[NOTES] Éste les viene gratis. Para el 3 tendrán que esperar un poco más. La canción usada en el anterior capítulo es "Lonely" de Imagine Dragons. [/NOTES] Llega el martes. El despertador asesina el hermoso sueño que estaba teniendo, y lo arroja a algún cubo de basura porque me olvidé de ello al instante. Hacía mucho calor, así que dormí prácticamente desnudo, ¿innecesario? Tal vez. El calor me hizo girar sobre mi empapada cama toda la noche, y la bajera del colchón se enredó sobre mis piernas de alguna manera como ataque sorpresa. Mi contraofensiva: lanzarme con toda mi furia y peso de mi cuerpo para golpear la mente maestra de tal ardid con mi frente: el suelo. El rugido de un león retumba en las paredes de mi piso: mi victoria. Me froté el golpe en el baño. —Esto me dejará marca… Había dejado el móvil cargando toda la noche, y miré la hora en él al amparo de la oscuridad que me daban las cortinas, aunque no duraría demasiado: amanecía. Skin Row podría ser un barrio de mierda, pero vivir en el cuarto piso me dejaba ver las olas del mar desde mi ventana. Si me concentraba, y la gente se puto callaba, era capaz de escuchar el murmullo ligero del agua sobre la costa. Lo echaba de menos. Desayuné, y me preparé para ir a clase. —Lo siento, chaqueta, hoy te quedas. Pantalón corto y camisa blanca, ven a mi. Y la gorra. Spears tendrá que aguantarse, por lo menos hasta que refresque. Naser se había comportado muy bien conmigo estos días, así que me sorprendió su rostro de desconfianza y enfado cuando me puso la mano delante para detenerme el paso. Tardé un segundo en darme cuenta que entre la ropa distinta, la gorra y mis gafas fotocromáticas no se dio cuenta de quien soy. Me quité la gorra y las gafas, mal hecho este último ya que el sol de la mañana azotó mis ojos con furia inenarrable. —¡Damian! —exclamó cuando se dio cuenta—. Lo siento, yo… —Ñe, no te preocupes. Puse la mano en su hombro y marchamos con Naomi, que no paraba de mirar mi brazo derecho. Naomi se estaba convirtiendo para mi y mis oídos en ese grupo punk de garaje de sonidos estridentes y chirrioso que estaba a varias calles de mi antigua casa: molesto, castrante y estresante, con un deseo de defunción perpetuo, inmaculado e intacto desde el primer día, pero cuando ella/la banda no estaba a sus horas comenzaba a fallarle "algo" a mi vida. Tal vez solo me guste sufrir. —¿Por qué vas así? —me preguntó Naser. —Bueno, tal vez para vosotros, los dinosaurios, 40 grados a la jodida sombra sea un puñetero paraíso. Pero la isla de donde vengo tiene una temperatura media de 32 grados en verano. Me senté en las escaleras y comencé a abanicarme con el libro de matemáticas, Naser se sentó a mi lado. Naomi estaba extrañamente en silencio, lo que me hizo mirarla varias veces. En una de ellas… Creo que vi a una mente villana preparando un plan maquiavélico. Naser es un gran tipo, que pena que tenga escamas. Él se compadeció de mi pobre alma, y me señaló buenos lugares para tomar helado en la ciudad con su móvil. Si me dicen que él es la segunda venida de Cristo me lo creería. Naomi… seguía extraña. Ese ambiente de tensión se extendería hasta la tercera hora, cuando el director me llamó a su despacho gritando en la megafonía, así que me presenté ahí de inmediato. Lo primero que hizo fue gruñir al ver mi brazo sin tapar. —Creí haberte dicho que los ocultaras. —Lo siento, señor. Hace mucho calor. Intentaré buscarme alguna manga o algo asi… Él suspiró. —Toma asiento. —¿Han habido quejas por esto? —No, no estás aquí por eso. No son muchos los que usan los servicios especiales de la escuela —¿Qué?—. Todo el papeleo ya está listo. No tienes que preocuparte de pagar nada hasta final de curso. Sin intereses, ni pagos adicionales. —¿De qué me habla? —Solicitaste los servicios financieros, ¿correcto? Naomi dijo que necesitabas ayuda con los ingresos y me entregó el papeleo. Naomi. Fue muy difícil aguantar las ganas de estrangular al puto demonio anaranjado. Podía notar mi párpado teniendo un ligero tic nervioso. —¡¡NAOMI!! Rugió. El grito fue tan fuerte que mis tímpanos casi explotan. Ella llegó alegre, vivaracha. Si ella hubiera sabido las ganas que tenía de enterrarla bocabajo en el patio no me habría mirado con tanta felicidad. El tinnitus apenas me dejó oír cosas, como "rellené esos papeles por él" y "¿le pediste permiso?" Su respuesta… inaudible. Pero los sonidos volvieron poco a poco. —Solo para que todo esté absolutamente claro, Damian, ¿tú le diste permiso para rellenar estos papeles? No. Entiendo que su intención era buena, pero odiaba que mintieran, más en mi nombre y aun más que lo hiciera un jodido lagarto naranja. Apreté los dedos contra los cómodos reposabrazos del caro y confortable sillón. Oh, joder. Como quería golpearla en ese momento. —Sí. Naomi, preocupada por un segundo, cambió a su rostro sonriente y alegre. ¿La cuerda de un zapato sería bastante para estrangularla? —Ya puedes irte —Naomi se marchó mientras Spears apilaba los papeles—. Ahora que Naomi no está ¿De verdad los pediste? —No —fui sincero—. Pero lo iba a hacer —mentí—. No importa —si importa—, ella lo hizo con buena intención —ella puede irse al infierno. —¿Seguimos el procedimiento, entonces? —asentí con un suspiro—. Firma aquí, aquí, aquí… Me dijiste tantos lugares que me perdí. —¿Dónde? El sonrió. —Es una broma. Ya está todo listo —me entregó un carnet gris plastificado—. No seas duro con ella. —Sí, señor —me cago en tu puta madre, señor. Salí del despacho del director tarjeta en mano, molesto, enfadado. Cabreado. A ver, Damian, céntrate. Positivismo. Al menos ya no tienes que comprar tanto para que te sirva de almuerzo. Miré la tarjeta con pereza. Supongo que podría probar algún plato. Y eso hice llegado el almuerzo, hice la cola y me quedé maravillado ante la preciosidad de la Tarta San Marcos, ¿algo así, en un instituto americano? Lo firmé señalando con el dedo. "Ponme esto". —¿No quieres nada más? —preguntó la cocinera con curiosidad. —Dos, si pueden ser. Dos trozos generosos. Nada más. Buscando un lugar donde sentarme el bizcocho de fresa me hizo señas, y yo me senté en frente de ellos un poco a regañadientes. Un rápido saludo y metí un trozo de repostería de mi país en mi boca, dejando que endulzara mi paladar mientras mi cuerpo y mente hacían el mismo sonido indecente al unísono. Un gemido. Joder, que estaba buena. Vale, cocinerosaurio americano, tienes un punto esta vez. —Veo que haces uso de la tarjeta. Pero, ¿no crees que tanto dulce puede hacerte daño? —¿Naomi se quería meter en mi vida, o se estaba preocupando genuinamente de mi? No importaba. Abracé mi plato con una mano y le rugí, enseñando dientes. —Mio —dije, tajante. —Solo digo que deberías comer más fruta y verduras. —Mio —insistí, llevando otro trozo a mi boca. La nata estaba deliciosa y el caramelo de encima perfectamente tostado. Déjame darme un capricho, Naomi, por Dios. Me hiciste tener dos ataques de ansiedad nada más llegar el primer día, lo mínimo que puedes hacer es irte al carajo. Pero Naser tenía cara de… no sé de qué tenía cara, pero no estaba bien. Jugaba con su plato de espaguetis sin ganas ni deseos. Señalo a Naser con mi rostro, haciendo que Naomi se de cuenta. —Naser, cariño. No deberías jugar con la comida. No hay respuesta, probablemente porque su cerebro también le esté protegiendo del machaque sonoro de la voz de su novia. Necesita un sonido nuevo: chasco los dedos cerca de… voy a imaginar que ahí está su oído. —¿Eh? ¿Qué? ¿Qué hora es…? Oh, Damian, no te había visto. ¿Cómo vas? —Bien, ¿y tú? —Mal —se corrige rápidamente—: Bien. —¿Seguro? —Sí, no. Se da cuenta de sus contradicciones al hablar, y echa la cabeza hacia atrás haciendo un suspiro. Naomi está visiblemente triste. —Hubo una discusión en casa —dijo al fin, tras una presión silenciosa. El rostro de Naomi se entristeció aún más. —Intenta comer —pidió el hocico de fresa. Naser asintió, y trató de hacer el esfuerzo. No conocía suficiente al pterodáctilo para preguntarle y no quería invadir su intimidad así que Naomi se encargó de dirigir la conversación. Creo que lo habría hecho incluso estando él feliz. La clase de música era la siguiente, un profesor nuevo con corte de pelo tazón y un hocico ovoide que parecía una nariz gigante. El atroz estampado de flores en una camisa roja fue todo lo que necesitaba para saber sus gustos de moda, y esperaba que no fueran los musicales de la misma manera. Lo primero que hizo Ringo fue presentarse, y declarar que la primera clase sería dual para "reforzar lazos". Puto hippie de los cojones. Por supuesto, la gente ya se conocía e hizo sus parejas dejándome a mi con… —Damian, ¿por qué no te pones con… Fang, y trabajan juntos hoy? Resoplé y me senté al lado de … ¡el dinosaurio de los ojos ámbar del lunes! Así que ella era "Fang". ¿Fang es su nombre real…? Ella no parecía contenta con tenerme al lado, y para ser francos yo no quería estar cerca de nadie. Sin embargo, hubo una reacción en ella que fue distinta a mirarme por el rabillo del ojo y resoplar molesta. —¿Cómo te lo hiciste? —señaló mi brazo derecho con el bolígrafo. —¿Las cicatrices o el tatuaje? —Ambas. Resoplé. —Una discusión con un terizinosaurio hace unos años. —¿Perdiste? Perra. —Empate. Él me había dejado sus garras marcadas en el brazo: tres cicatrices hipertróficas desde el bíceps hasta la mitad del antebrazo, ahora atrapados en espinosas raíces. Afortunadamente no se habían convertido en queloides. No me arremangué, eso significaba que vería mi hombro, y por tanto más heridas y tatuajes. Ella parecía querer tocarlos, y no había problema en eso: todos quieren sentir el tacto de tres rajas de colágeno en sus dedos. Todos quieren sentir las cicatrices del otro, y odian sentir las suyas… … Eso fue… bastante decente para una canción, si fuera Green Day. Damian, ¿Green Day? ¿Qué será lo siguiente, My Predator Romance? No importa. Nuestros ojos volvieron a conectar mientras el profesor explicaba el plan de estudios que iba a tener ese año. Cómplices de tamaña mierda, nos sonreímos el uno al otro … Just the Two of Us Cállate, coño. No fue ese tipo de sonrisa. Estábamos asqueados. Fue la sonrisa más incómoda que alguien pudo tener en su vida. Ella no habló más, yo no hablé más. Y se convirtió en la hora más larga de mi vida ¡por mucho! Después de clase, di un paseo por Skin Row y en una tiendita de mierda conseguí una manga de mi talla. Miércoles. El programa psicópata sacado de ciencia ficción se le ocurrió ponerme Educación Física los miércoles y los viernes por la mañana. Me cago en tu puta madre, AM, cómo desearía romper la placa base del ordenador en el que te alojas mientras me cantas Daisy, Daisy agonizantemente, bastardo. El profesor de Educación física era un anquilosaurio naranja que, vamos a definir como… oblongo. Hablaba de manera pausada y lenta, no como si fuera de naturaleza tranquila sino de algo que yo había visto en primera persona: alcoholismo. Éste debe ser la versión dinosaurio del típico profesor de 200kg que dice “los chicos futbol, las chicas voley”. Nos entregaron los uniformes y fuimos a los vestuarios, fue un poco incómodo para mi ver cuerpos fornidos y escamosos mientras yo me había dejado absolutamente en tres meses y comenzaba a haber una ligera tripa en donde antes tenía… bueno, ya imaginan. No tengo un cuerpo presentable ahora mismo. —¿No te cambias, skinnie? —dijo uno. ¿Y dejar que miren el paisaje artístico de mi espalda? Nah. Pero tenía razón. Debía cambiarme al uniforme. Rápidamente se me ocurrió una idea: recordé que la puerta del vestuario de mujeres estaba al otro lado y apunté con un grito “¡la puerta está abierta!” todos giraron… vaya panda de básicos. Pero gracias a eso me quité la camiseta y me puse la de sudar en fracción de segundos. Lo siguiente que recuerdo de la clase de EF es que, para empezar el primer día, nos puso a jugar un partido de baloncesto. —Basket —me corrigió uno cuando dije BALONCESTO. Al primero que diga “Soccer” le parto las piernas. Por supuesto, fui el último en ser escogido. De hecho, casi pensé que me libraría. No me gusta mucho el baloncesto así que, efectivamente, no soy el jugador más destacado del equipo, pero al menos puedo interceptar a un raptor rosado y a su amiga la triceratops morada con más efectividad de la que ellos parecen poder prever. Soy capaz de robarla un par de veces y hacer un par de pases decentes. Lo importante es que no he perdido el control, no han conseguido robarme el balón y mis gafas están intactas. Hasta que directamente me plaquean. Caigo por el suelo. Mis gafas están esparcidas por el suelo, pero intactas, aprieto los dientes. Solo tengo una dioptría en cada ojo, no llega en el izquierdo, pero las uso por el astigmatismo, así que puedo ver perfectamente a mi agresor: utahraptor amarillo una cabeza más alta que yo. Me mira con superioridad, le oigo susurrar “skinnie” … y las espirales vuelven a girar… Mi pecho sube y baja, agitado, la transpiración provocada por el partido se mezcla con sudor frío. Me miran como lobos esperando a que su presa caiga derrotada, y yo aprieto aún más la mandíbula hasta hacerme daño. Me levanto. El partido sigue sin mi hasta que me reincorporo, toda mi visión se centra en ese utahraptor amarillo chillón que me hace recordar a un pollo. Él se consigue zafar entre mi equipo para intentar encestar. Es mi momento. Le plaqueo. O más bien, le embisto. Él me hizo volar casi un metro, y yo a él le hice volar casi dos metros. Soltó la pelota y la recogí con la misma cara de superioridad añadiendo un profundo asco hacia él y su especie en completo. —¿¡Qué mierda te pasa!? —me grita. Esa situación me manda directo al barrio más bajo de mi isla: donde me crié. Olvidando el acento inglés, olvidando que era un instituto privado, olvidando toda promesa. La pastilla que tomé esa mañana ya no podía contener la rabia. —¿Acaso quieres pelea? —le suelto recuperando mi acento, mi seseo, boto la pelota entre mis piernas de la manera más burlona que pueda así como boto todo tipo de falso respeto para con un culo escamoso. Solo necesito un empuje para provocarlo con efectividad: una sílaba, LA sílaba, la onomatopeya más asquerosa y prepotente que escupió barriada alguna—. ¿Ah? Oímos el pitido del entrenador intentando pararnos. No hacemos caso. Demasiada testosterona. Cae en mi trampa, y se lanza sobre mi con las garras fuera y la boca semiabierta llena de dientes. Sin miedo, sin consideración, lanzo la pelota directamente contra su hocico con todas mis fuerzas. No es mi culpa que todos ellos tengan una gigantesca diana en la cara. Cae. Su hocico con forma de pico comienza a sangrar. Sigo burlón, botando la pelota sin decir una sola palabra esperando a que se levante para recibirle con otro balonazo en la cara. Las espirales se han tragado todo y no hay nada más que rojo, él, y yo. No es divertido, no estoy siendo un héroe combatiendo contra un abusón, y probablemente el chico ni siquiera me miraba con los ojos de antes. Soy el cretino, y estoy siendo el abusón. Y cuanto más pasa el tiempo más me estoy asqueando de mi mismo y de que mi instinto de supervivencia se haya activado de ésta manera… Estoy asustado. De mí mismo. De nuevo, estoy repitiendo de lo que huí. Que alguien me pare. Por favor. Yo No puedo. Se levanta, tiro la pelota. No intenta pararme de ninguna manera o método, ni nadie hace que me intente calmar. Todo sigue, ante miradas morbosas. El entrenador ha pitado como tres veces, y no le hemos hecho ni el huevo de caso. Para mi han pasado horas, para todos los demás apenas si han pasado unos segundos. No importa, de nuevo parece querer golpearme, se cuadra, levanta los brazos para proteger el hocico ahora pegado al pecho y alguien grita “¡párense!”. Me chupa un huevo, y es lo peligroso. Su defensa es una mierda, no ha peleado en su vida. Niño pijo. Me acerco, con la guardia baja. Mi siguiente movimiento es un golpe curvo a sus costillas, impacta, pero realmente lo que quiero es que pierda su guarda para subir mi brazo derecho y atinarle un golpe de arriba hacia abajo con toda mi cadera que encaja a las mil maravillas en su hocico y lo vuelve al suelo, que es su sitio. El golpe ha sido perfecto, precioso. Digno de un video. ¿Nadie me va a parar? ¿Aquí tampoco? Quiero rematarlo. Levanto el brazo para darle otra vez y alguien me agarra: el entrenador. Suspiro con alivio pero mi cuerpo aún está rabioso y mi mirada no coincide con mis emociones. Soy expulsado de la cancha, así que recojo mis cosas y el mismo entrenador me acompaña hasta el despacho del director mientras otros chicos llevan al utahraptor a la enfermería. Estoy satisfecho de mi trabajo, y horrorizado. Y horrorizado de mi satisfacción. El director… pone el grito en el cielo. Las paredes de su despacho temblaron así como las vitrinas. —¿¡QUÉ HICISTES, QUÉ!? Decir que me sentía como la peor escoria del universo era decir poco. No tenía ni fuerza, ni ánimo, de mirar al director. Y el entrenador parecía complacido. —Entrenador Smith, me gustaría hablar a solas con el muchacho. La asquerosa boca del anquilosaurio perdió su sonrisa, murmuró y se marchó. —¿Eso fue un ataque? —me preguntó tras unos minutos, y asegurarse que nadie escuchaba. —No lo sé —la manga está evitando que me clave las uñas en mi brazo. Quería llorar y desvanecerme, y lo único que lo estaba impidiendo era un frágil hilo de orgullo que amenazaba con romperse—. Creo, que sí. Spears se quitó las gafas. Sus pequeños ojos negros me miraban con la misma profundidad y tristeza con la que yo me odiaba. —Damian, me pediste que ocultara tu problema pero no voy a quedarme con una bomba de relojería en mi instituto. Smith dijo que fue tú iniciaste una pelea, ¿qué tiene de verdad eso? —La verdad, es que él me empujó. —Estaban jugando basket, ¿no es así? —Sentí las miradas… Ellos me miraban como si fuera basura. No podía… Solo siguieron el partido sin… —suspiré. —¿Eres consciente de que es muy probable que haya sido tu mente jugándote una mala pasada? —Sí, señor. —Y sabes de sobra que los dinosaurios pueden ser brutos a la hora de hacer deporte, ¿estás completamente seguro que no fue un accidente? —No, no lo estoy. Suspiró. Tomó un fajo de papeles de su escritorio y lo ordenó con energía para cortar el flujo de emociones. —Lo tomaré como defensa propia esta vez. Pero que no se vuelva a repetir. Además, deberás ayudar en el jardín de la escuela después de clase por un mes y le pediré al entrenador que te ate en corto —hizo una pausa, me miró sin sus lentes una vez más—. ¿Vale? —parecía querer saber si estaba conforme. —Sí, señor. —Hay una cosa más: debes disculparte. Yo estaré contigo. No sabía si eso me reconfortaba, pero accedí de todas maneras. Salimos del despacho, su pesada mano me acompañó por el resto del trayecto mientras yo luchaba para que mis ojos no se humedecieran más de la cuenta. Entré primero a la enfermería y le vi: tendido en la cama con la nariz rota y un collarín en el cuello. ¿Qué tan fuerte le había golpeado? Esa satisfacción que tuve la primera vez no existía, solo horror. Mis manos temblaban. Mi boca se abría y cerraba sin detenerse. Quise darme la vuelta pero mi espalda chocó contra el cuerpo duro de Spears. Estábamos solos, los tres, en la enfermería. Spears me dio un suave empujón Y me rompí. —Yo… Lo siento. Él, desconcertado, me preguntó porqué lo sentía y como si hubiera abierto un grifo le conté… Mi problema. Ni Naomi, ni Naser, aparecieron en la hora del almuerzo o simplemente no me llamaron y no los vi entre todo el mar de colores. Y los rumores corrieron como la pólvora. Quién sí apareció fue una estegosaurio verde con una baraja de cartas. —E-elige una —parecía tímida. La miré a sus ojos verdes directamente y ella dio un respingo, ¿se sonrojó? Ay, si mi madre me viera cogiendo cartas de tarot ¿qué diría? “¡AH! ¿¡Ahora si crees!?” resonó en mi cabeza haciéndome sonreír. Delante de ella tenía la baraja de cartas, todas, abiertas como un abanico. —¿Qué quieres? —Tu carta. Elijo una y la colocó sobre la mesa. El mundo. Reconocí esa carta por… —¡Za Warudo! —grité, deseando espantarla. —¿¡Te gusta el anime!? —todo el miedo de sus ojos… se fue. Sonrió con toda su boca. Suspiré. Por supuesto a la loca del tarot le gusta el anime. No era mi día de suerte, ni siquiera sirvo de espantaviejas. —No, no mucho. Pero, he visto algunos que me han gustado. —¿¡Cual es tu temporada favorita!? Y así, se marchó toooooda timidez que ella podría tener. —¿Cuál es mi…? Vento Aureo. —¿¡Bruno? La miré como si estuviera loca. —Obvio —respondí. Iba a resoplar y echarme hacia atrás en el respaldo, hasta que recordé que no había respaldo y me caí por el extremo. Dejé salir aire de mi pecho como si fuera un balón inflado. —Mierda de día… Encima luego estoy castigado a cuidar el jardín. La estego apareció en mi campo visual procediendo a ayudarme a sentarme, y ella se sentó al lado. —Entonces nos veremos esta tarde, ¡yo soy parte del club de jardinería! ¿cuánto vas a estar con nosotras? —Un mes, ¿sois más? —¡Ya te presentaré al resto cuando sea oportuno! ¡Podremos seguir hablando después! Mierda de día.