[NOTES] Si eres menor, sáltate al momento en que llegan a casa de Damian al final del capítulo. Si me haces caso o no, es cosa tuya. Yo te lo advertí. [/NOTES] 31 de Diciembre de 2019 El despertador suena, la radio se conecta. Do you know what's worth fighting for When it's not worth dying for? Does it take your breath away And you feel yourself suffocating? Despertarse a veces era una odisea. Dolor de cabeza, espirales girando, una sensación de angustia agarrando la garganta. Era año nuevo, y sería la primera vez que lo paso sin mi abuela. Un suspiro pesado me hace tomar el insistente despertador de mi teléfono y mirar la hora: 7 de la mañana. Reviso WhosApp para mandarle un mensaje de buenos días a Fang mintiéndole sobre mi estado con unos emoticonos y un corazón. Ella aún está durmiendo, así que solo llega un stick. Does the pain weigh out the pride? And you look for a place to hide? Did someone break your heart inside? Entre mis mensajes, puedo ver que no han dado de baja el número de mi abuela y aún puedo ver su avatar, una foto nuestra días antes de marcharme a Volcadera Bluff. Mi garganta traga el exceso de saliva y mis manos tiemblan al ver la foto. El dolor en mi pecho sigue siendo tan insoportable como el primer día: un desgarrón de dentro a fuera muy similar a la sensación que podría dejar un xenomorfo saliendo del pecho. You're in ruins. Apago la radio de mala gana. Esa maldita banda me recuerda demasiado a Rebeca como para estarla escuchando más de una vez por año. De las cuatro, esa sin duda fue la peor ruptura que pude tener. No pensemos en eso. Levanta. Toma tu pastilla diaria y desayuna. Ahora una ducha. Intenta no golpear las baldosas, ya sabes que te harás daño y que deberás pagarle al dueño si rompes algo. El sonido de una notificación me saca de mi estado mental que solo podría describir como “autocompadecencia”, me lanzo sobre el teléfono más rápido de lo que voy a admitir nunca y, esperando que sea de Fang, muevo mis dedos rápidamente hacia las notificaciones. “Buenos días <3<3<3<3” Energía emocional restablecida. Me envía una foto de ella despertando en la cama. Sus plumas están desordenadas, la cara está marcada con la almohada, sus ojos tienen legañas… pero esa sonrisa que tiene en la foto revitaliza mi cuerpo mejor que cualquier café. —Ahora una tuya. —Estoy sin camiseta. —Ay. Tú y tus tatuajes. ¡No los puedes esconder para siempre! —Pruébame. El sonido de una llamada por WhosApp hizo que me asustara y casi suelte el teléfono, pero rápidamente me recompongo y acepto la videollamada mientras me pongo la camiseta del pijama. El camisón negro de Fang fue lo primero que vi mientras ella se reincorporaba en su propia cama, mi mente se había entrenado ella sola para ver su silueta entre el negro de las sábanas y de su propio pijama. Maldita sea mi cabeza cuando ella levantó la cámara desde su cintura hasta los hombros, donde se encontraba una única cinta mientras la otra se había deslizado por el hombro y colgaba tímidamente de su propio nacimiento. Cerré los ojos y puse el móvil mirando hacia el suelo. —Maldita sea… —Eres demasiado noble —escuché. Apoyó el móvil contra la almohada, se quitó el camisón y se puso una camiseta negra ancha. Estaba acostumbrado a ver su espalda mientras ella intentaba sacar las alas por los agujeros, a querer acariciarla y quedarme con el fuego en las manos, ella misma no permitía que viera nada más gracias a sus alas. Y yo no quería ni me podía quejar. —¿Te importa que lo sea? —le pregunté. —No, creo que lo prefiero a que seas un baboso. —No seré un baboso, pero por lo visto soy un “toyboy” —bromeé. —¡Ah! ¡Vamos! ¡Es solo un año! Fang seguía dándome la espalda, y mis ansias de estar con ella crecían con mucha fuerza. El cosquilleo en mis dedos, el temblor de mi mandíbula… —Esta noche haremos una semana —susurré—. Ha sido… la mejor semana de mi vida. Fang me miró de reojo y tomó el teléfono para ponerlo a su lado. Solía dar muchas vueltas. —Cállate, estúpido —estaba sonrojada, podía verlo. Volvió a meterse en la cama y abrazó la almohada donde movió el teléfono una vez más como si fuera yo—. ¿Y si te dijera que soy un monstruo? —Entonces seríamos dos monstruos —sonreí. Cada uno reconoció la sonrisa que le dio al otro, porque era la misma: la misma sonrisa que oculta más cosas de las que uno quiere contar. Verdades que el otro no quería soltar. Me mordí el labio inferior, un gesto que Fang pareció notar. —¿Estás teniendo problemas con el celo humano? … —¿Qué? —me quedé a cuadros. Ella miró a otro lado con los ojos mientras veía como su ala intentaba taparle la cara. Resultó que ella era igual de vergonzosa que yo. —Que si tú… —¡Entendí a lo que te referías! Yo no hago esas cosas —resoplé. —¿Por qué? ¿Es que no te…? —Porque estoy medicado —fui rápido y cortante. —¿Qué tú qué? —habló tan rápido que apenas sí pude entenderla. —Supongo que… he abierto la primera puerta sin querer —suspiré—. Te pasaré a recoger, ¿vale? No quiero explicar nada a través de una pantalla. —Muy bien. Damian colgó, dejándome con dudas en mi cabeza. ¿Tal vez había sido demasiado directo con él? Con este chico no había manera de avanzar bases, pero ¿ir a su casa? Oh, mierda. Mi cuerpo se congeló en mi cama como por un minuto antes de darme cuenta de todo lo que podría pasar, ¿qué me diría? ¿Qué haríamos? Nunca quiso ir a su casa conmigo, ¿podríamos esta vez? Deseaba privacidad, y en la mía no se podía de ninguna manera. ¡Oh, mierda! Me levanté de un salto, tomé rápidamente la toalla y le quité a Naser el turno de ducharse. —¡LO SIENTO! ¡VOY CON PRISA! —grité. Escuché el suspiro de Naser y su respuesta. —Avísame. El agua caliente azotó mi cabeza. Corrió por mi cabello y extendí mis alas para dejar que el agua pasara entre los espacios de mi espalda y mis extremidades extra. Las estiré junto a mi espalda y todas las vértebras sonaron como si estuviera explotando un papel de burbujas en mi interior. Y luego las dejé caer al plato de ducha. Champú. Gel para plumas. Secarse con la toalla y dos segundos en los que parecía un pollo con todas mis plumas abiertas, que fui peinando y secando con la secadora de mano. Rápido. Rápido. Salí del baño con la toalla alrededor de mi torso, dando zancadas grandes hacia mi habitación. —¡Tu turno, ala rota! —Vale, gracias —escuché antes de cerrar la puerta de un portazo. Maquillaje. Sombra de ojos naranja, eyeliner morado, rimel. Un suspiro. Mirarme al espejo. Permitirse dejar de verse como un monstruo, por un día. Atuendo habitual. Pulseras, móvil, collar en el cuerno. Sonreír. Sin ningún sentido, sin ninguna razón. Solo. Sonreír. Y sentirse bien con esa sonrisa. Comenzaba a refrescar incluso para los dinosaurios de sangre caliente, así que encima de mi habitual atuendo me puse una chaqueta de cuero, regalo de navidad de Moe. Mi padre estaba despertando en ese momento, salió de su habitación con el pijama y los boxers de rayas con más legañas que ojos. —Lucy, ¿qué haces despierta a las ocho de la mañana? —He quedado, papá —y pensar que hace un par de meses le habría dicho “métete en tus asuntos”. —¿Con el humano? —El humano tiene nombre —le dije. Tampoco estires tanto el chicle, viejo. Mi padre frunció el ceño, y luego sonrió sin dejar de apretar las cejas. —Así que, ¿te hace despertar temprano? —Él se despierta todos los días a las siete de la mañana —le expliqué. —¿Todos los días? —Todos los días —se rascó debajo del pico inferior pensativo—. No te preocupes, estaré aquí antes del almuerzo. Le traeré para que termine el pavo. —Muy bien. Ve con cuidado. Salí de casa justo cuando él llegaba por la calle y fui a su encuentro prácticamente corriendo hacia él, recibiendome con una cara de sorpresa que luego se tornó en una de las sonrisas más cálidas que él pudo haberme dado. —Vamos —le dije. Él se dio la vuelta y regresamos sobre sus pasos, volviendo a Skin Row caminando. Tuvimos una charla intrascendente, nada importante ni emocionante pero lo justo para hacernos del viaje más llevadero hasta su casa. Reconocí su edificio inmediatamente, y tomé su mano en un ataque de pánico y ansiedad cuya procedencia no entendí del todo. Subimos por la estrecha y maltratada escalera hasta su piso, y por mucho que tragara mi corazón no bajaba de la garganta. Metió la llave en la cerradura demasiado lento para mi gusto, o bien podría ser yo que estaba teniendo una experiencia de tiempo bala. Y luego la golpeó con el hombro. —¿Qué le pasa? —A veces se atasca. Tiró de la llave hacia dentro y empujó con el hombro un par de veces hasta que cedió y pudimos pasar. Él entró primero, dejándome espacio y cerrando detrás de mí. Era tan pequeña como veía en las videollamadas, y no olía tanto a leonera como él decía que olía. Tampoco había tanta ropa sucia, y pude ver que los botellines de cerveza habían desaparecido. Tampoco olía a cerveza. Lo que me lleva a… —¿Dónde la conseguiste el día de la playa? —En ciertos barrios de Skin Row no hacen preguntas —me respondió con una sonrisilla traviesa. ¡Ah! Por fin el baño. Sé que es una estupidez, pero nunca me lo enseñó y en cuanto estuve a tiro lo abrí de par en par para encontrarme… Un baño demasiado normal. —¿Tanto rollo para nada? —le pregunté con algo de molestia. —Todo rey tiene su… —Su trono. Ya lo sé. Pasé a la cocina, parecía que todos los electrodomésticos estaban ahí. Pude apreciar un viejo tendedero de metal puesto entre muebles, una lavadora, un pequeño horno, un microondas que había visto mejores días y un hornillo de cuatro fogones. —Todo vino con la casa —me explicó. La nevera era pequeña, de mi tamaño. Abrí la puerta esperando un completo vacío, pero encontré varios tuppers de comida y una DinoCola sin abrir. —Los domingos suelo cocinar para varios días —al escuchar eso tomé uno de ellos y pude ver una etiqueta que ponía “Lunes - Macarrones”. No quedaba mucho más que ver de la casa. La cocina tenía una pequeña ventana que daba a un patio comunal, abrí y me asomé viendo lo que parecía ser una plantación de hierba en el piso más inferior. —No me gusta el olor, así que cuando fuman cierro la ventana. —Ya veo, ya veo… Y ya solo queda una habitación por ver. Pude ver que él tenía planes de alejarse de la puerta para enseñarme su salón-dormitorio y yo fui más rápida, saltando sobre él y obligándole a sentarse en la cama con ayuda de mis alas. Puse mis manos en sus hombros y terminé de acostarle. —Por fin un poco de privacidad —salió de mi boca. Mi boca atrapó parte de su cuello y mordí con algo de fuerza, aunque no es que los pterodáctilos tuvieran demasiada fuerza de mordida… Un gemido. Se tapó la boca. Toda su cara estaba roja. Procedió a protegerse todo su rostro con los brazos en cruz como si fuera un chiquillo, y yo le hice cosquillas en los costados haciendo que saltara y huyera al fondo de la cama. —¡Te dije que no hicieras eso! —me gritó, abrazando la almohada como protección. —Que un machote como tú huya de una débil y frágil pterodáctilo como yo es irrisorio. —¡No me jodas, Fang! —¿Y si eso es precisamente lo que quiero? Pasó de rojo a blanco, y luego a rojo otra vez. Soltó la almohada y puso una mano en mi pico. Y luego me abrazó. Y le abracé. Entendí que no estaba listo. —Está bien, solo era una broma. —Muchas cosas están mal ahora mismo conmigo —dijo—, no puedo hacerlo. —¡Ah! La medicación, ¿la puedo ver? Él se soltó, hurgó en los cajones de su escritorio y me tiró una pequeña caja a las manos. Saqué el primer blister que tocó mis dedos, pudiendo ver que la mitad ya había sido consumida. Se sentó de manera pesada a mi lado. —¿Para qué son? —Depresión, ataques de ansiedad y trastorno intermitente explosivo. El depresivo de los ataques de rabia y la suicida. Buena pareja se fue a formar. —Entonces… ¿va en serio el que no sientes nada? —Pensé que no —soltó en un suspiro. —¿Pero? —Me empezaste a gustar. Esta vez fue él quien se puso encima, me tomó por los hombros y con todo su peso me hizo acostarme. Se quitó las gafas y me miró fijamente con esos ojos azules. Que estupidez. Entendía lo que me estaba diciendo, era consciente de que era la cosa menos romántica o erótica que alguien pudo decirme nunca, pero no podía evitar sentirme halagada de estar por encima de los químicos. —Entonces, ¿te golpeo más fuerte que la química? Él sonrió. —Mucho más. Se dejó acostar sobre mi pecho y yo le cubrí con mis alas. Él emitía mucho calor, y mis alas lo estaban atrapando deliciosamente. — Te quiero, Fang. — Yo también. Él tomó aire y se arrodilló en su cama. —No, lo que quiero decir es… ¿Crees que aguantemos hasta que nos tengamos que separar? —¿Qué pregunta es esa? —levanté la ceja. Decir que me había molestado un poco. —Estuve pensando en el trayecto a tu casa y… Aún es pronto para mí, pero, te las dejaré ver. —¿En serio? —mi voz sonaba más ilusionada de lo que debería haber estado. Tanto que él se echó un poco hacia atrás. —Hagamos esto, tú me cuentas un secreto y yo te cuento otro. Tú me dijiste ayer, delante de Naomi, pobrecita, no entendió nada, que tenías 18. El fugaz recuerdo de una Naomi que no era capaz de entender lo que pasaba y se había callado probablemente para no meter la pata fue completamente borrado cuando las manos comenzaron a temblarme al ver como se levantó de la cama y se quitaba la chaqueta. Quería hacerlo yo misma pero, como dijo, aún no se sentía listo para esas cosas. Y luego fue la camisa. No sé que me dio más impacto si los múltiples cortes y arañazos a lo largo de todo su pecho y espalda, las dos enormes cicatrices blanquecinas entre sus visibles omoplatos o las enormes alas blancas pintadas por toda la espalda que nacían precisamente de sus cicatrices y que usaba todos esos arañazos como los raquis de plumas sueltas. Suspiró, y se fue girando hacia su derecha para enseñarme el brazo, las raíces que subían hasta el hombro atrapando tres cortes rectos y delgados que subían hasta el mordisco convertido en flores de las mismas raíces. Siguió girando. El arañazo de un dinosaurio le había dejado una cicatriz de hombro derecho hasta el esternón, y había sido atrapado por una extensión de las raíces que tenía plumas atrapadas. —Therizino —señaló el brazo—, velociraptor —hombro—, el mismo velociraptor —espalda—, y deinocheirus. Todos los demás cortes no los recuerdo. Pero había algo, una en concreto que no estaba tatuada. Una cicatriz fea, recta y grande situada debajo del ombligo. —¿Y esa? —Apendicitis —dijo con una sonrisa—. No, es broma. Es de una puñalada. No tenía mucho más que decir. Todo su cuerpo estaba hecho un desastre, varias cicatrices eran feas. Extendí los brazos y él se acercó lentamente, podía ver en su cara que aun no estaba seguro de todo esto pero dejó que mis dedos pasaran por encima de la cicatriz de su brazo derecho. El tacto se sentía tan extraño en la yema de mis dedos que una avalancha de emociones golpeó mi mente: repulsión, miedo, tristeza… deseo. Me levanté para seguir acariciando su brazo, su piel se erizó y decidió cortar ahí el contacto dando un paso hacia atrás. —¿Puedes decirme como te los hicieron? —Un secreto por otro, preciosa. Maldito. Me lo pensé seriamente, yo aun no estaba lista para contarle todo de mí y él se estaba abriendo lentamente en mis narices. Envidia y un pequeño ataque de pánico me invadió. Miedo, a que supiera lo que hice y me rechazara. Me mordí el labio inferior cerrando los ojos con fuerza y no los abrí aunque él pusiera sus manos en mis hombros. —Ey, cuando estés lista. No tenemos prisa —su voz era comprensiva y tierna. Pero yo debía soltar carga. —Quise ser una reina pirata —solté tan rápido que a él le costó procesar. Me hizo muchísima gracia ver como pestañeaba varias veces a alta velocidad, mientras parecía imaginarlo, pero pude contener mi risa—. Me da tanta vergüenza que cada vez que venías quitaba o escondía las fotos, o las ponía bocabajo. Tomé aire y suspiré. Eso se sintió… ¡muy bien! Sentía como una parte de toda la carga que había estado ocultando se fue dejando más espacio en mi pecho para respirar, y cuando él sonrió en vez de burlarse, que es lo que esperaba, se formó un hueco en mi pecho. No un agujero negro, no un vacío que me quitaba el aire. Era puro sentimiento de libertad. —Eso es muy lindo. —¿De verdad lo piensas? Su respuesta fue besar mi pico por encima, cerca de mi orificio nasal. No necesitaba ninguna palabra más, de verdad lo pensaba. Y ese gesto tan tonto me hizo sentir… reconfortado de alguna manera. Suspiró y se sentó a mi lado. —De manera resumida: peleas entre bandas. —¿Estuviste en una banda? —me reí—. Mi viejo tiene razón, eres un criminal. —Algo así, nunca llegué a iniciarme. Mi abuela pidió mi custodia antes. —¿Qué? —se hincó de hombros —Ya te contaré. Me mordí el labio inferior. —¿Puedes acostarte? —Claro. —Bocabajo. —¿Eh? —Por favor. Se rascó la cabeza pensativo, me hacía recordar a un mono del zoo cuando hacía esas cosas y no pude evitar sonreír. Accedió a mi petición y se acostó bocabajo en su cama y yo me subí encima. Mis manos acariciaron la tinta con nerviosismo, recorriendo su dura espalda de abajo a arriba con la punta de mis dedos. Sentí calor en mi pecho y para aligerar me quité la chaqueta, pasando a besarle en mitad de la misma espalda. Decir que estaba fascinada era decir poco, algunas cicatrices a pesar de ser finas se veían feas, y otras parecían muy profundas. Besé cada una de ellas desde la cadera hasta los hombros, apoyando mis manos en sus alas de tinta y apretando la piel con mis dedos. La dura piel humana. Cuero fortalecido a base de golpes y cortes, suave al tacto. Terminé con un beso en su nuca, haciendo que él se erizase. —¿Qué haces? —me preguntó. —Darles cariño. —¿Por qué? ¿No te son feas? —Lo son. Pero me gustan. —No lo entiendo. —No tienes por qué. Me acosté en su espalda. Sentir su calor, escuchar cómo debía respirar más fuerte para compensar mi peso y, sobretodo, ese sentimiento de tranquilidad. Pura magia. Sin pensamientos intrusivos, sin ruido en mi cabeza, sin deseos de volármela. Paz. —Fang. Damian se movió y eso me hizo abrir los ojos y obligarme a sentarme a un lado de la cama cuando él se dio la vuelta y miró el teléfono. —Fang, nos quedamos dormidos. —¿Cuánto? —Como una hora. Son las 11 de la mañana. Fruncí el ceño y le tomé de los hombros. —Estúpido simio —le acosté con toda la fuerza que me permitieron los músculos—. Estaba cómodo… —¿No tienes que volver a casa para comer? —”Tenemos”, le dije a mi padre que te llevaría conmigo para que terminaras el pavo. —¿A qué hora? Gruñí. Demasiadas preguntas. Saqué mi teléfono, puse el despertador a la una de la tarde y lo dejé en el escritorio. —Ahora deja de decir estupideces. Me subí encima suyo y volví a apoyar mi cabeza en él, esta vez en su pecho, sobre las raíces. —¿Estoy cómodo? —Mucho. ¿Podemos dormir un poco más? —Seh. Naser había conseguido sobreponer sus emociones al cómo se sentía el día anterior respecto a Naomi, pero una vez Fang se fue por aquella puerta ya no fue capaz de callar esas voces en su cabeza que le insistían en que Naomi estaba tramando algo. ¿Por qué se sentía así? No lo sabía, solo reconocía que Reed tenía razón y esa sensación desagradable que creía en su pecho era, nada más y nada menos, que celos. Golpeó el saco de boxeo de su habitación en un ataque de rabia. Era un pterodáctilo pero, en ese momento, se sentía como un maldito nyctosaurus. Y su puño volvió a golpear el saco. Una, y otra vez, hasta que dio un mal golpe y su muñeca se torció hacia dentro. —¡Mierda! —gritó. Tiró de sus dedos corazón y anular para separar su articulación y abrió y cerró su mano varias veces. No parecía torcido. Suspiró de manera pesada y volvió a azotar el saco de boxeo con la mano sin dañar a modo de desquite y buscó entre sus cajones una venda para envolverse la muñeca. Su habitación era tan amplia como la de Fang, pero mientras su hermana tenía la habitación abarrotada y congestionada de instrumentos musicales y “cosas de chicas” él la tenía de cosas deportivas: un saco de boxeo ahí, unas mancuernas en otro lado de distintos pesos, y varios aparatos pequeños más. Naser tenía la costumbre de usarlos en una rutina suave los fines de semana y festivos, pero llevaba días sin tocarlos… Y cuando lo hizo por una vez en toda Navidad va y se hace miga la muñeca. Suspiró con pesadez. Abandonó su habitación y bajó las escaleras en busca de algo de hielo para ponerse en la muñeca. —¿Y este chico hizo todo por su cuenta? —escuchó de su padre —Todo —Samantha. —¿Por qué crees que lo haga? —Naser se acercó más, pero el crujido de las escaleras reveló su posición y su padre miró hacia la puerta de la cocina, donde se encontraban—. Naser, ¿tú qué piensas? —Ah… No estoy seguro —dijo—, Lucy le conoce más. —Pero te estoy preguntando a ti —gruñó. Naser entendió que prefería no preguntarle a su hija sobre el chico humano que había hecho la cena—. Damian es un tipo extraño, tiene fama de violento en el instituto y es un secreto a voces que agredió a unos chicos en la azotea —Ripley gruñó más—. Pero esos mismos chicos le estaban haciendo bullying a un amigo suyo anteriormente, así que estoy dividido en ese sentido. Por otro lado, creo que desde que murió su abuela se siente solo y Fang le hace compañía, y que cocine para nosotros es una manera de demostrar algún tipo de aprecio. Se rascó la nuca. Naser era consciente de lo que diría sería utilizado contra Fang en algún momento, y él mismo no estaba seguro de que él fuera una buena … “Al diablo con ello”, pensó. —Lo cierto es que él es una buena persona en el fondo. He visto cómo ha parado los ataques de ansiedad de Lucy simplemente estando presente —un ataque de ansiedad que él mismo empezó, lo cual aún amargaba su interior—. Y en general tratar con ella se ha vuelto menos tedioso. —Ya veo. —¿Por qué? ¿Qué ocurre? —Nada —dijo Ripley, marchándose de la cocina. Nadie lo sabía, pero hacía menos de veinticuatro horas le habían llegado los antecedentes penales del joven rubio, y lo que vió fue suficiente para hacer que el comisario del distrito levantara la ceja, pues en pocos años consiguió una gran cantidad de denuncias por: tenencia ilícita de armas blancas, vandalismo, múltiples ¡múltiples! Cargos de agresión, daños a la propiedad pública, y posibles conexiones con bandas extremistas. Todos impugnados, pagados, de alguna manera desestimados o directamente sin pruebas. Siempre se conseguía escapar de la justicia. Sin embargo, esos cargos que eran prácticamente su pan del día a día se ven increíblemente reducidos cuando su abuela toma la custodia, aunque no cesan como tal hasta tres años antes. Curiosamente para él, por las mismas fechas que comenzó a tomar medicación y que también veia reflejado por los partes médicos. Ripley entró a su despacho y cerró la puerta, revisando nuevamente el informe que le había llegado al ordenador. ¿Se había reformado? En su juicio muy pocas personas lo hacían con sinceridad, delincuente una vez delincuente siempre. Pero ni su instinto de policía ni su instinto de padre parecía tener algo en contra de ese chico, ¿es que lo que había visto fue suficiente para anestesiarlo? ¿Es que de verdad él mismo había notado los cambios de su hija problemática cuando él estaba cerca? ¿Había sido comprado por dos cenas? No, debía haber algo más. Reconocía que había algo en el chico, algo distinto. Pero no podía dejarlo ir. Por inercia llevó la mano a su cajonera y tocó el arma que tenía guardada. Se alarmó. No estaba en su posición original. Tomó su revólver y lo examinó detenidamente, abriendo el tambor y dándose cuenta de que la bala había sido desplazada del lugar: alguien había estado jugando con su pistola. Y solo una persona sabía dónde estaba exactamente su arma. Miró al suelo, viendo su moqueta gris coloreada por lo que parecían salpicaduras de líquido. Se agachó, inhaló sobre los residuos acuosos y su experto olfato pudo identificar los químicos del maquillaje. Tenía demasiado rodaje como para no hacer la escena en su cabeza y emular, como hacía en su trabajo, lo que pudo haber pasado llevándose el dedo a la cabeza y apretando un gatillo imaginario. Sangre salpicada sobre el armario de su izquierda como resultado. Lo había visto demasiadas veces, y muchas tantas esa sangre le salpicó a él. Pero en la vida, jamás, se le habría ocurrido que su propia hija… El peor escenario. Abatido y destrozado dejó caer sus cien kilos de peso sobre la silla, preguntándose si había sido un fracaso como padre mientras su interior se deshacía por dentro y aguantaba la más profunda desesperación que un padre puede aguantar. Preguntándose… ¿qué había hecho mal? ¿Fue dejarla de lado? Habían probado de todo, desde ser laxos con ella a la rudeza, pero primero habían sido acusados de que no mostraban interés en su hija por los servicios sociales y luego de ser demasiado sobreprotectores venido de ella misma. Entonces, ¿qué? ¿Qué más debe hacer? ¿debería hablar con ella? Pero ¿y si el hablar con ella provoca que esta vez sí coloque bien la bala en el tambor? Suspiró y abrió dicho tambor de su revolver, volcando la bala sobre su mano y guardando el pequeño proyectil en el bolsillo delantero de su camisa. Hablar con su esposa no iba a pasar, Samantha vivía en un mundo de fantasía propio para no darse cuenta de que su familia se deshacia como una galleta en el café de la mañana. Una fantasía de la que él habia despertado de la peor manera. No podia decirselo a su hijo y hablar con Damian tampoco era opción puesto que era, aparentemente, la única amistad que tenia Lucy que no era una mala influencia y, tal vez, preguntarle sobre si sabía de eso podria causar su alejamiento de su hija y una recaida en viejas costumbres por parte de ella. Irónico. El delincuente especista era el candidato más apto para ser su amigo. Lo que le llevó a su primera reflexión. ¿Era Damian una buena influencia? Desde luego mejor que la triceratops y el velociraptor drogadicto. De alguna manera, tendría que hablar con él, por su hija… por él mismo. Necesitaba saber si había cambiado. Devolvió la pistola al cajón y volvió al ordenador leyendo de nuevo el informe, algo que pudiera decirle o arrojarle pistas sobre qué podría hacer a continuación, pero sabía que era inutil. Y volvió a sentirse como en esos casos donde nunca encontraban una salida y se quedaban archivados, esos donde la familia perdía y él mismo era devorado poco a poco por la culpa de no haber encontrado un culpable, un motivo o una justificación. Y con eso en mente se levantó hasta las vitrinas a su izquierda, llena de fotos, trofeos, medallas y diplomas de toda su carrera policiaca, abriéndola con un suspiro y tomando una foto donde él era un joven pterodáctilo no muy distinto de Naser en apariencia sonriente, con la aleta de su cabeza aún sin devorar por el bolo de aquel día. Sin sus cicatrices. ¿Cuántos debería tener? ¿16 años, tal vez 17? Abrazaba a un tiranosaurio gris por el cuello, sonriendo con inocencia. Tiempo después había decidido seguir con el legado familiar y volverse policía, a pesar de que tenía detrás de él una hermosa carrera delictiva y conexiones a la mafia italiana de la que su compañero formó parte y ahora dirigía junto a su cadena de restaurantes y puestos de envío de pizzas. Ah… Era eso. Ya… Lo entendió. Levantó los hombros con un suspiro y volvió a su sonrisa habitual confiada y llena de dientes, las cejas casi juntas y la frente arrugada. Ya sabía lo que había que hacer. La alarma sonó despertándonos a Fang y a mi. Por horas nos habíamos quedado en la misma postura y ahora nuestro cuerpo reaccionaba de la manera más lenta posible llegando incluso a escuchar las alas de mi palomita crujiendo y chascando sus cartílagos. Ella se estiró para coger el teléfono pero yo atrapé su mano y rápidamente le robé un beso que la sacó de situación, tanto que tuvo que separarse sentándose en mis piernas. —¿Qué haces? —me preguntó. —Deja que suene —susurré cerca de su oído. Despertarse tonto. A veces pasaba. Mis manos invadieron su espalda y mientras la volvía a acostar sobre mi y, con una mano puesta en su mandíbula, mordía lentamente el cuello cubierto de diminutas plumas y escamas. —Espera —soltó con un suspiro—. ¿Qué haces? —Jugar —le respondí. Como si tuviera garras, mi mano izquierda pasó entre sus alas con la intención de arañarla provocando que ella se doblara hacia atrás mordiendose el labio inferior y dejándome hueco para clavar mis colmillos en la base de su cuello. Podía sentir su cuerpo indefenso entre mis brazos, abierto como un libro dispuesto a ser leído de la manera más minuciosa posible. Mis dedos de mi mano libre se entrelazaron con la opuesta, sintiendo su temblor inocente y su desconcierto general con cada beso y mordisco que iba por su cuello y que se negaba a perderse. Un jadeo salió de su boca cuando besé su esternón. —Para… —me pidió. Su mano estaba caliente, su rostro enrojecido. Pupilas dilatadas. Su respiración profunda era tan fácil de apreciar… El teléfono dejó de sonar y mi juego con ella, por lo que duró el zumbido, terminó. La solté. Fang se reincorporó, sentándose sobre mí y tomando el teléfono, mirándome con fuego y rabia en sus ojos. Forcé una sonrisa viendo como por sus ojos estaba la idea de soltarme tremenda cachetada. Fui rápido. —¿Perdón? —¿Qué mierda te pasa? —soltó. —Solo estaba jugando. —¿Crees que soy el mando de la Pachystation, mamón? —¿No te gustó? —¡No dije eso! ¡No puedes decir que no estás preparado y luego hacerme eso ! Arqueé las cejas, levantando mi torso y abrazándola por la cintura —Pensé que te gustaría. —¡No dije que no me gustara! ¡Pero, Damian, por Jesús Raptor! ¡Eres un chico listo! ¿¡Te gustaría que yo te dejara ca…!? —no terminó la palabra. Apretó los labios, puso sus manos en mis hombros y me empujó contra la cama. Ese fue el beso más furioso que me había dado nadie. Invadió mi boca y jugó con mi lengua usando de la suya lo justo y necesario, como si hubiera estado calculando las medidas exactas para una boca humana. Y se separó cuando sintió que me faltaba el aire. Jadeaba, y yo también. —¿Qué fue eso? —le pregunté. Toda mi habitación daba vueltas alrededor de Fang, no sabía muy bien si por el shock o por la falta de aire. Mi cuerpo hizo combustión. —Venganza —dijo ella, lejos. Cuando me quise dar cuenta, Fang estaba en el baño revisándose los mordiscos que le había dado por todo el cuello, pero ninguno se había quedado impreso entre tanta pluma y las pequeñas y duras escamas de su piel… que tenían cierto sabor salado que no me desagradaba, para ser justos. Me levanté de la cama y me puse la camiseta mientras la admiraba. Un dinosaurio. Si me lo llegan a decir solo seis meses antes me habría burlado de esa persona, y hace tres años probablemente le habría golpeado. Pero ahí estaba, disfrutando de los restos del sabor de la boca de uno en mi propio paladar, tratando de no consumirme a mí mismo en mis propias llamas a pesar de acercarme a ella lentamente. Besé su hombro más próximo, y Fang me recibió sonriendo. Con ella cerca la ansiedad simplemente desaparecía, se convertía en combustible. Era extraño, porque cuanto más lo pienso más me debería sentir rechazado hacia mi mismo y hacia ella por lo que es, lo que fui y todo mi odio hacia ellos… Pero no. Esa parte de mi estaba en paz, como si sus besos hubieran surtido algún tipo de efecto y todo estuviera… Bien. —¿Cuánto tiempo tenemos? —le pregunté. —Lo programé a la una, así que ¿media hora? —Bueno. A pesar de tener la misma altura pude abrazarla por la espalda y apoyar mi mandíbula en el hombro que había besado, respiré con tranquilidad su aroma y cerré los ojos concentrándome solo en el calor que daban las plumas de su espalda, las más densas que tenía ella. —Nunca pensé que fueras tan cariñoso —me dijo. —¿Por? —No dejaste que te tocara por encima del cuello más de una vez, hasta hoy. Y hoy, me besas, me abrazas, elevas la temperatura, y haces cosas que nunca pensé que harías. —¿No te gusta? —No dije eso —repitió por tercera vez—. De hecho, me gusta que seas así. Pero todo fue tan repentino, que simplemente no he tenido tiempo de procesarlo. —¿Voy más despacio? —Y ya van dos cosas que nunca pensé que fueras, ni que esas tres palabras salieran de tu boca —suspiró, sentí su mano rascando lentamente mi cuero cabelludo por mi coronilla. Abrí los ojos a tiempo para ver su sonrisa pícara que tanto me gustaba, como todas sus sonrisas—. Nah. Suspiré, su tacto era muy suave. —Damian —dijo de repente. —¿Sí? —Secreto por secreto: tú eres mi primera pareja. ¿Qué fue ese sentimiento tan extraño de felicidad que subía por mi espalda con toda la adrenalina? Un subidón de energía tan brutal que ella se quejó de que no podía respirar; sin querer la había abrazado con fuerza, así que la liberé. Pensé rápidamente en qué decir, y luego miré el póster de Gorillaz que tapaba el agujero de la puerta del armario. Secreto por secreto. —Lo hice el día que murió mi abuela —dije, y acto seguido quité el poster. Fang abrió y cerró la boca varias veces hasta que decidió no decir nada y simplemente me miró con lástima. Era la primera vez que esa mirada no me hacía hervir la sangre, en su lugar me hizo sentir mal conmigo mismo. —¿Te hiciste daño? —Un poco. Vino a mi y me tomó la mano derecha. —Bobito —fue lo único que dijo al respecto. Y no hablamos más de eso. Volví a colocar el poster. Tiré toda la magia a la basura con eso último, lo pude sentir. La atmósfera se había ido al carajo por decirle eso, miré al suelo mientras me rascaba la coronilla e intentaba… PAM. Di un paso hacia delante por la inercia, mis brazos se habían encogido en la misma posición que un rex y probablemente mi voz lanzó una de mis notas más agudas de contratenor a pesar de la fuerte tensión en mi mandíbula que tenía en ese momento y lo apretado de mis labios. —¿Me has dado una…? —no me lo podía creer. —Seh. Lo hice. —¿Por qué? —me froté. —Estabas poniendo esa cara de muerto otra vez, y se me ocurrió. —Pero… —Nah, sin peros. La atmósfera se había ido solo en mi cabeza, por lo visto. Sonreí, pero joder que me hizo daño. —¿Hacía falta darme tan fuerte? —¿Ah? ¿Siquiera lo sentiste? Casi me dejo la mano en eso que llamas cu… —¡VALE! Su sonrisa triunfadora. Mi cara ardiendo. —Aún eres muy tímido. Gruñí. —Espera a que te agarre … —¡Uh! —comenzó a reírse—. ¡Qué miedo! Volví a gruñir, esta vez jugando, agachando mi torso como una bestia a punto de lanzarse provocando que Fang se asustara unos momentos y me diera el tiempo suficiente para atraparla con un abrazo. —Bien, ¿y ahora? —ella tenía una sonrisa muy curiosa, entre incomodidad y nerviosismo. Expectativa. No tenía otra, debía seguir con esto puesto que había lanzado la amenaza. Y eso hice. La tomé por debajo de los muslos y levantándola en peso sin mayores problemas la llevé hasta el trozo de pared entre la cocina y el baño. —¡Wow! ¡Wow! ¡Wow! ¡Quieto, fiera! —fue diciendo por todo el trayecto—. ¡Vale, tú ganas! ¡Bájame! Todo el oxígeno de sus pulmones salió cuando su espalda chocó contra el muro y yo, sonreí. —Que tonto eres —me dijo, abrazando mi cabeza—. Ahora, bájame. —Beso. —Cuando me bajes. —Nah, ahora. —Puedo esperar a que se te cansen los brazos —sonrió de manera juguetona. —¿Con tu cuerpo de pterodáctilo? Cariño, esos huesos huecos y todo ese cartílago te hacen mucho más ligera de lo que crees. No debes de pesar más de 48kg, puedo estar así unos buenos minutos. Fang estaba perpleja, pestañeó varias veces antes de poder hablar. Probablemente le había atinado a su peso. Suspiró con cierta molestia sin soltar su sonrisa, y me besó rápidamente en los labios y yo la bajé lentamente. —Me he dado cuenta de algo. —Dime —le pedí. —Te sabes muy bien la anatomía de los dinosaurios, ¿por qué? —Para contarte eso te tendría que decir como tres secretos seguidos, y uno de ellos no estoy listo para que lo sepas. Entrecerró los ojos con algo de molestia, pero simplemente accedió y se dio por vencida tomando su chaqueta del suelo así que hice lo mismo y me puse la chaqueta —Deberíamos irnos ya, conejito. —Detrás de ti, princesa. La puerta volvió a atascarse… Puta madre, y puta puerta. Llegarían a la casa de los Aanon con más tiempo del que pensaban: no había ninguna presencia asesina en la entrada a modo de gárgola. Aunque los dos suspiraron cuando entraron en la calle de la ptero y se resignaron a volver a la mentira que era ocultar que estaban juntos. —Vamos, anímate. Seis meses pasan volando —dijo ella. —Fang… ¿Y si no quiero que pasen? Ella sonrió pensando que su novio no tenía remedio ninguno, riéndose para sus adentros de lo contradictorio que era él a veces no solo por lo indeciso que era, tal como un herbívoro, sino de lo bruto que podía llegar a ser como un carnívoro. Para Fang, esos cambios eran interesantes, como poco, y bastante queridos y deseados. Ya estaban en la puerta, ella sacó las llaves y resopló antes de abrir la puerta. —Muy bien, Fang, es el momento de actuar —susurró antes de entrar violentamente, como siempre hacía—. ¡Papá, mamá, traje al simio para que termine de cocinar! —¿No te has pasado un poco? —Fang se puso un dedo en el labio y tiró de él hacia dentro del hogar y él, con fastidio, se dejó empujar. Damian miró por todos lados como solía hacer cada vez que entraba. ¡Ajá! ¡Una foto de Fang vestida de pirata! Se acercó a la misma sonriendo mientras por el rabillo del ojo veía a Naser salir de la cocina con una bolsa de hielo en la muñeca. —Oh, ya estáis aquí. —¿Qué te ha pasado? —le preguntó sin mirarle, revisando la foto en el interior del marco que había cogido. —¿De qué hablas? —La venda. Naser se miró la muñeca, olvidando que había vendado su mano horas antes y sintió un desagradable escalofrío al darse cuenta de que el humano había visto su muñeca sin dirigirle una sola mirada directa. —¿Cómo diablos…? —¡No lo sé! —saltó Fang con una sonrisa similar a la de un infante enseñando algo impresionante—. ¡Él solo lo hace, y ya! —Se supone que los humanos son cazadores, ¿por qué diablos él tiene visión periférica? —Supervivencia —respondió el aludido—. Oye, estás muy linda en esta foto. Fang se dio cuenta de a qué se refería, y con un grito estridente le quitó la foto de las manos y volvió a dejarlo en su puesto, esta vez boca abajo. —¡No mires! ¡No toques! ¡No revises! —Pero, ¡Fang! —el chico sonreía—. ¡En serio no es nada de lo que avergonzarse! Apretó los labios mientras se sonrojaba, de nuevo no sabía si golpearle o besarle y como estaba en su casa procedió a golpearle en el hombro con su mano. Para Fang la reina pirata de Lucy no era algo que deseaba recordar, no tanto por la vergüenza que le pudiera dar sino por lo que implicaba: huír de sí misme. Por eso lo odiaba, y por eso no quería que su novio la vie… “Nada de lo que avergonzarse”, eso golpeó en su cabeza con retraso pero con fuerza y reverberó en su cráneo como en una cámara de eco. Puso la foto de pie. Damian le enseñó sus cicatrices, y ésas eran las suyas, aunque ninguno de los dos supiera exactamente cómo se las hizo el otro. Naser parpadeó, no estaba seguro de qué estaba viendo pero esos dos ¿habían cruzado los límites de la amistad, o eran cosas suyas? No, eran cosas suyas. Simplemente eran buenos amigos, lo habían sido desde hace algún tiempo, ciertamente algunas amistades podian resplandecer más que otras. Ripley bajó por las escaleras en cuanto escuchó las voces. —Buenas tardes, señor —Damian saludó. —Buenos días, aún no hemos comido. —Buenos días, entonces —corrigió. Volvió a subir las escaleras con una sonrisa en los labios. —¡Naser! —el hermano menor se alertó por la voz del humano—, no me contaste qué te hiciste. —Carajo… Golpeé mal el saco de boxeo que tengo en mi habitación. —¿Tienes uno? ¿Puedo verlo? —sus ojos brillaban. El menor miró a su hermana completamente confundido, y ella respondió asintiendo con la cabeza. —Muy bien. Damian subió las escaleras junto a Naser, entrando después de él mientras el ptero resoplaba y abría la ventana que daba al patio interior. El chico humano posó la mano sobre el cuero del saco con un aire de nostalgia, acariciando la textura rugosa antes de dar un golpe seco y agitar el saco. —Hacía tiempo que no golpeo uno. —¿Hacías algún deporte de contacto? —preguntó él —A mi abuela le comieron la cabeza con que las artes marciales orientales podrían ayudarme a controlar la rabia. Sorpresa: no lo hicieron. No como todos esperaban. —¿Quieres golpearlo más? —Por favor. Naser sonrió, pocas veces podía hablar o compartir lo que le gustaba con otra gente que no fuera el club de atletismo o sus amigos de otros equipos deportivos, que se la pasaban más tiempo entre entrenamiento y novias que con sus propios amigos, así que ese momento le resultó agradable. Fang subió poco después, viendo como Naser aguantaba el saco por un extremo mientras el humano propinaba golpes bastante decentes al saco. Su hermano, por el otro lado, de quedarse en silencio pasó a instruirle un poco; que si brazos más arriba, que si usar el cuerpo. Fang sentía cierta satisfacción al ver a esos dos llevándose bien, eso haría las cosas más sencillas a futuro, aunque al verla ambos se detuvieron al instante. —¿Te diviertes? —¡No! —dijo Naser de repente—. ¡No pudiste verle! ¡Estabas de espalda! Y Damian levantó la ceja. —¿De qué hablas? Paré cuando tú paraste. Fang estalló a carcajadas. —¡Vaya dos idiotas! No te preocupes, ala rota, te acostumbrarás. —¡Qué paré cuando él lo hizo! —Lo que tú digas, conejito. Damian apretó los dientes sonrojándose, frunciendo el ceño y resoplando por la nariz mientras Naser entendía el mote de “conejito” mejor que antes: era una forma burlona de referirse a esos ojos inquietos. Ella bajó cuando escuchó a su madre llamar desde la cocina. —Bueno, esta noche probaremos si eso tuyo está bueno —dijo el hermano menor. Probablemente se hubiera sonrojado aún más al oír eso si no lo hubiera razonado correctamente. Pero, de todas maneras, debía confirmarlo. —¿Te refieres al pavo? —Claro, ¿a qué si no? —Eh… No, no importa. ¿Sabes si alguien va a venir, de los amigos de Fang o Naomi? —Se supone que Naomi vendría hoy, pero no estoy seguro. Lleva unos días un poco extraña. De la boca del humano salió una pequeña risita que fue rápidamente apagada por la mirada desaprobatoria del ptero café. —Lo siento, es que. Es hilarante. Naomi siempre fue para mi una chica muy extraña, demasiado alegre. —¿Y qué tiene? —Por instinto tiendo a desconfiar de la gente que es así. Quiero decir, ¡nadie puede estar verdaderamente feliz todo el tiempo! Ni nadie puede estar verdaderamente triste todo el tiempo. —¿Te sacaste esa frase de una galletita china? —Mira… —caminó hasta la puerta de la habitación de Naser, mirando las escaleras con otra mirada nostálgica—. Es experiencia. Es todo. ¿Le has enviado algún mensaje? —Claro. —Pero no has hablado con ella. —No. Oye, tú has tenido cuatro novias, ¿verdad? Sabes de temas amorosos —él asintió con la cabeza—. ¿Qué hago? —Hablar con ella. —¿De qué? —De lo que sientes. Suspiró y se rascó la cabeza, de pronto sus zapatos eran más interesantes para observar que la afable mirada azul. —Reed dijo lo mismo. —Reed está en una esfera de pensamiento propia, chaval . Naser ignoraría el significado de “chaval” ya que no parecía una palabra malsonante por sí misma. Suspiró, una vez más. Ese humano que tenía delante no se parecía en nada a esos que veía por Skin Row, o al mismo profesor de matemáticas. Desde hacía tiempo que el tímido Damian con cara de perro enfadado había desaparecido casi por completo, y sabía que eso se debía a la influencia de su hermana… Su hermana haciendo de buena influencia, que chiste. Era la segunda vez que Damian se sentaba en la mesa de los Aanon, en la primera el padre había gruñido ante la distribución anterior colocando a Naser entre el invitado y Lucy. Y esa vez no fue distinto. Ripley aun no podía permitirse dejar a su hija en manos de un, ahora sí y con todas sus letras, delincuente juvenil. Aún quedaba ese resquicio de desconfianza pues, en su experiencia, aquellos más mansos por fuera eran capaces de hacer los peores delitos, y mientras Samantha servía la pasta uno le llegó a la cabeza: un humano, moreno, de naríz ganchuda y barbilla prominente. Oscar, ese era su nombre. Oscar había sido culpable del asesinato de, se supiera, 12 mujeres dinosaurios embarazadas. Recordaba su sonrisa espeluznante, y era gracioso pensar que un humano que era fácilmente desmontable por el golpe más nimio de su propio ser era capaz de golpear de esa manera ese instinto natural de supervivencia que era el huir del peligro. Todos los humanos que conoció, en mayor o menor medida, tenían esa capacidad. Sin excepción. Ripley aún tenía pesadillas recordando la sonrisa de Oscar tras el cristal de la habitación de visitas de la cárcel. Cuando se le preguntó a Oscar el porqué mujeres y porqué embarazadas, él dio esa sonrisa dejando el juzgado tan helado como en la mismísima glaciación. Su voz suave como la seda acarició los oídos de todos: —Reducción demográfica. Dos palabras. Solo le costó dos palabras para hacer que la mitad del jurado tuviera que levantar sesión. El recuerdo de las mujeres llorando tras la puerta de la sala de deliberación fue acompañado por la voz de Samantha. —¿Cielo? Ripley se había puesto pálido, su mirada estaba desenfocada y no pudo ver la cara de los muchachos delante de él aunque bien sabía que le miraban con preocupación. Tiró del vaso de su cerveza tomándolo de un trago. Exhaló —Estoy bien —dijo de manera seca con el ceño fruncido, pero suavizó su rostro cuando su esposa se acercó más a él en una cara de mayor preocupación—. Estoy bien, de verdad. Samantha no insistió más, ni ninguno de sus hijos, y tuvieron el almuerzo sin decir muchas palabras al respecto. La familia Aanon pocas veces hablaba en la mesa, y en parte era culpa de la hermana mayor siendo ésta la fuente de los mayores problemas y discusiones en la mesa. Simplemente habían preferido callarse a montar una escena delante del invitado. Muy incómodo. Cuando terminaron Fang le pidió a Damian subir a su habitación, con la excusa de preparar algo para la banda y si bien Ripley resopló, mirando con extrañeza la risilla de Samantha, los dejó ir. —Bueno, ¿qué pasa? —le preguntó Damian—. ¿Sabes que cuando mientes tu ceja izquierda se levanta más que la otra? —No hagas eso, es raro. —¿El qué? —Estudiar las conductas de los demás, no lo hagas. —¿Por qué? Fang resopló dejando caer sus hombros, se llevó una mano a la frente pensando en lo estúpido que podía ser su novio a veces. —Da grima. Decirle que eso era parte de un comportamiento que solía ver en los casos de su padre estaba de más. De hecho, y ahora que lo pensaba, Damian podía haber sido parte de todos esos casos que escucharía en la sobremesa antes del cataclismo que acabó con ella… por lo que una pregunta salió inocentemente de su boca, como un susurro casi inaudible. —¿No habrás matado a alguien? En cuanto brotó de su boca sintió toda esa aura que golpeaba su instinto de supervivencia aplastándola, y sacándole el aire. No tenía miedo de él, confiaba lo suficiente en el rubio como para creer que no iba a tener un ataque de ira contra ella… pero sabía cuándo había metido la pata. Y la había metido hasta la rodilla. —Lo siento, Dami… Yo no quería… Él suspiró. Se sentó en la cama. Volvía a tener su cara de muerto, esa que la había acompañado durante todo su luto. Todo un baño de rojo brillaba en la habitación emanando de su novio, pero Fang no estaba para apreciar sus colores. —Hoy haces unas preguntas muy raras —dijo, con voz calmada. —Escúchame —rápidamente se puso delante de él y le tomó las manos—. Sé que no lo harías, ¿vale? Fue una pregunta que no debió salir de mi cabeza. Dami, mírame —él apartó la mirada—. Mírame, por favor… —¿Te pasa a menudo? —A veces. —¿Secreto por secreto? Fang sonrió. —Sí. Fang solo podía intuir lo mal que se sentía su humano por los colores que emitía, su rostro decaído y sus ojos perdidos y sin brillo. Pero en su memoria era la primera vez que él mismo buscaba algo para salir de su propia situación, estaba luchando. Y eso lo llevó a la idea de su acercamiento inicial: le estaba salvando, y a la vez podía notar como ciertas cosas en ella misma habían mejorado para bien. No pudo resistir las ganas de abrazarlo y le rodeó la cabeza con sus brazos tirando de él, apretando su cara a la opuesta —Fang… —¿Sí? —Estás llorando. —Cállate, bobo. Ella sonreía, y a él poco a poco se le fue contagiando esa sonrisa hasta que los colores rojos y estridentes cambiaron a unos cálidos mucho más relajantes. El humano suspiró antes de comenzar a hablar. —No, pero vi uno. Te hablé de que estuve en bandas, ¿cierto? —Fang asintió—. En una pelea contra otra, vi como le pegaron un tiro en el pecho. Era un amigo, pero no recuerdo su cara ni su nombre —trataba de mantener la voz calmada pero Fang, hija de policía, sabía bien que detrás de eso había un temblor en las palabras. Temblor que su padre aún tenía para ciertos casos—. Escuchamos el disparo, y todos se fueron. Yo vi a mi amigo caer y me quedé a apretar la herida mientras la ambulancia llegaba. No llegó a tiempo. —¿En serio eso fue en España? —Un barrio complicado. —Me toca… Damian le tomó del pico, impidiendo que ella lo moviera. Eso molestó lo suficiente a Fang como para que agitara su cabeza zafándose del agarre e hiciera el amago de morderle los dedos, conteniendose a hacerlo de verdad por el fugaz beso en la mejilla que le dio el humano. —Guárdatelo, por ahora. Escucharon el sonido de unos nudillos contra la puerta, y los dos se giraron con cierto nerviosismo ante la idea de haber sido descubiertos. Suspiraron con alivio cuando lo primero que vieron fue la mujer de plumas plateadas en la puerta, ofreciendo una bandeja con lo que parecía té. —He hecho té, pensé que querrían. —Gracias, mamá. Samantha dejó las tazas en el escritorio de su hija y abrazó la bandeja, no sin antes cerrar la puerta tras ella. —Entonces, ¿ya están saliendo de manera oficial? —preguntó ella, provocando el sonrojo de ambos—. Él me pidió el muérdago, me pareció una idea muy romántica. —¡Sabía que esa escenita antes de irnos tenía trampa! —dijo Fang en voz alta, separándose de Damian y señalándolo con el dedo. Él sacó la lengua a respuesta, levantándose para tomar el té y soplar. —En cuanto lo vi en el árbol tuve la idea —dio un sorbo—. Maravilloso, ¿y dónde dijo que encuentra las hierbas? —De un mercadillo cerca, querido —explicó Samantha—. De un titanosaurio hindi. —¿El que está cerca de Little Troodon? —preguntó Fang—. Mamá, esa zona está cerca de ser Skin Row. Deberías tener cuidado. Samantha se rió por lo bajo dentro de su pequeño pico. —Tu madre sabe defenderse, querida. E igualmente tu padre no me deja tranquila cuando voy por esos lugares. Damian tomó la taza de Fang y se la acercó, dándole una sonrisa siendo devuelta por ella y dándole un sorbo lento. El calor del agua bajó por su garganta, subiendo la temperatura de su cuerpo y haciéndola exhalar. —Entonces, ¿alguien más lo sabe? —Solo tú, mamá. —¿Y eso porqué? —Porque decidimos que lo nuestro tenía fecha de caducidad al día siguiente —explicó Damian—. Yo volveré a España, y dudo que mis padres me dejen estar en una universidad de aquí. —Y yo aún no sé qué quiero hacer. Y no sé tanto español como para irme para allá con él. —Y no quiero que vengas —dijo él. —¿Por qué? Fang se levantó de un salto, con el ceño fruncido y la tasa de té apretada en sus manos. —¿Y separarte de tu madre, tu padre? ¿amigos? Lo siento, no puedo. —¡Damian! —Fang alzó la voz—. ¿¡No crees que eso es cosa mía!? —¡Mi madre hizo lo mismo con mi padre! —gritó Damian—, ¡Las pocas veces que esos dos pasaban por casa era para gritarme a mi o para gritarse entre ellos! ¿¡Sabes cuántas veces he tenido que soportar escuchar “¿yo dejé a mi familia por ti?”, Fang!? Demasiadas. Si fueran otras personas las que tuviesen en frente esa discusión se habría alargado horas. Pero, de la misma manera que se conocieron, ninguno de los dos quiso gritar mucho más llegados a un punto. Miradas de vergüenza aparecieron en ambos mientras la madre carraspeaba. —Duren seis meses o duren el resto de su vida, ocultarlo les hará daño. —Es complicado, mamá. —No —cortó Samantha sonriente—, no lo es. Vosotros lo estáis haciendo complicado. Fang y Damian no se miraron ante la muestra de sabiduría de la pterodáctilo plateada. Sabían que la madre tenía razón, pero en sus cabezas la idea de “es complicado” hacia de muro contra el propio sentido común. —Me debes dos secretos —dijo Damian de repente, cortando un silencio incómodo entre la pareja. —¿Jugando a Secreto por secreto? ¡Tu padre y yo hicimos lo mismo a vuestra edad! —Mamá, creo que es suficiente… —Su primer amor fue- —¡¡MAMÁ!! Fang se sonrojó como nunca antes, ante la risa suave de su made y la mirada pícara de su novio. —Eso me interesa. —¡No! —Fang tomó a su madre por los hombros y amablemente le pidió que saliera con un gesto—. Mamá, creo que deberias irte ya abajo. —Muy bien, Lucy. Vendré a recoger las tazas más tarde. Y ella se marchó cerrando la puerta tras ella para darle a su hija y yerno un momento extra de intimidad. —Es la mejor suegra que he tenido nunca, se enrolla muchísimo. —Es muy metomentodo. —Es tu madre —sonrió con algo de tristeza—. Te tengo envidia, ¿sabes? Tal vez sean rudos contigo pero, estan ahí. —A mis 13 me gustaba un humano de una banda. Tras oír eso Damian tardó en reaccionar. Era lo que menos se esperaba en ese momento y lugar. Para él se sintió como si le hubieran tirado una piedra a la cabeza y ella sintió de nuevo ese alivio similar a arrancarse una tirita de la piel. —No jodas, ¿cual? —Una boyband. —No… ¿Coreana? —¡NO! … —hizo una pausa, tomó aire y lo soltó de una—: One Direction. —No… Oh, dios… Damian no sabía si reírse o llorar pues el bombazo de tal revelación había sacudido todo lo que podía creer de ella más que cualquier otra cosa. Pensar que la chica punk indie antes le gustaba la música Pop comercial, fue como si hubieran tirado todo el puzzle que tenía de ella a la basura. Y era sumamente divertido. —¿No me estás vacilando? —insistió. —¡NO! — Que fuerte… —susurró llevándose las manos a la cabeza. Contenía la risa. —¡Damian! — Que fuerte . Parecía como si se hubiera quedado en esas dos palabras como un disco rallado, imposible de avanzar más allá. Y cuanto más se quedaba ahí más vergonzoso era para Fang, que comenzó a jugar con la tela de sus perneras al ver que su novio no podía procesar la información. —¡Dami! —insistió—. ¡Prometimos no reírnos! —A ver… O sea… que fuerte . ¿Le estoy cumpliendo la fantasía a una niña de 13 años? —¿Es lo único que sacaste en claro, puto mono? —¡Obvio! Fang refunfuñó y robó la taza de té de las manos del humano para dejar ambas en el escritorio, dejando el camino libre a este último para tomarla de la muñeca y tirar de ella, forzando un abrazo que Fang dudó en corresponder. “Está bien” murmuró ella antes de ceder. —¿La niña de 13 años está feliz? Shock. Azul oscuro. Colores fríos, densos, algún negro. Su propio ritmo haciéndose más y más pesado. Sus ojos no sabían en qué mirarse y apretó su cuerpo contra su pareja mientras la ansiedad subía por los talones. ¿Lucy? ¿Feliz? ¿Después de todo? Lágrimas silenciosas bajaron por su mejilla empapando el hombro de Damian, que si bien no entendía el porqué su novia se echó a llorar decidió consolarla acariciando la zona alrededor de su cuerno con cuidado. Y es que, por mucho tiempo, imaginar a esa Lucy preFang era imaginarla llorando, oculta en una esquina de su mente en su propia oscuridad, cubierta con sus alas para evitar todo tipo de miradas mientras arrancaba las mismas plumas de su cuerpo formando una suerte de nido a su alrededor. Esta vez… se veía así misma tomando la mano presentada de un maldito skinnie rubio, secando sus propias lágrimas. —¿Por qué cambió la imagen? —se dijo en su mente—. ¿Qué me hiciste, maldito mono? La niña no era feliz, pero parecía dispuesta a comenzar a serlo. Frotó su cabeza contra la del humano real, sintiendo como él dejó salir aire por sus fosas nasales como podría hacerlo un toro o la chimenea de un tren, pero con un tono comprensivo que desentonaba con la fuerza del soplido. —Eso te costará un secreto —dijo en voz baja, con su ya de por sí áspera voz tomada por el momento. —Valdrá la pena. —La niña podrá serlo. —¿Qué quieres decir? —Shh… Ocultó la cabeza contra el pecho humano, metiendo las manos bajo ropa para sentir todo el calor de su cuerpo a la vez que le rodeaba con las alas. A pesar de sentirse invadido Damian decidió no mover un solo músculo y seguir acariciando la cabeza de su pareja, podía pasar por alto su propia neurosis y “frikearse” después. Fang fue quien se separó primero. —¿Que ha pasado? —Es mi mayor secreto. Oye, puedes ser muy lindo… a veces. Damian solo sonrió con el objetivo de no cagarla, mientras rezaba para que algo les interrumpiera sabiendo que, de manera irremediable, abrir la boca iba a romper el momento. El sonido de una llamada del Talkcord. Él celebró por todo lo alto en su interior mientras Fang iba a su portátil y movía el ratón para desbloquear la pantalla. La alegría fue cortada cuando vio que la videollamada era de Trish y se escondió del rango de la cámara, cosa de la que se dio cuenta Fang apenas aceptó la comunicación. —¿Qué haces? Trish tuvo un primer plano del pecho de Fang, provocando la mirada de extrañeza de la triceratops. —¿Fang? —Ven aquí, estúpido. —¿Fang? ¿Con quién estás? Damian hacía gestos indicando su disconformidad a salir en cámara, y Trish solo podía ver el rostro arrugado de Fang que le gruñía e insistía en ir con ella. Ese forcejeo duró poco, pues enseguida ella fue a tomarle del brazo y tirar de él, y si bien ofreció resistencia la genética de Ripley se notaba y para superar su forcejeo tendría que hacerlo con mas intensidad… y demasiada cabezonería por su parte podría llevar a una discusión. Suspiró y se dejó arrastrar. La cara de Trish se fue agriando mientras la del humano aparecía en pantalla. —Vamos, ¿qué te pasa? —Que va a pensar cosas raras —susurró él—. O peor: que lo sepa. —¿Y si ya no me importa que se entere? —¿Y si yo sí? —¿Enterarme de qué? —preguntó Trish con molestia. Fang miró a Trish y sonrió con malicia, esa típica mirada que ponía cuando iba a hacer una gamberrada, provocando que la mente del rubio fuera a su máxima capacidad para esquivar la bala… —De que somo- —Buenos tocando el piano. Ni siquiera le dejó terminar la frase. Damian arrugó la frente resoplando, mirando directamente a su novia. —Eso es estupeeeendo, bro. Podriamos usaaarlo. Reed asomó la cabeza, con los ojos rojos y exhalando humo gris por sus fosas nasales. —¡Reed! —llamó Fang con alegría en su voz—. ¿Qué haces en casa de Trish? —Estaré con ella en año nueeevo, Fang. Para que no esté sola, ya sabes —los dos se dieron cuenta de que estaba mas ido de lo normal—. ¡Daaamian! ¡Bro! ¿Qué haces ahi? Mucho más de lo normal. —Lo invité a mi casa para que no estuviera solo. —Bro, “¿hablaron?”. Damian rápidamente recordó el encuentro en la playa, una visión fugaz de la fiesta en el que Reed le decía de “hablar con Fang”. Apretó los labios, se llevó a Fang fuera de la visión de la cámara y susurró. —En la fiesta Sage y Stella me preguntaron si me gustabas, y él me aseguró que yo te gustaba a ti, y me insistió para que hablara contigo. —¿A ti también? —el chico levantó la ceja, reconociendo que elle tampoco era especialmente habil ocultando miradas—. Creo que deberíamos ser honestos; mi madre tiene razón, lo estamos complicando por tontos. Fang se alejó un par de pasos, hasta que sintió el férreo agarre del humano en su muñeca. —Antes de que lo sepa todo el mundo, debes saber algo de mí. Te lo contaré… solo necesito… Tiempo, ¿vale? Ella levantó la ceja. —Vale Damian sonrió levantando los pulgares y se asomó a la cámara, apoyándose en el escritorio. —Hola, lince , ¿cómo va todo? Digamos que estamos en ello, ¿va? Reed parecía pensativo, y luego asintió con la cabeza antes de levantarse de la silla y acostarse en una cama monoplaza desordenada del cuarto de Trish. — Fang —llamó Damian—. ¿Estás segura de que estos dos no son pareja? —¿Pareja? —la pronunciación destrozó los oídos de Damian—. ¿Qué es eso? — Novios. —¡AH! No, no que yo sepa. —¿Ahora se hablan en español? —gruñó Trish, pero el humo producido por el propio Reed la había anestesiado de alguna manera y su común rostro de enfado se había suavizado considerablemente. Fang volvió a entrar en el rango de la cámara del portátil, sentándose en la silla y rodando hasta el escritorio. —Sí, me está ayudando con el idioma —respondió ella contenta por sus avances—. Todos los días me hace practicar un poco, he mejorado mucho. —Sí —añadió él—. Ahora su forma de pronunciar no me hace daño en los oídos. —Tu manera de pronunciar tampoco es una maravilla para los míos, españolito —replicó Trish. —No quiero oír comentarios xenófobos de alguien que pone Portugal en Italia. —Mátate, skinnie. Damian sonrió burlón. —¿Solo se te ocurre eso? Estás perdiendo facultades, ¿o es que ya agotaste toda tu puta munición, desgraciada? —Chicos… —la voz de Fang. —Tienes suerte de que no esté ahí o te embestiría. —Claro, claro. Si llegas, enana. —¡Vaya! ¡Y hablando de réplicas de calidad! ¿Solo se te ocurrió eso, cerebro de mono? —Es para que lo captes. —¿Sabe ya alguna de tus cuatro novias que te has ocultado entre dinosaurios, tiralanzas? —¿Sabe tu madre que fumas porros? Fang decidió intervenir antes de que se tiraran más golpes bajos, levantándose de la silla y separando a Damian del portátil. —¿Qué te pasa? —preguntó Fang con un tono de voz irritado, pero preocupado por la reacción del humano—. Normalmente no reaccionas así. Damian debía ser franco: llevaba uno o dos días que no era capaz de aguantarse así mismo, y en parte, además de por sus propios problemas emocionales, se debía a la falta de tabaco en su organismo. —Estoy dejando de fumar… —resopló. —¿Por qué? Él bajó la voz. —Por ti. Ella apretó los dientes, preguntándose si su novio era un pan de dios o un tremendo gilipollas. —Dami, no puedes dejar eso de golpe. Te hará más daño que bien, y ya tienes muchas cosas que cargar —fue al cajón de su ropa interior y le tendió un paquete de cigarrillos y su mechero rosa—. Ve abajo, fuma uno, relájate y vuelve. Uno. —¿Mentolados? —Yo no te los he dado. —Claro, ahora vuelvo. Eres el mejor, Fang. Fang sonrió con cierta ternura. —Lo sé, ahora vete. Él se guardó el tabaco en el bolsillo y salió de la habitación, dejándome con Trish. —Bueno, ¿a qué llamabas? —Sí, ahora que tenemos intimidad. ¡Feliz año, Fang! —Podrías haberme dejado un mensaje —repliqué sonriendo, volviendo a la silla del ordenador. —Quería verte —Trish se sonrojó ligeramente. —Damian tiene razón, estás fumada. Ella sonrió con algo de picardía, cuando Trish estaba fumada o bebida tenia momentos en que Trish tiraba fichas a todo el mundo y, la verdad, me sorprendió que no le tirase a Damian sabiendo que ella aún sentía amor platónico por algunos humanos cantantes y actores. Trish le dio un sorbo a un termo y exhaló. —No, no estoy fumada. Yo no he fumado nada. Es el tonto este que hizo su burbuja de humo de mierda en mi habitación. —Pues abre la ventana. Trish se levantó de su silla y me enseñó el el jersey térmico y los guantes de lana. —No puedo, hace demasiado frío fuera. —Ponte una bufanda o algo, Trish. Es más peligroso para ti quedarte en esa burbuja que abrir la ventana. Ella sonrió de manera estúpida y asintió con la cabeza, preocupándome enormemente. Pocas veces había visto a Trish así de ida, por lo que supuse que Reed estaba nuevamente probando nuevas proporciones de carfentalino… lo que significaba que había tenido otra pelea con sus padres. Esperé a que Trish se pusiera la bufanda y un gorrito de lana y entornase la ventana para que todo el humo saliera de su habitación. Con el primer soplido de aire frío ella pareció despejarse lo suficiente para reconocer la situación y recobrar su mirada de cabreo supremo gruñendo desde lo más profundo de su garganta, esta vez dirigida a un Reed completamente roque. Suspiró desechando la posible idea de matarle. —Reed estuvo solo en Navidad —dijo Trish de repente, con una mirada en profunda pena—. Y mi madre tiene que trabajar este Año Nuevo. —¿Quieren venir? Damian hizo la cena, tenemos de sobra. —Me encantaría, pero debo cuidar de mis hermanos menores. —¿Y si nos pasamos por ahí? —Ni se te ocurra, es un barrio muy peligroso para ti. —Traería a mi guardaespaldas. —Fang… —gruñó. Se llevó la mano al tabique nasal y suspiró con fuerza—. Él ya ha mandado a cinco personas al hospital, ¿crees que es sensato estar con él a solas? Levanté la ceja. —Claro que sí, todas esas veces tuvo un motivo. —¿Te estás oyendo? Estás disculpando a un tipo peligroso y agresivo del que apenas sabes algo. Esta vez fui yo quien gruñó, iba a replicarle mil cosas, como usar una palanca para romper coches o, si era tan peligroso, dejar que se uniera a la banda sin tanto problema. Sentí mis cejas apretándose la una con la otra y mi mandíb… Espera un segundo… —¿Sabes si los humanos gruñen? —pregunté. —¿A qué viene esa mierda de pregunta, Fang? —Trish, es importante. ¿Recuerdas alguna vez en todos nuestros años de seguidoras de boyband que un humano gruñera? Ella se llevó las manos a la cabeza, resoplando nuevamente desde su garganta. Pero accedió, y rascándose el cuerno pareció buscar en su mente algún recuerdo que implicara “gruñido humano”. —Sí pero… No era ni de broma tan fuerte o tan amenazante como el de un dinosaurio. El director Spears no cuenta, desde luego, ese hombre no cuenta como “homo sapiens”. Eso hizo que me levantara de la silla de un salto, mirara a la puerta y luego me dirigiera a la ventana. ¿Y si él…? No, no podía ser. ¿Verdad? Damian me saludó desde la esquina de un árbol de la calle de enfrente. —¿Fang? —Trish cortó el hilo de mis pensamientos. Le saludé de vuelta y volví a meter mi torso dentro de mi habitación. —Lo siento, estaba pensando en algo. —¿Es que el skinnie gruñe? —dijo con tono jocoso. —¿Eh? No, olvídalo. Cuéntame, ¿pudiste celebrar Nochebuena con tu madre? —Ah, sí. Por lo menos tuve eso, aunque me gustaría que no tuviera que tener dos trabajos para pagarme la matrícula. Estoy pensando en buscar yo uno para el verano y ayudar a mamá un tiempo. Trish se apoyó en su escritorio, usando sus propios brazos como soporte mientras resoplaba. Creo que hacía mucho que ella y yo no teníamos una conversación sobre algo que no fuera ropa o música. Sinceramente, creo que ella estaba aún algo ida. —Eso suena muy bien. —Las ventas de VVRUM DRAMA tampoco han ido todo lo bien que me gustaría. —¿Cuánto hemos vendido? —Dos discos, uno al skinnie y otro a su amiga. ¿Tienes su número? —No, pero él seguro que lo tiene, ¿por qué? —Me resultó simpática, es todo. Simpática, ¿eh? Sonreí con todo mi pico de manera juguetona. Dejé que mi espalda reposara en el respaldo de la silla y me crucé de brazos. —Bueno, siempre tuviste cierta inclinación hacia las mujeres. Trish se sonrojó y se alejó de la pantalla cuando dije eso, refunfuñó. Frotó sus hombros y se levantó para cerrar la ventana por lo que pude escuchar. —No, no es eso. Bueno, no sé. Pero me parece una chica increible. Como baila, como habla. Su acento… No sé. —¿Quieres que le hable a Damian de…? —No, no le metas en esto —suspiró—. No, no estoy enamorada, Fang. Ni estoy desesperada para que él me haga de alcahuete. La admiro, de verdad. Es todo. Quiero decir… —nunca se había pisado tanto con las palabras—. ¡La tía mola! —Lo sé. Trish miró a una esquina de la pantalla y luego al teléfono móvil que tenía cargando a su lado, volviendo a suspirar amargamente. —Hace tiempo que no hablamos de nuestras cosas, la banda nos tiene absorbidos. Pero debo colgar y despertar a este estúpido para que me ayude a hacer la cena para nosotros dos y cinco monstruitos. —Yo también echaba de menos estos momentos, chao. Trish me sonrió antes de colgar. Y yo me asomé a la ventana… ¿Qué hacen mi padre y Damian fumando en la calle de enfrente?... Salí de la habitación de Fang ocultando el tabaco y el mechero en mi bolsillo, disculpándome con Samantha por mi necesidad de “tomar aire” y caminé hasta ponerme detrás del árbol que había en frente de la calle. La caja había sido usada y uno de todos ellos ya había desaparecido. La volqué en mi mano y uno de ellos cayó, recé para que Richard no me viera haciendo lo que juré no hacer otra vez, pero ya había llegado a un punto en que sentía frío bajo mi piel, mientras mi propia dermis ardía: síndrome de abstinencia. El mechero tenía poco gas, pero pude hacerlo funcionar tras darle varias veces a la mecha y encender mi tan necesitado pinchazo de nicotina. Una calada. Soltar. Una canción en mi cabeza a la que fui siguiendo el ritmo con un débil tarareo. I'm never gonna dance again Guilty feet have got no rhythm Though it's easy to pretend I know you're not a fool I should've known better than to cheat a friend (should've known better, yeah) And waste the chance that I'd been given So I'm never gonna dance again The way I danced with you, oh El solo de saxo que había mostrado a Naser y Naomi… Suave. Fang se asomó por la ventana y yo la saludé con la mano, devolviéndome el saludo antes de entrar. Le di otra calada al filtro, cerré los ojos y dejé que el humo profundizara en mis pulmones antes de soltarlo por la nariz. La calle estaba silenciosa, tanto que podía escuchar las voces dentro de los mismos hogares. No voy a mentir diciendo que no disfruté de esos sonidos e incluso llegué a tenerles cierta envidia pues ésa podría ser mi última navidad acompañado de un ser querido, por lo que a mí respectaba, y debía disfrutarlo. Una puerta cerrándose me sacó de mis pensamientos, y un enorme pterodáctilo color café se acercó a mi, miró a ambos lados de la carretera vacía antes de cruzar y mirarme a mí y al cigarro en mi mano, que no temí en darle otra calada. —No deberías fumar a tu edad —me dijo con rudeza. —Lo sé, lo estoy intentando dejar —respondí sinceramente—. Pero ya me estaba dando abstinencia. Ripley no dijo gran cosa, miró a su propia casa y sacó su propio paquete de tabaco, tendiendome otro nuevo filtro a pesar de que tenía el mío a medio acabar. —Ten, no te gastes el tabaco de mi hija. —¿Cómo sabe que…? Resopló como si la pregunta le hubiera insultado de manera personal. —Fui detective, Damian —respondió—. Homicidios. Creo saber cuando mi hija tiene un bulto sospechoso en sus pantalones o protege su mochila más de la cuenta. Y dame el mechero. Terminé con el cigarro de Fang y encendí el nuevo rápidamente antes de dárselo. Ripley tuvo varios intentos para poderlo encender en condiciones y darle una calada a su filtro. —¿No fuma en casa? —Samantha es alérgica al humo, y si prohibo fumar en casa debo ser consecuente con mis propias normas. ¿Y tú? ¿Eres consecuente con lo que haces? —Intento serlo. Él sonrió, pero sin arrugar su cara. Era extraño ver en él una sonrisa más paternalista que de guerrillero. —Estuve viendo tu expediente. Tienes un increíble pasado criminal. —Señor, todo lo que hice lo hice para sobrevivir. —No he venido a reprocharte nada como policía, chico —le tiró una calada a su cigarro y expulsó el humo por las fosas nasales de su pico—. Estoy como padre. —¿A qué se refiere? —Te gusta mi hija, ¿verdad? Me quedé blanco. El padre de Fang no sabía ser sutil y ya nos habíamos delatado muchísimo en la fiesta de la playa como para que el padre, comisario y exdetective, no supiera todo con solo vernos. Negar lo no evidente, es privacidad, pero negar lo evidente era directamente mentir y sabía que si Ripley estaba dejando la placa a un lado y hablando conmigo “como padre” quería respuestas sinceras, sin mentiras. —Sí. Me gusta su hija. Él asintió, cerrando los ojos como si hubiera sabido que diría esa respuesta y a la vez esperaba no oírla. —¿Cuánto? —¿Disculpe? —levanté la ceja, sin comprender del todo su pregunta. —Cuanto te gusta Lucy. —Señor… Si le soy sincero, no lo sé —di una calada mientras él me daba una de sus típicas miradas fulminantes—. Si sabe de mi ficha, sabrá donde casi estuve metido —él asintió—. Fang… Estuvo para mí cuando nadie más lo hizo, y cuando murió mi abuela estar con su hija era el único momento en que yo volvía a estar vivo. Pude haberme suicidado esa misma noche, y las noches siguientes… y no lo hice. ¿Por qué? No lo sé. Ni siquiera éramos tan íntimos. Pero pensar en ella siempre me hizo devolverme de vuelta a la realidad, e imaginarla llorando… simplemente… No. Los dos dimos una calada —Me recuerdas a mi —dijo exhalando el humo—. Casi me uno a la mafia italiana, y de igual manera hice muchas cosas que hoy mismo sé que son reprochables. Así que, como padre, debo preguntártelo: ¿serás sincera con ella? —Llevo un tiempo queriendo contárselo, señor. Pero es difícil, no puedo ir y decirle simplemente “Fang, a mis 14 mientras tú estabas fantaseando con las boyband yo casi me meto en una banda antidinosaurios extremista” —Situaciones difíciles necesitan de hombres fuertes, Damian. Si de verdad has cambiado, lo harás. Resoplé. Ripley tenía razón. Lo he estado alargando demasiado, y ya llevábamos una semana. Pero tenía miedo, y Ripley pudo sentirlo por cómo puso su mano en mi hombro. —Señor, pensé que me odiaba —reconocí. —Seré sincero, Damian. Prefiero que mi hija esté con una persona con, vamos a decir, menos antecedentes penales esquivados. Y no creo en la reinserción de delincuentes. —Usted cambió, ¿qué pasa con los demás? —Yo quise cambiar, ¿los demás cambian porque quieren o porque deben? ¿Cambiarás tú porque quisiste, o cambiarás cuando yo se lo deba decir a mi hija? —¿Tengo fecha límite? Él solo sonrió, apurando sus últimos milímetros de tabaco antes de soltarlo por la nariz. —No. Pero no puedo permitir que estés cerca de Lucy sin que ella sepa con quién se está relacionando. No deseo meterme entre mi hija y el hombre que ha elegido —¿a qué se refería?—, pero lo haré si esa persona sé que es una mala influencia, aunque solo consiga que ella me odie más. —Comprendo… Ripley me estaba dando una especie de “bendición”, o más bien la forma de obtenerla. Y solo debía decirle el bombazo más gordo de todo: mi vergüenza y pecados. Temblé bajo la mano de Ripley, pues perder a Fang no era algo que yo pudiera soportar tan fácilmente. Me mordí el labio inferior antes de apretar el cigarro con los labios y aspirar el resto del cilindro buscando calmar mi creciente ansiedad. —Maldita sea… —solté, soplando todo el humo de una sola vez. Él sonrió, me tendió un chicle y se llevó otro a la boca masticándolo de camino a su propia casa, y dejándome en la acera preguntándome qué hacer, y cómo tanto callarme como decir la verdad iba al mismo final: perderla. … Apreté los dientes, mientras un gruñido de pura molestia salía de lo más profundo de mi garganta. Pero… Al menos la perdería siendo sincero. Fang volvió a saludarme con la mano, pero esta vez tenía extrañeza en su cara. Parecía que nos había visto hablar. No pude saludarla, solo me llevé el chicle a la boca y mastiqué lentamente, sentándome en el borde de la acera para meditar lo que había pasado. Lo que no esperaba fue que la misma Fang saliera de casa y se sentara a mi lado. —¿Te ha echado la bronca? —Para nada. Pude ver la preocupación de Fang y sentir la mirada penetrante de su padre clavándose en mi cabeza, como si me estuviera apuntando con un francotirador. —¿Puedo hablar contigo? Hay algo que debo contarte antes de que acabe el año. —Claro, entremos. Se levantó, y yo le tomé la mano. —No. Aquí… Porque si te lo digo existe la posibilidad de que no me quieras volver a ver. —¿Eres gay? —¿Qué? Ella sonrió. —Estoy bromeando, marica. Solo dime. Hice un globo con el chicle y tras terminar de sacarle todo el sabor lo tiré al suelo. ¿Por dónde empezar? —¿Recuerdas las bandas que te dije? —Fang asintió. Las palabras salieron de mi boca sin freno, como tirar de una tirita, y su cara fue un mosaico de un estado de broma, a sorpresa, tristeza, y por último ira contenida. Apretó los labios, buscó otro punto donde mirar que no fuera yo, y aceptó su derrota con un suspiro. Mis gafas volaron y mi cara se sintió arder. No había visto el golpe, lo cual era un logro encomiable, e incluso me hizo dar un par de pasos hacia atrás antes de reponerme y… Sin espirales. Sin rabia. Ese lado de mí estaba completamente en silencio, anestesiada por una mirada dolida y llena de sentimientos que ni siquiera ella podía separar del todo. —Todo este tiempo… Las cicatrices —aguantaba un llanto—. Tu negativa a … ¿Por vergüenza? Quería que la tierra me tragara… Enterarme de que las bandas a las que se había unido Damian eran ultraradicales contra los dinosaurios fue, doloroso… por decir poco. Pero no quería golpearlo, nuevamente me había dejado llevar por un torrente de rabia y un extraño sentimiento de traición hacia él. Sentía mi barbilla doblarse, mi pecho temblar y mi garganta agarrarse por si misma. Lo comprendí. Las cicatrices, los tatuajes, no las tapó porque fueran feos, las tapó por su puta vergüenza. Se marcó su propio cuerpo para recordar su propia miseria, el hueco del que prometió no volver a entrar. Pero me sentía utilizade, utilizada, utilizado… En todos los pronombres que el inglés me podía permitir. Usado. Y lo peor: ni siquiera había un motivo para sentirme así. Y mi otra mano le abofeteó con la misma fuerza, y él no se defendió. No gruñó. No se movió salvo por el efecto de mi propio golpe. Su espalda chocó contra el árbol y de un arranque tomé sus gafas y las guardé en mi bolsillo. —¿Por qué? ¿Por qué lo hiciste? No hubo respuesta, o no podía saberlo. Probablemente estuviera todo tan mezclado en su cabeza que ni siquiera él sabría como desenredar sus propios hilos mentales. —No lo sé —reconoció—. Yo… —suspiró. —¿Qué hago contigo, Damian? —susurró—. Mi maldito novio casi es un miembro del Klan. —¿Sigo siendo tu novio? —preguntó como si no se lo terminase de creer. —Imbécil. A pesar de toda esa rabia del primer momento no era capaz de estar enfadade con él por mucho tiempo, todo se fue en cuanto escuché la voz lastimera y patética proveniente de su garganta “¿sigo siendo tu novio?”... Quería golpearlo otra vez. Y en parte lo hice, usando mis puños para machacar su pecho contra el árbol. —Maldita sea, Damian. Estuve pensando por días que no sentías nada por mí, y me entero el mismo día que estás medicado y que tienes tal cargo de consciencia que no eres capaz de… Nada. Eres el novio más inutil que he tenido. —Soy el primero. —¡Ni se te ocurra pensar que eso es algo bueno, estúpido! —Entonces… ¿me perdonas? —No tengo que perdonarte nada, skinnie. —¿Entonces por qué me abofeteaste? —se quejó, frotándose las mejillas. —Tú no eres el único con ataques de rabia. Y no te quejes o te calzo otra. —No, gracias. Fue el golpe más fuerte que he recibido en mucho tiempo. Abrió y cerró la mandíbula, parecía que se la había desencajado ligeramente. Le tomé de la mano y le dio un tirón para que viniera conmigo. —¡Ey! —se quejó ante el tirón—. ¿Aún quieres que esté en nochevieja contigo? —¡Mis planes contigo no han cambiado, niño radical! Voy a quitarte toda esa tontería de encima. Él se detuvo en el portón, pude ver bien su rostro mirando hacia Skin Row con clara intención de huir. Como un conejo asustado. —Si huyes —le dije—, sí que no querré saber nada más de ti. Abrí la puerta y entré en casa, dejándola abierta y subiendo rápidamente las escaleras. Escuché la puerta de casa cerrarse, y sentí como mi mundo se iba hacia a desmoronar, juro, juraba, que pensé había huido. Pero le escuché subir por las escaleras, y la torre de naipes se convirtió en hormigón y cemento romano. Cara hinchada, desarreglado, con la mirada perdida y mis manos marcadas en sus mejillas. Pero ahí estaba. —Cierra la puerta. —¿Y tu padre? —Cierra la puta puerta, Damian. Él cerró en silencio, y yo salté sobre él poniendo el pestillo de mi puerta a la vez. Lo que me hizo él a mi esa mañana, se lo devolví a mi manera; apretándole por los glúteos y, si bien no podía levantarlo, el beso que le robé fue suficiente para sacarle todos los pensamientos de una sola vez. Me separé. Y le di otra cachetada provocando su grito. —¡Joder, para de golpearme! —Cierra la boca. Tiré sus gafas a mi escritorio y le tomé del cuello de su chaqueta, caminando de espaldas hacia mi cama y dejándome caer con él encima. —¿Quieres…? —Desde esta mañana pero, ¿en mi casa? ¿Estás loco? Ni de broma. —¿Entonces? —Hago lo mismo que me hiciste esta mañana, cretino gilipollas inutil bobo y retrasado mono sin pelo; jugar contigo, porque no tengo otra forma de decirte que dejes de martirizarte. Subnormal —miró a la puerta…—. Espera, que todavía te llevas otra —le tomé de las mejillas y le hice mirarme a los ojos—. Lee la situación, simio: tu novia está debajo de ti, la rodeas con los brazos, te está pidiendo atención… y tú miras la puta puerta. —Fang… Tranquilízate… —No me digas que me tranquilice o cobras más. —¿No te importa que yo…? —¿No quisieras tocarme por un estúpido sentimiento de culpa camuflado de algún tipo de código moral de mierda todo este tiempo, o que casi te conviertas en un neonazi? No, no me importa. No ahora. Me agarró de las muñecas y las apretó contra la cama, mordió mi cuello con la suficiente fuerza como para hacerme jadear de una sola vez y sin dejarme tiempo para tomar aire nuestros labios se fundieron. Me robó todo el aire, profanó mi boca con su lengua humana y todavía tuvo la osadía de usar solo una mano para sujetar mis muñecas poniendo la otra sobre mi pecho apretando a su condenado placer. Un mordisco suave en sus labios indicando que necesitaba respirar… —Mejor, mucho mejor —jadeaba, necesitaba tomar aire pero no me impidió sonreír, mucho más calmada de mi propia maraña mental, al sentir su mano en uno de mis senos, aunque fuera por encima de la ropa—. Felicidades, por avanzar a la siguiente fase —bromeé, provocando que retirara su mano y creando un sonrojo brutal en su cara. —Idiota… —me dijo—. Gracias, Fang… —¿Por? —sé porqué, pero me estaba regodeando en su propio momento de inocencia en una situación así. —Eres increible. —Lo sé —sonreí triunfante de haber roto parte de su estúpido tabú—. Ve a quitar el pestillo antes de que tu suegro entre por esa puerta embistiéndola como un toro. —Sí, señora. —”Sí, señora”... —esperé a que me viera para relamerme—. Podría acostumbrarme a eso. Esa sonrisa incómoda… … no tuvo precio. 《...》 Oh, no See you walkin' 'round like it's a funeral Not so serious, girl, why those feet cold? We just gettin' started, don't you tiptoe, tiptoe (ah) Talk to me, baby I'm goin' blind from this sweet-sweet cravin', whoa-oh Let's lose our minds and go fuckin' crazy I-I-I-I-I-I keep on hopin' we'll eat cake by the ocean Walk for me, baby I'll be Diddy, you'll be Naomi, whoa-oh Let's lose our minds and go fuckin' crazy I-I-I-I-I-I keep on hopin' we'll eat cake by the ocean La música sonaba del cuarto de la hermana mayor de la familia Aanon, emitida por el portátil de la joven. Ambos habían decidido, hacía cosa de una hora tras la primera bofetada, calmar sus nervios soltando sus voces a todo pulmón. El resto de la familia agradeció que los dos tuvieran buena voz — Goddamn. See you lickin' frostin' from your own hands. Want another taste, I'm beggin', "Yes, ma'am" Aunque las canciones que elegían gritaban connotaciones sexuales que incluso al padre hizo que le saltaran los colores. Esa, solo fue una de muchas. — I-I-I-I-I-I keep on hopin' we'll eat cake by the ocean, uuuuuh. Y pensaron lo mismo: por lo menos no eran las letras de su propia banda, que Ripley consideraba blasfemia pura. —¡Ah! ¡Joder esta es buena! —dijo Damian al reconocer el primer acorde de la canción, la paró, y rápidamente fue al piano eléctrico. —¿Qué haces? —Voy a cantarla, obviamente. Lo encendió y probó varias opciones hasta que le atinó al sonido del piano clásico. Estiró los dedos y en cuanto dio la señal Fang le dio al play. — Just take those old records off the shelf. I'll sit and listen to 'em by myself. Today's music ain't got the same soul. I like that old time rock 'n' roll —¡Damian, eso es música de mis padres! —ella se rió y Damian solo se hincó de hombros. Don't try to take me to a disco You'll never even get me out on the floor In ten minutes I'll be late for the door I like that old time rock 'n' roll Still like that old time rock 'n' roll That kind of music just soothes the soul I reminisce about the days of old With that old time rock 'n' roll Él siguió acompañando el piano con el eléctrico de Fang, improvisando en el solo de guitarra a su manera. Won't go to hear 'em play a tango I'd rather hear some blues or funky old soul There's only one sure way to get me to go Start playing old time rock 'n' roll —¡Por favor, sí que tienes gustos de viejo! —¡¡ Call me a relic, call me what you will, preciosa!! Today's music ain't got the same soul Fang estalló en risas, pero las ganas de su novio en tocar la canción pudieron con ella y se sentó a un lado de la banca a tocar los acordes en la parte más aguda mientras él tocaba los graves con una de sus manos. No les costó trabajo sincronizarse y, como había pensado él, Fang se sabía lo suficiente de la canción para volver a cantar con él el resto de la canción. —Reed tiene razón, si se nos da bien el piano podríamos usarlo en alguna canción. Al oír eso de Fang, él resopló a media sonrisa y comenzó a tocar la parte del piano de “Im so Excited” a un ritmo lento. —Podríamos intentarlo, aunque tendría que ensayar mucho. Hace tiempo que no toco el piano. —Cualquiera diría eso. —Dio la casualidad de que esa me la sé. —¿Te sabes alguna más? —Oh, sí. A mi abuela le encantaba esta… Pasó su mano desde los graves hasta la mitad del teclado. — You could never know what it's like, Your blood like winter, freezes just like ice. And there's a cold, lonely light that shines from you. You'll wind up like the wreck you hide behind that mask you use . Sin música de fondo y tirando de su memoria, sus dedos fueron a las teclas. Su voz era suave y poco a poco subía su volumen mientras más pasaba la canción, hasta que cerca estribillo explotó Don't you know I'm still standing better than I ever did? Looking like a true survivor, feeling like a little kid I'm still standing after all this time Picking up the pieces of my life, without you on my mind Y en la siguiente estrofa su voz se volvió aguda que hasta la misma Fang se sorprendió del brutal cambio de registro auditivo. I'm still standing I'm still standing La canción no llegó hasta su primer parte instrumental, pues en seguida Damian dejó de tocar con una sonrisa triste en la boca que fue acompañado de un suspiro pesado aunque ese estado de nostalgia no le duró mucho ya que los ojos de Fang se le habían clavado encima. —¿Qué fue eso? —preguntó. —Mi voz. —¿Fue un falsete? —¿No? Fang comenzó a chascar los dedos tratando de seguir el hilo de sus propios pensamientos. Sonrisa en boca, fue a por su teléfono y llamó rápidamente a Trish por WhosApp. La triceratops tomó el teléfono y aceptó la videollamada viendo con desagrado al humano en el piano de su amiga. —Mierda, ¿qué pasa? —¿Recuerdas cuando hablamos de que me costaba coger notas agudas? —Sí, lo recuerdo. —¡Dami! ¡Hazlo! Canta de nuevo I'm still standing como antes. —¿Dami? La voz aguda salida de la boca del chico humano tomó desprevenido a la triceratops, que escupió toda la bebida del termo de Reed sobre el mismo dueño mientras poco a poco se convertía en un fino mucho más parecido al timbre de voz de una mujer que al suyo original. —La puta madre… —soltó Trish—. Eso es voz de tenor, por lo menos… Ey, skinnie ¿crees que puedes usarlo por más de cinco minutos? —Creo que sí —fue su respuesta—, nunca lo he intentado. —Fang, después del concierto hay que practicar eso. Tal vez el mismo tonto que me rompió el marqueting de los dos bajos pueda ser útil. —Coincido, ya se me están ocurriendo cosas para mezclar los dos registros. Los ojos de Fang brillaban ante la idea de miles de canciones que siempre quiso intentar hacer pero que su registro grave no le dejaron. Ahora podía, tal vez no con su voz, pero sí con la de él. Y la emoción subía por sus piernas como pura adrenalina, materializándose en colgar a Trish, tirar el móvil a su cama y besar al humano con toda la intensidad que le daba el corazón en ese momento. Damian ni respondió, sus labios se habían quedado paralizados y todo su cuerpo se quedó tenso en la misma posición que Fang le dobló la espalda para besarle. —¿Qué carajos acaba de pasar? —¡Cariño, no sabes cuanto te quiero ahora! —No, no lo sé. —¡No importa! —volvió a besarle. Rápidamente se apartó de él y fue a por las notas que tenía, múltiples pequeñas libretas que Damian conocía muy bien. Y él enseguida se vio con una de ellas entre las manos mientras la pterodáctilo, completamente fuera de sí, buscaba la canción concreta. —¿Crees que puedes llegar a este tono? Damian tuvo que reiniciar su cerebro para poder concentrarse en lo que Fang le estaba pidiendo, pestañeó varias veces antes de mirar las notas y revisarlas, tocándolas con una guitarra imaginaria por pura costumbre con una de sus manos y cantando la letra de la canción hasta que tuvo que ir de una nota grave a la aguda pasando por todas las demás de manera intermedia. —¿Por qué pones un puñetero glissando en algo que va a 120? —preguntó con algo de molestia. —¿Puedes hacerlo? —Claro, sin problema. —Entonces no te quejes tanto. Él resopló en respuesta. —Vale, entonces ¿ese va a ser nuestro nuevo sonido? —¿Nuestro? —Yo también estoy en la banda, ¿no? —sonrió él. —Claro que sí, amorcito. —Fang, suenas tan disonante diciéndome esas cosas y vistiendo ropas rotas —se rió él. —¿Quieres que vaya con un vestido amarillo como una recatada mujer cristiana? Él inmediatamente levantó la ceja y dijo veloz como el rayo: —¿Tienes de eso…? —No sabía que tenías esos gustos. —No, no me gusta eso. Pero me encantaría ver qué más fondo de armario tienes. —¿Seguro? —Seguro. Fang se sentó en una de sus piernas, para la incomodidad de éste, y recorrió su pecho con la punta de sus dedos. —¿Seguro? —susurró en su oído de la manera más seductora que pudo. Damian pudo sentir como todo su cuerpo ardía en toda su palabra, debatiéndose por primera vez en saltar contra ella de verdad tras esa provocación. Sus manos temblaban, y volvió a sentir ese extraño cosquilleo en su boca que incitaba a morderle el cuello y sujetarla. Fang debió darse cuenta, pues en seguida torció su torso hacia atrás para tener espacio para recular, mientras apretaba bajaba la cabeza. Salvados por el toque de la puerta. —¿Quién es? —preguntó Fang. —Mamá, ¿interrumpo el concierto? —No, ya hemos terminado. Samantha abrió la puerta de la habitación mientras Fang y Damian se levantaban de la butaca, bajando tras la mujer. Pavo al horno, y uvas preparadas y despipadas. Aunque Damian estaba seguro de que tener bocas tan grandes era hacer trampas, pudo ver el pequeño botecito de plástico extra que era para él encima de la encimera de la cocina. No pudo evitar tomarlo y sonreír con pena en su pecho, hasta que su suegra le golpeó suavemente en la mano y le quitó el vasito de ella. —No te las comas. —No, señora. —Naser, tú tampoco. El hermano menor había intentado ocultarse entre las espaldas agachándose, y había alargado la mano para tomar su vasito. Samantha le dio una última mirada a su hijo antes de volver al sillón para ver la televisión con su esposo. —Debía intentarlo —sonrió él. —Un momento, ¿no sois carnívoros? —preguntó Damian. —¿Y qué tiene? —Naser atrapó la pregunta, respondiéndola con otra. —¿No se van a hacer daño en el estómago por comer fruta? —Es solo un poco —replicó con una sonrisa—, ¿te preocupas por nosotros? —Claro que sí, son lo más parecido a una familia que tengo aquí. Naser se enterneció con lo que dijo, aunque no se lo diría en voz alta en la vida. En poco menos de diez minutos la mesa estaba lista, y llegó la invitada. Naomi. Naomi llegó sola, vestida con unos pantalones negros y una camisa blanca, portando un bolso y su constante sonrisa, haciendo brillar la casa en tonos pastel que solo Fang fue capaz de captar. Esos molestos tonos pastel, empalagosos como miel puesta hasta arriba de azúcar. Fang no pudo evitar poner cara de asco al verla, y recibió un pequeño golpe en la mano de manera disimulada. —Ey… —la voz de Damian, susurrando cerca de su cavidad auditiva—. A mí tampoco me gusta ella, pero cálmate. Te va a explotar una arteria. —Claro. Sin embargo, ambos pudieron ver como la parasaurio clavaba su vista en los dos y sonrió de tal manera que ambos sintieron un terrible escalofrío por la espalda. Parecía extrañamente complacida, y en cuanto miró a Naser… se le borró la sonrisa. Él no estaba feliz de que ella llegara, y eso era obvio para todos en ese momento, incluso para su propia novia. —Naser, ¿estás bien? —preguntó ella. —Cansado, es todo. Preparar todo esto ha sido agotador. Damian frunció el ceño, pensando que él solo había puesto la mesa y picar cuatro cosas, pero como hombre que sabía cuando un chico ponía una excusa a su novia lo dejó pasar. Ya se lo reprocharía después. El humano no quiso saber nada más de la conversación y, notando como Fang se iba a su habitación, él se marchó a la cocina para revisar el estado de su trozo de carne relleno. El color era bueno, pero según sus cálculos aún le debería de faltar algunos minutos, aún así y para asegurarse abrió el horno con cuidado e introdujo un fino pincho de acero en el medio, sacándolo para comprobar el estado del interior. Húmedo. Cerró el horno y pasó una servilleta por el pincho. —¿Cómo está eso? —la voz de Naomi. —Le deben de faltar unos cinco minutos más —respondió él. —¿Podemos hablar? —¿Es necesario? Ella miró con algo de decepción al humano que tenía en frente, a él incluso le pareció ver un deje de asco ante la idea de estar a solas con él. Pero Damian no sabía del todo si era por ser un delincuente o por ser un humano. —Sí —respondió de forma seca. —Tú dirás. Mientras Naomi se preparaba Damian se sirvió un vaso de agua del dispensador de la nevera sin ningún tipo de pudor, su boca llevaba seca desde hace media hora y esa agua bajando por su garganta se sintió para él como gloria bendita. —¿Cómo te está yendo con Fang? —¿A qué te refieres? —preguntó él, poniéndose otro vaso. —Sois pareja, ¿verdad? —Damian escupió el agua como un aspersor, ante la mirada sorprendida y preocupada de Naomi—. ¿Estás bien? —Claro, claro… ¿Qué te hace pensar eso? —Cuando te vi, supe que serían buena pareja a pesar de todos los antecedentes que tenías. —¿Tú lo sabías? —preguntó Damian inquieto, y con una creciente rabia en su interior. —¡Claro! —Naomi no pareció notarlo—. Soy la presidenta del Consejo Estudiantil, esas cosas caen en la mesa del director Spears y, por tanto, en la mía. Supe enseguida que ella podría ayudarte a darte cuenta de que los dinosaurios no son tan malos como creías. El cuerpo de Damian se tensó. Se sentía asqueado, habían violado su intimidad desde el primer día y esa chiquilla había estado jugando a no tener idea de nada. —¡Por eso le pedí a Spears que te pusiera en el grupo de castigo! —ella estaba demasiado alegre—, ¡y que Fang estuviera fumando en el baño fue perfecto para enviarla a ella también! —”Tú podrías haber causado que ella diera un paso más profundo en su depresión” —repitió Damian—. Tú, ¿algo de lo que me dijiste era verdad? —Nunca te mentí —explicó ella—. Fang es una chica volátil, pero ¿qué tal está ahora contigo? Escuché de Naser que ha mejorado su relación con su familia. —¿Acaso te importa ella? —Claro que me importa, y me importa Naser. Por eso pensé que podrías arreglarla. La tensión en el vaso de la mano del humano fue demasiado, estallando y liberando trozos de cristal no muy lejos de la explosión. Pero fue lo suficientemente sonoro como para que el hermano menor se dirigiera a la cocina y se encontrara con el charco de agua, los cristales rotos y las palabras de su novia sobre su hermana. —¡Oh, Dios mío, Damian! ¿Estás bien? Ella hizo el gesto de acercarse, pero algo frío surcando por su espalda la paralizó en el sitio mientras los ojos azules la miraban como un cacho de carne del que deshacerse. —Fang no necesita ser arreglada, Naomi —la voz de Naser, robándole las palabras al humano que estaba más ocupado en contenerse que en hablar—. Mi hermana no es una “cosa”. Ella se giró, aunque las miradas de la pareja no se llegaron a tocar en primera instancia ya que el pterodáctilo fue a revisar la mano del humano. Los cristales apenas sí habían atravesado alguna que otra capa de piel, que se le hacía dura al contacto. Con un suspiro, Naser supo que esa conversación no podía ser postergada mucho más y miró detenidamente a Naomi con decepción y dolor. —¿Puedo saber qué está pasando? —preguntó él. —¡Solo quería hacer que Damian y Fang estuvieran juntos! —dijo ella, sintiendo que perdía el control de la situación—. Ellos… me parecían buena pareja. —Ella sugirió a Spears que fuéramos castigados en limpieza de jardín —pudo gesticular el humano—, tu novia… —Naser, ¿pasa algo? —se escuchó en el salón. Los padres estaban tan concentrados viendo la televisión que aún no se habían enterado de la discusión ni del cristal roto. —Todo bien, mamá. Pero Fang si escuchó el cristal roto y bajó corriendo a revisar, encontrándose al culpable con la cara más desfigurada por el odio que una persona pudiera dar. Pero para él, odio era una palabra que se estaba quedando corta en ese momento, pues esa mujer no solo había mirado su expediente sin permiso, lo cual estaba seguro de que era ilegal, además le había lanzado a los brazos de Fang esperando que él arreglara algo, ¡como si Fang fuera una cosa, como si él no estuviera suficientemente roto por dentro! Naomi no había sido nada más que una cosa gritona en la órbita de Naser. —¿Por qué lo hiciste? —preguntó Damian. —¡Para ayudarte! —respondió Naomi con una sonrisa plástica. —De verdad, Naomi. —¿Qué está pasando aquí? —preguntó Fang. Y rápidamente la careta de Naomi se cayó, su furia fue hacia la hermana mayor con unos gestos y unas facciones en esa cara que Naser nunca había visto de ella. —Es tu culpa —soltó en el tono más agresivo que pudo, con una voz un par de tonos más graves de lo que solían escuchar. Su voz real—. Tú, ¿no podías guardarte tus problemas para ti misma? Salpicaste a Naser con cada uno de ellos, y le maltratabas cuando intentaba ayudarte. No hubiera querido quitarte de en medio con el primer delincuente compatible que viera si no fueras un grano en el culo para mí y para Naser. —¿Disculpa? ¿Tienes los huevos de decir eso en mi cara, dentro de mi casa, maldita perra naranja? —Sí, desagradecida oveja negra. Mira lo perfecto que es Naser, y mira como eres tú… Deberías reconocer tu lugar y salir tú misma del camino. Ambos adolescentes pudieron notar como Fang estaba entre el borde del llanto y de la agresión. Para ella, esas palabras tenían un significado más profundo que el “no molestar”: mátate. —Y ¿cómo soy yo? Señorita perfecta. —Una molestia, una puta jodida molestia. Naser estaba tan desencajado que apenas pudo reaccionar a tiempo para evitar la cachetada que Fang quiso propinarle, y que fue atrapada a medio camino por un Damian con mucha más adrenalina en el cuerpo. —No merece la pena —dijo mirando a Fang. El silencio se hizo por unos incómodos segundos mientras Fang retomaba su respiración. —¿Insultar a mi hermana también es por mi? —Naser —quiso volver a su tono agudo—. Yo… Naser siguió. —Desde ayer no paro de sentir celos por un grupo de antropología que no conocía ni conozco… y ahora esto. ¿De verdad has hecho algo por mi? Por lo que a mí respecta puedes haber estado engañándome con alguien. —Sé que no te conté mucho de ellos, pero no quería preocuparte más con mis cosas. —Si de verdad te hubieras preocupado por mi, me lo habrías contado todo desde el principio. Desde tu resentimiento hacia mi hermana, a … Hasta te cambió la voz, por Dios. —Pensé que te gustaba más agudo… Y él negó con la cabeza. El labio de Naomi tembló, sus ojos se cristalizaron y sus manos comenzaron a temblar por si solas. En lo que ella atañía, todo lo que había hecho lo había hecho por y para Naser, para que él estuviera bien, para que pudiera descansar bien. Para tener el noviazgo perfecto que tanto le habían dicho que necesitaba tener. Y todo eso se estaba yendo como un castillo de arena azotado por una inmisericorde ola. —No, de hecho… A veces era insufrible —reconoció—. Me gusta más este tono tuyo real. —Ya veo… —Naomi, ya no sé qué de ti es verdad. Necesito pensar en esto. —¿Estás cortando conmigo? —la voz de Naomi se cortó entre palabras con el tono agudo y su voz natural cruzándose junto a varios gallos, mientras ella aguantaba un llanto cada vez más prominente. —Tal vez, o no, no lo sé. Pero necesito pensar. Solo… Deberías irte. Naomi miró al suelo por un segundo, y luego miró la cara de Naser. —¿Me acompañas a la puerta? —Sí. Fang y Damian pudieron ver como ella se despedía amablemente de los padres de Naser, les daba un beso en la mejilla a ambos con una sonrisa perfectamente fingida y se marchaba por la puerta que Naser había abierto sin mirar atrás. —¿Ellos dos acaban de cortar? —preguntó Fang con incredulidad. —Eso parece. La pterodáctilo había deseado ese momento por tanto tiempo, tantas veces, que llegado el momento de la verdad no sintió una sola pizca de felicidad ni alegría, ni satisfacción, y en su lugar llegó un incomprensible sentimiento de tristeza que quebró el poco aguante que tenía, dejando caer las lágrimas antes de abrazar a su novio y esconder la cabeza en su cuello para no hacer ruido. Naser volvió, miró la escena, y suspiró con tanta pesadez que sintió su alma caer al suelo. La tristeza somatizó en cansancio corporal, y éste se convirtió en cansancio mental, por lo que se dejó caer en las mismas escaleras mientras solo se escuchaba un programa especial de Año Nuevo de Jimmy Falcon. Clin. El sonido del horno con sus últimos cinco minutos terminado, provocando que la pareja joven reaccionara y se separasen mientras Naser volvía a suspirar una vez más. —¡Mamá! ¡El horno hizo clin! —gritó con total falta de ganas. —Voy a por la escoba —dijo Fang recuperándose. Y Damian, se sentó en una silla de la cocina a escasos metros de Naser, mirando su mano y procediendo a quitarse los cristales incrustados en ella. —Damian. —¿Sí, amigo? —¿He roto con ella? —Se han dado un tiempo —razonó. —¿Hice lo correcto? —Sí, lo hiciste. El tercer suspiro de Naser. —¿Te hiciste daño? —preguntó. —No, no es la primera vez que me pasa de todas maneras. —Siento lo que ella te hizo, pero como puedes comprender me molesta mucho más lo que dijo de mi hermana. Al oír eso, Damian dio un resoplido y media sonrisa. —Obvio, ¿qué clase de hermano serías si no? —Gracias por entenderlo. Fang llegó para recoger el cristal, y Samantha se levantó del sillón llegados los anuncios. —¿Pasó algo? —preguntó con preocupación. —Un vaso me reventó en la mano —respondió él—. Lo siento mucho. —Oh, no te preocupes, querido. A Ripley le pasa mucho. ¿Estás bien, no te has hecho daño? —No, todo bien. El pavo ya estaba hecho, y la pequeña matriarca llevó el pavo al centro de la mesa mientras los demás miembros se sentaban alrededor de la misma mientras servía el trozo de carne. Endiabladamente delicioso. Pero para los tres jóvenes habría sido aún más delicioso sin el estómago encogido. —¿Pasó algo? —preguntó Ripley, mirando fijamente a Naser y a Damian. —No, papá. —No, señor. Y, por cierto, hice lo que me sugirió. —Bien, bien. Eso es bueno. Fang habría preguntado por lo que estaban hablando, pero no tenía deseos de enterarse de más cosas de debajo de la mesa por el resto del día. Como con todo, sabía que él se lo diría llegado el momento. Con la primera campanada que daba finalizado el año 2019, y aunque no fuera de la mejor manera el descorche del champagne que casi da al humano y la bebida en sí hizo más llevadero el regusto asqueroso que dejó la discusión con Naomi, y Damian decidió irse poco después para que todos pudieran descansar. Cruzó la puerta, Ripley cerró deseándole las buenas noches y caminó por la calle oscura de manera silenciosa hasta que escuchó pasos detrás de sí y un abrazo fortuito. —Llévame contigo —pidió Fang en un susurro. —¿Y tus padres? —Les dije que íbamos a una fiesta con el resto de la banda. —¿Les has mentido? —Llévame contigo —insistió—, no quiero estar sole esta noche. Él se dio la vuelta y tomó la mano de Fang, marchando juntos a Skin Row, peleándose contra la puerta nuevamente atascada. Las palabras de Naomi habían sido tan duras y tan reales que no podía permitirse la soledad, o cometería algún error con un cinturón y el armazón de su cama. Si bien Damian no era capaz de entender a qué profundidad había entrado esa flecha en su interior, el beso que inmediatamente le dio tras cerrar la puerta fue lo suficientemente sedante como para que su cerebro no se preocupara más por eso. —Necesito que te olvides de tu tabú ahora mismo —susurró Fang en su oído. —¿Estás segura? No habrá vuelta atrás… —Completamente. Caminaron juntos con torpeza hacia la cama, desvistiéndose el uno al otro, lanzando besos y mordidas usándose mutuamente para evitar pensar de más y arrojando la ropa al suelo por donde pasaban. —¿Dónde están? —preguntó Fang con un jadeo. —Cajón —respondió. Fang fue a abrir el cajón, pero fue rápidamente acostada de un empujón pudiendo ver como él mismo tomaba uno de los envoltorios y pasó a sostenerlo en su boca mientras se acostaba sobre ella. Lo dejó caer a un lado y volvió con el cuerpo emplumado, provocando un grito en el pterodáctilo cuando ella sintió los dientes clavándose en un seno. —Para… Para —pidió Fang susurrando cuando sintió la lengua humana cruzando entre sus pechos desnudos y dedos ajenos tocando su pelvis. —¿Quieres dejarlo aquí? —No… los dedos no. Yo, lo quiero… Respiración acelerada, expectativa, el tacto del látex y la conexión posterior. Fang soltó un grito mezclado entre placer y el dolor más puro que pudo haber sentido. —Mierda —soltó su boca. —¿Te duele? Fang asintió, y al sentir como él iba a recular le tomó por los hombros y le empujó hacia sí misma con la respiración entrecortada y las piernas pasando a abrazarle por la cintura. —No se te ocurra… —amenazó. La sensación de plenitud simplemente era demasiado, y en cuanto empezó el vaivén su mente se apagó por completo deshaciendo los pocos pensamientos intrusivos que su mente podría elaborar. Se llevó una mano a la cabeza, y con la otra apretó el extremo del colchón más cercano a su cara a falta de cabecera. La respiración al compás, “más” saliendo de su pico y la posterior aceleración. Una sensación creciente invadiendo cada músculo de su ser, tensando cada vez más hasta que sus garras salieron de sus dedos. —¡JODER! —emitió su boca cuando toda la ola golpeó contra su cerebro. Damian se detuvo, apenas si pudo ver lo que hacía pero la sensación de cómo salía de ella la pudo notar en cada milímetro de sus entrañas. Él se dejó caer a su lado y las manos de la ptero lo abrazaron con las pocas fuerzas que le quedaban mientras él tiraba de las mantas que les harían quedarse dormidos. 1 de Enero del 2020. ... .. . "Feliz Año, Abuela" [NOTES] Cosas que decir: 1) Hasta el momento de publicar, estuve muy pendiente de borrar la escena nocturna de ambos. Los del discord son conscientes del freak moment que tuve por culpa de mi síndrome del impostor. 2) La idea de que Fang no llegue a registros agudos es una idea que tuve tras estar usando la IA de Fang de GVH y notar que le costaba mucho alcanzar esas notas agudas, pero las graves las hacía excelentes. El rango de Fang es de mesosoprano. 3) De la misma manera, la idea de que Damian tenga el registro de contratenor es justamente para hacerle la contraposición, en parte inspirado por un cantante que comencé a escuchar llamado Dimash.