua, muy molesta. ¿Con Sage? —También se lo hizo a Reed cuando se conocieron, y a Naser delante de Naomi. Aunque reconozco que esa vez fue divertido. —¿Por qué lo hace? —Él dice que es cultural, yo creo que le gusta calentar rabos. ¿Te lo calentó? —Ug. No. Solo… Fue increíblemente incómodo. Pero efectivo. Ahora que sabía de su existencia, lamentable era capaz de verlo en todos lados. Era difícil no hacerlo: era el único microraptor de Volcano High, el único que no superaba el 1.45 de altura. En parte, era como si se hubiera colado en mi línea temporal por alguna razón, como si simplemente le hubiera tocado spawnear, y ahora me persiguiera su imagen. Cada vez que me veía por los pasillos me saludaba, o me sacaba la lengua enseñando su bífida punta. —¿Eso de la lengua bífida la teneis todos? —le pregunté a Fang en un cambio de clase, cuando le vimos hacer eso. —No, solo él. Su abuelo era una boa, o algo así me dijo Stella. —Lo voy a tener pegado el resto del curso, ¿verdad? —O hasta que encuentre otra víctima. Si algo le debo agradecer, es que efectivamente yo pude reponerme de ese asunto y levantarme. Las buenas noticias de su mejora afectaron positivamente mi ánimo aunque me avisara de que no iba a poder hablarme por un tiempo, a tal punto en que me animé a presentar una canción mía al grupo la semana del 1 de Noviembre. Estaba escrito en uno de mis cuadernos personales. —¡Que te dejemos ayudar con las partituras sin ser parte de la banda ya es muy generoso! ¿¡Y quieres tocar con nosotros!? No hace falta que diga quien dijo eso, ¿verdad? —Vamos, chica. Sé que el bajo es tu favorito. —¿Y qué tiene? —El bajo es el instrumento principal aquí. —¿Y la guitarra clásica de aqui? ¿Crees que tu mierdita de madera puede con una batería, y una guitarra y un bajo eléctrico? Trish comenzaba a intercambiar ideas, aunque fuera de una manera tan brusca y agresiva. Eran pocas y la mayoría eran para molestarme o atacarme, pero al menos participaba en el proceso. —No pasa nada, está electrificada —le respondí con calma. Trish levantó la ceja, tomó la libreta con mis notas y las examinó detenidamente. Eso parecía haberle convencido. Fang y Reed levantaron su pulgar y nos pusimos inmediatamente a probar como sonaba. Saqué la guitarra del estuche, y le pedí a Reed un cable cuando nos subimos al escenario. Empezaba con un punteo de notas graves por parte del bajo, un tono suave y un ritmo casi llegando al funk que, deduciendo por los hombros relajados y su cola siguiendo el ritmo, gustaba tocar. La batería era lo siguiente, un par de choques de platos y era mi turno. Notas melosas a disposición con esa fuerte influencia flamenca mía. Rotas, al momento en que Reed y Fang golpearon sus instrumentos, y la canción tomó toda una velocidad de balada a algo mucho más rápido. Y, como prometí, todo estaba marcado por el ritmo de Trish con el bajo, incluso me pareció verla sacar la lengua mientras miraba y remiraba sus próximas notas. En algunos momentos, mi guitarra y la de Fang tenían ese intercambio de notas que era acompañado por el bajo o la batería, todo funcionando a la vez el último minuto. Y todo termina como empieza: con el bajo, usando notas más agudas. Hacer todo eso nos costó un par de intentos, a veces perdíamos el ritmo y acabábamos tocando algo distinto o simplemente nos daba la risa. Sin letra, la melodía contaba cómo conocí a Fang y a los demás. Cada uno interpretaba su propio instrumento y ciertas emociones El bajo, tristeza y rabia, con esas notas graves. La batería hablaba de una jaula, una perspectiva irreal en una fantasía, tal como Reed a veces me evocaba. En la que estaba atrapado. Por eso Fang aparece rompiendo y acelerando toda la canción. Todo cambia. Todo se va al carajo. Las conversaciones entre clásica y eléctrica se convirtieron en charlas con el bajo de fondo, y en discusiones estridentes con la batería. Cuando todo funciona, cada uno representa su propio instrumento, y termina con Trish dando notas más esperanzadoras. Una rama de olivo para ella. Cuando pudimos hacerla entera la primera vez, todos nos quedamos quietos. Estaba esperando sus valoraciones. Francamente no esperé que Trish fuera la primera en hablar. —Es decente. Creo que podemos usarla —¡¡VAMOS!! No pude evitar levantar los brazos de pura alegría, al verme ella reaccionó con una sonrisa alegre teñida de molestia—. Solo fue suerte, skinnie. —¿Tiene título? —preguntó Reed. —¡No pienso dejar que le pongas una de las tuyas! —le respondí en tono jocoso. Fang comenzó a reír, en verdad calentaba mi pecho cada vez que la veía de buen humor. —¡Vamos! —bromeó ella—. Sería como tu bautizo. —¿Bautizo? —Los tres habíamos pensado, ya que has estado ayudando mucho y… Mi teléfono comenzó a sonar en mi bolsillo. Fue como si pasara un fantasma. Todos se callaron, todo se puso incómodo. La atmósfera se puso densa. ¿Por qué tragué saliva? ¿Qué estaba pasando? Mi mano temblaba. Tal vez. Ya lo sabía.