[NOTES] He estado teniendo muchos problemas con este capítulo. No es mi favorito, ni mucho menos, pero creo que será importante a futuro. Personalmente lo veo flojo, pero alguien en el discord me dijo algo así como "es bueno tener días normales" [/NOTES] Los siguientes días después de navidad fue vivir un sueño. Fang y yo pasábamos la mayor parte del tiempo juntos en su casa, la excusa es que aprendiera español pero cuando nadie miraba lo único que evitaba el Impulso primario era mi propio sentido del pudor y la vergüenza, mis cicatrices, y el conocimiento concreto de que haríamos ruido. Su padre… se divertía asustándome. Le gustaba quedarse quieto y verme pasar, en silencio, pero cuando fueron tres veces de intentar sorprenderme por la espalda se dio por vencido de esa táctica. Fang me lo intentó explicar en el parque infantil que fuimos la noche del 25. La recuerdo sentada en uno de los columpios, de vez en cuando columpiándose con ayuda de las alas. —La visión de los cazadores suele basarse en el movimiento y tener una visión de túnel hacia delante —hacia arriba…—. Tú, precioso, tienes ojos de herbívoro —hacia abajo. —¿A qué te refieres? —A que eres un conejito asustado —levanté la ceja. Me interpuse detrás de su balanceo y la abracé por la espalda, tirándome de espaldas sobre la arena para amortiguar el golpetazo del asiento de plástico del columpio contra mi vientre. La tenía abrazada, acostada sobre mi. —El conejito te cazó. Fang comenzó a reir suavemente. —Sí, sí lo hiciste, bobo. Podría haberla mordido, besado, acariciado… pero habían más niños jugando por ahí, madres mirando, ancianas… Suspiré. —¿Puedo subir? —preguntó un pequeño niño dinosaurio, un saurópodo por sus características. —Claro que sí —respondió Fang sonriente, yo la solté y nos levantamos para dejarle espacio al pequeño niño. A ella se le daban muy bien los niños. Su sonrisa resplandecía, era abierta, completamente disonante a toda esa ropa de chica dura punk que llevaba encima… Que extraño. Nos fuimos del parque inmediatamente después, mientras mi cerebro trabajaba en algo que no lograba comprender. chasquido eléctrico, piano, guitarra eléctrica, sonidos suaves entrecortados, entra un bajo… Mi cabeza parecía trabajar en algo. Comencé a tararear algo, sin darme cuenta de que mis pies y mis hombros estaban siguiendo ese ritmo único solo en mi cabeza. Estoy seguro de que Fang me vio, en mi proceso creativo y no dijo nada. Fui yo quien cortó mi propio hilo. —¿Te gustan los niños? Ella se detuvo, se rascó el … ¿mentón? Y se quedó mirando al cielo mientras caminábamos. —Tal vez sí. —¿Te gustaría tenerlos? Su cara se entristeció repentinamente. Francamente, yo solo podía intuir que estaba indecisa con el tema del no binarismo, tal vez la idea de los hijos fuera demasiado pesada y repentina. Pareció salir de su propia oscuridad, me miró pícaramente y, sonrisa en boca, me pasó el brazo por la cintura. —¡Ey! —exclamé, me tomó por sorpresa. —Cuando puedas quitarte la camisa, bobo. —¿Qué? Me puse pálido, y luego me ardió la cara. Fang se alejó de mí bamboleando su cola y caderas, mis piernas se habían quedado en el sitio hasta que pudieron reaccionar y seguirla —Era broma, ¿verdad? —pregunté. —Tal vez. La fiesta del 28 que propuse era esa misma noche, lo recordamos justo en ese momento y llamé a Reed según caminábamos. Fang llamó a Trish. Para ser justos estábamos nerviosos en que no se nos notara nada de lo que había pasado, habíamos decidido… no decir nada, por ahora. No necesitaban saberlo, aunque seré honesto: mantenerlo escondido por tanto tiempo iba a ser algo complicado de llevar. Reed tenía provisiones, Trish la noche libre. Rosa había accedido y Stella se había apuntado. Pero, la verdad, ya no quería estar en esa fiesta. Supongo que era muy tarde para cancelarlo. La miré, Fang suspiró. Supe que pensaba lo mismo. —Será divertido —intenté decir. —Claro —Fang sonrió. Nos estábamos quemando por dentro en ese momento ¿verdad? ¿Sería tan sencillo no ir y …? Ah. Maldita sea. Mi mente recordó rápidamente las pequeñas palabras escritas en el papel cebolla del prospecto: Frecuente. (1 de cada 10) Alteraciones sexuales (...disminución de la conducta sexual…). Lo noté cuando subieron de 10mg a 15 medio año antes de llegar a Volcadera. Las había estado tomando por dos años y medio, y nunca, ni una sola vez, me había atenazado con tanta fuerza como cuando estaba con Fang. Quería… Damian, contrólate. ¿Cómo sería ese sentimiento si no estuviera tomando nada? ¿Igual de fuerte? ¿Más intenso? Mis manos a veces llegaban a temblar, mi cuerpo se sacudía. Hambriento. Era hambre. Puro deseo acumulado en mis manos y en mi boca que me instaba a… Respira. Respira. Contrólalo. Poco a poco el atardecer llegó. Fang y yo nunca habíamos estado tanto tiempo fuera de casa y eso alarmó un poco al señor Aanon, pero en seguida la chica lista recurrió a su madre para ganarle la discusión sin levantarle la voz, algo que sí había pasado el 26 y el 27 conmigo delante. —No puedes pelear con tu padre todos los días —me quejé el día anterior, sentados en el porche de su casa. —¿Qué no? —sonrió con superioridad—. ¡Solo observa, skinnie! —Fang… —suspiré. Busqué sus ojos. Ella pareció desesperarse por un segundo y se rascó la cabeza. —¡VALE! … Vale.. ¡Solo deja de mirarme como un conejito! —comenzaba a comprender a qué tipo de “mirada” se refería, y fue mi primer intento usándola. Funcionó—. Intentaré… llevarme un poco mejor con él, ¿feliz? —¡Muchísimo! No me hicieron falta muchas visitas a su casa para darme cuenta de lo mal que se llevaban Fang y Ripley. Fang se veía completamente dejada de lado, no necesitaba que ella me lo dijera para poder verlo, y Ripley consideraba a su hije un caso perdido… tampoco necesitaba que nadie me lo dijera. En cuanto estuve en esa casa más de dos veces entendí que las personalidades de Fang y su padre era como mezclar agua y aceite hirviendo, y todas esas veces que Naser parecía estar en un estado de zombi absoluto probablemente, muy probablemente, se debían a discusiones entre esos dos pteros a altas horas de la mañana. Yo no me llevaba mucho mejor con mis padres. No me llevaba, directamente. Y un extraño sentimiento se coló por mi columna vertebral. El día de mi vuelta amenazaba con llegar. Fang y yo nos separamos al atardecer del 28 y volvimos a encontrarnos en la playa, éramos los primeros en llegar. Era curioso como simplemente ella llevaba lo mismo de esa tarde, pero con unos pantalones más cortos. Bonitas piernas. Fang se descalzó, y yo hice lo mismo. Queríamos darnos la mano pero… —¿Y si llega alguien y nos ve? —preguntó Fang cuando hicimos ese gesto involuntario. —Esto va a ser duro, ¿verdad? Ella sonrió con cierta ternura, avanzamos hasta la orilla y yo dejé en la arena la pesada nevera “portátil” llena de hielo y bebidas, y mi mochila apoyada a ese armatoste. Miró a todos lados, y me jaló del brazo hasta que nuestros pies tocaron el mar. —¿Te gusta el mar? —me preguntó. —No lo sé —le respondí—, ¿te gustan tus alas? —Nunca lo había pensado. —Para mi es lo mismo. Vivir rodeado de agua no me hace preguntarme si “me gusta” o “no me gusta”, pero me hace echarlo de menos. —Te has vuelto muy elocuente últimamente —se mofó. —Oh, cállate. Me senté en la orilla, y Fang se sentó a mi lado segundos más tarde. Suspiré. —¿Qué te preocupa? —me preguntó—. Te noto apagado. —No es nada… solo… —¿Es porque tenemos fecha de caducidad? No lo digas tan crudo… —Sí. Así es. Eso era. No hacía falta decirlo así, pero, sí. La mayor razón por la que decidimos no contárselo a nadie y escondernos: el tiempo. Eventualmente yo me tendría que volver, ella se tendría que quedar. Y todo quedaría como un amor de instituto de película. Insulso. Olvidable. Doloroso. Un golpe en el hombro me hizo sacar de mis pensamientos, esa sonrisa en el pico azul gris. —¿Qué te pasa? —sonreí de regreso. —¡Te preocupas por cosas que aún no vienen! ¡Relájate! Aquí iba de nuevo. Esa necesidad de morderla. Todo mi cuerpo se tensó mientras me inclinaba hacia Fang, boca entreabierta, manos apoyadas en la arena. Sentía el cosquilleo en mi boca, la necesidad de mis dientes de apretar su piel y sus músculos. Los dedos ansiosos por el puro acto de posesión más primitiva que el ser humano podía permitirse como especie. La mano cerca de su muslo… Gente llegando. Me levanté, y como reacción ella miró hacia atrás para ver a varias personas acercándose. —Esa visión periférica tuya no deja de impresionarme, conejito. Sonreí. —Cierra la boca, paloma mutante. Y Fang me sacó el dedo de en medio. Reed traía otra nevera portátil como la que traía yo, la dejó al lado de nuestras cosas y se acercó. Detrás de él estaban Trish con su habitual suéter, Sage que no recordaba haber invitado, Rosa y Stella. —Tanto tiempo, skinnie —saludó, y luego fue con Fang—. No llamas, no escribes, apenas sí contestas monosílabos —¿parecía una reprimenda, o son cosas mías?—, ¿has estado bien? —Eh… —Fang no parecía saber qué responder. Había estado todo ese tiempo conmigo—. Sí, familia. Ya sabes —Trish parecía complacida tras oír eso. —Seh, son un engorro —pude sentir su mirada penetrante en mi nuca—. ¿Qué hacían sentados tan juntos? —Hablar —respondí. —¿Fang? —Trish se giró. —Hablar —respondió de buen humor. Hablando de hablar… Ahora era tiempo de hablar con quien no había sido invitado. Caminé hasta Sage, saludando a Rosa y Stella. El microraptor llevaba un top rosado y shorts de mezclilla, así que mi primera pregunta fue preocuparme por él: —¿No tienes frío? —No, las plumas cubren bastante. ¿Y tú? Estamos a diez grados —probablemente lo decía porque llevaba un bañador tipo bermuda—. El agua debe de estar aún más fría. Sonreí. —Oh, no. No lo está. Por la noche el mar está más caliente que la playa, ¿quieres comprobarlo? Al ver que dudaba le tomé por los hombros y le hice caminar hasta la orilla mientras se quejaba, los demás se iban poniendo al día en lo que habían hecho en Navidad pero sentí la mirada nostálgica de Fang mirándome mientras hacía lo mío. Sage fue el primero en poner los pies en el agua y su cuerpo ya se había preparado para sentir el frío latigazo de la noche. —Está calentita —se sorprendió. —El agua acumula todo el calor del día —conocimiento isleño prohibido—, y lo va soltando lentamente. Y por eso por la mañana está helada —saqué la lengua, y aproveché que venía una pequeña ola para pisarla con fuerza y salpicarnos a los dos. Miré a Fang por un instante. No pude evitar reírme, mientras las ropas de ambos se mojaban y mis gafas quedaban completamente salpicadas. Mi risa fue suficiente para que los chicos cortaran sus conversaciones y me vieran, le volví a sacar la lengua a Sage a modo de burla y me alejé de él un par de pasos en lo que él se decidía a perseguirme o solo gritarme. Mirada a Fang. Comenzó a correr detrás de mí, y la verdad con esas pequeñas piernitas no me hizo falta apenas darme la vuelta para seguirle el ritmo. Cuando por fin nos alejamos del grupo me detuve, y dejando que me atrapara volví a mirar atrás dejando que ellos. Sentí sus pequeños puños en mis brazos. —¡Mírame! ¡Me empapaste, estúpido! —Luego te presto mi toalla —le respondí sin muchos problemas. Ellos… parecían ocuparse bastante bien del asunto. Desde lejos pude ver cómo encendían una pequeña hoguera, parecían apañárselas bastante bien. Casi sentí que… Fang me llamaba, agitando los brazos, y ese pensamiento intrusivo que casi sube por mi espalda fue tragado por el mar a la vez que suspiraba sonriente. —¿Te gusta Fangy? —me preguntó Sage. Le miré. Su figura femenina se remarcaba más con su ropa mojada, y en parte era culpa mía por hacerle pasar por eso. Resoplé. Sage no se cubrió. Probablemente porque no le estaba mirando como uno de esos depredadores que antes solía espantar por los pasillos. Lo cubrí con mi brazo y lo tiré hacia mí. Era tan pequeño que, simplemente, medio brazo mío era suficiente para tomarle entero —¿Qué te hace pensar eso, enano? —solté. Sage no rechazó mi pequeño abrazo, hasta sentí su cabeza apoyada cerca de mi pecho por el segundo que duró ese momento. —Las miradas que tienen el uno con el otro. No importa —sonrió—. Gracias por no echarme. —¿Solo porque no te invité crees que no eres bien recibido? Su sonrisa se borró del rostro. —Suele ser un buen motivo. Tomé ese pequeño pico con los dedos y le miré atentamente. —No sabía si querías hablar conmigo después de todo eso —su pequeña mano golpeó la mía y gruñó. —Todos los chicos que me molestaban dejaron de hacerlo ese día —me reconoció—. Les das miedo, y algunos creen que somos novios. Se van a llevar un chasco, ¿cierto? —Tal vez. Suspiré. Ese asunto del no binario a veces me daba dolor de cabeza. Pero no sé si es por puras hormonas o porque de verdad he llegado a amar a Fang, pero si mañana decide dejar de ser no binario, y pasa su nombre a Antonio, creo que le seguiría queriendo igual. —Volvamos —le pedí. Era un sentimiento a veces que golpeaba mi cabeza. Si Fang mañana pasaba a ser Lucy o Luciano, no iba a cambiar las cosas, iba a seguir siendo mi Fang. ¿Es porque solo llevamos tres días? No quería pensar en mí mismo como alguien tan llevado por ese tipo de emociones. En cuanto llegamos con ellos Sage me dio una palmada en la espalda y susurró: —Suerte con elle. Y en cuanto mis ojos cruzaron los de Fang mi primer instinto fue comérmela ahí mismo a besos, filtrado a una sonrisa. —¿Quieres ayuda con algo? — No, conejito. Todo bajo control Levanté la ceja, había mejorado su pronunciación sorprendentemente. Al menos ya no tenía la necesidad primaria de destrozar mis propios tímpanos con los dedos. Me acerqué al fuego, Stella y Trish estaban cerca, probablemente para no enfriarse demasiado. Me acerqué a una de las neveras y saqué una de las botellas de cristal, quitando la chapa con los dedos y lanzándola a una bolsa de plástico que habían improvisado para la basura. —¿Cómo haces eso? —me preguntó Stella. —Haciendo palanca entre la palma de la mano y el músculo del dedo gordo. ¿Por qué sacas las cartas? —Quiero ver una cosa. Elige una. De nuevo, enfrentado contra toda esa baraja. Saqué una. Estaba derecha. Podía ver perfectamente la imagen de un diablo con una espada llameante y dos personas humanas, desnudas, encadenadas entre sí. Se la enseñé y ella hizo un gesto con el pico muy similar a una “o”, sorprendida. —¿Podemos hablar en privado? —¿Tan mala es, wey? —escuché a Rosa. Stella solo respondió con un resoplido. Le di un tirón a la cerveza y me levanté alejándome del grupo. Ella guardó las cartas en un estuche y nos alejamos al menos veinte metros de todos ellos. La noche comenzaba a llegar definitivamente. —¿Estaba derecha? —me preguntó. —Recta y derecha como un palo. Suspiró. Tomó la carta entre sus dedos verdes como si pudiera ver algo de lo que yo no era capaz. —Éste es tu presente, éste eres tú. Algo te tiene encadenado, ¿verdad? Esta carta habla de ser esclavo de nosotros mismos. La carta del diablo habla de ti como persona de carácter fuerte, dominante, pasional y muy luju… No le iba a permitir seguir con eso. Mi cara se había puesto roja en un solo momento adivinando que quería decir. —¡VALE! … Vale. Gracias. ¿Y? —Nunca la había sacado con alguien anteriormente, la verdad no sé qué decirte, ¿estás bien? Esa maldita carta y esa maldita bruja. Gruñí por lo bajo mientras le daba un último sorbo a la cerveza. Delatado por un trozo de cartón. —Digamos que puede que esa carta tenga razón, digamos que mi cabeza y mis instintos me están jugando malas pasadas. ¿Qué hago, Sakura? —¿¡Has visto Sakura Card captor!? —Stella, te desvías. —El diablo no es necesariamente malo. También habla de que tu ambición es enorme… Pero sobretodo significa nuestro infierno interno, lo que odiamos y nuestras conductas autodestructivas. Así que te diría que te relajes un poco. Hay una salida, siempre la hay. —Esa frase fue muy anime. Pero me gusta, lo tendré presente. La energía de Stella era contagiosa, no podía evitarlo. Debíamos tomarnos las cosas con calma, había mucho tiempo de sobra para disfrutarlo. —Supongo que no me has dicho de hablar en privado para decirme que soy un degenerado. —¿Eh? ¡No! —ella sonrió—. Es por Rosa. Si lo hubiera visto probablemente te estaría poniendo un rosario alrededor del cuello. Iba a poner un pie para volver con los demás cuando una pregunta, que ya conocía, me detuvo en seco. —Damian, ¿te gusta Fang? — La hostia, ¿tanto se me nota? … —susurré. Me giré, si algo he sabido todo este tiempo es que Stella no es una persona a la que le pueda guardar mis secretos—. Mejor volvamos con el resto. Stella hinchó las mejillas, alguien debería decirle que eso solo es tierno cuando se tienen cinco años, pero accedió a volver conmigo con los demás. Allí Reed se puso delante de mí y me susurró con su habitual tono de voz… —Bro… Creo que le gustas a Fang. Apreté los dientes. No sabía si quería pegarle un cabezazo o reírme. —¿A qué viene eso, bro? —No ha parado de buscarte con la mirada. Deberías hablar con elle. Tic en el ojo. La discreción no es lo nuestro, lo capto. Basta. Pero sí, quería sentarme con ella desde hace un rato. Tiré mi cerveza vacía a la bolsa y abrí otra mientras me sentaba al lado de Fang, cerca de la hoguera. —Podríamos haber traído algún instrumento —dijo ella de repente. —¿Quieres música? —le di un sorbo a la cerveza. —¿Cuántas te has mandado ya? —apuntó mi cerveza. —Es la segunda. —¿Cuántas puedes tomar antes de ponerte estúpido? —¿De estas? Son prácticamente agua, ¿tal vez unas diez? —Cinco. No más de cinco. Pude ver como los demás nos miraban con cierta curiosidad. Creo que estábamos pareciendo un matrimonio. —Tú mandas, ¿te abro una? —Sep —sonrió. —¿Te aburres? —Un poco. Me levanté y tomé mi teléfono inmediatamente con una sonrisa, guiñando el ojo. Lo cierto es que la fiesta estaba poniéndose algo aburrida y necesitaba movimiento, así que llamé rápidamente a la única mujer que conocía que podía encargarse de que esto dejara de ser una fiesta de té: Alberta. Ella estaba disponible, pero no los chicos, no importó. Ella vino en quince minutos. Pantalones militares rojos, top negro y un jersey con capucha al que le parecían haber cortado la parte del abdomen. Esta estúpida se sabía vestir. Alberta trajo un equipo de música portátil subido al hombro que le quité nada más acercarme a ella, nos saludamos al estilo Skin Row y la invité con el resto de nosotros. —A Fang ya la conoces. Ella es Stella —comencé a presentar—, Rosa, ese pequeñajo de ahí es Sage. Y ellos son Reed y Trish. Ella es Alberta. Reed y Alberta en seguida hicieron buenas migas, él le apuntó con esos dedos pistola como solía hacer y ella se lo devolvió con uno al chascar los dedos hacia él. Con la música de Alberta las cosas se animaron más. Trish y Fang parecían hablar del concierto tras volver a clases con bastante animosidad, mientras Stella, Rosa y Sage escuchaban y añadían cosas a la decoración. Dudaba si quiera que Reed escuchara nada de eso, parecía estar en su propio planeta. Bien por él. Sin embargo, Alberta y yo parecíamos estar aislados de la conversación aunque Fang insistiera en preguntarme algunas cosas. No puedo juzgar a Trish por intentar acapararla, yo lo he estado haciendo por mucho tiempo y tampoco nos conviene que los chicos se den cuenta de todo esto tan temprano. Todo iba bien hasta que Alberta escupió lo que llevaba tiempo intentando preguntar. —¿Bailaste …? —¿Eso? —pregunté en respuesta—. No. —¿Por qué no? —No encontré el momento. Fang supo en seguida que hablábamos de ella. —¿De qué hablan? Alberta levantó la mano para que ella esperara. —Hazlo aquí. —¿Delante de todos? —Es solo un baile. —Pero… ¿y la arena? Alberta se desesperó y se levantó del sitio. —Puto novato. Puso September en su equipo y me levantó de la arena de un tirón. Todos nos estaban mirando, eso fue… bastante vergonzoso. Alberta se movía a mi alrededor moviendo los pies como si la arena no fuera un problema para ella, aún con todo, ese fue el charleston más fluido que había visto en ella en todo el tiempo. —¿Ves? La arena no importa. Cambió a un butterfly legwork rápidamente. Dio una palmada cerca de mi cara que me sacó de mis pensamientos y hizo ponerme a su lado, automáticamente miré a Fang y ella asintió con una sonrisa juguetona. Alberta pidió que la pusiera de nuevo y Trish, rápidamente, la hizo iniciar. Frente a frente, al mismo ritmo. El movimiento circular de hombros, Do you remember Dimos un salto repentino. The 21st night of September? Nos fuimos alejando el uno del otro con el charleston. Love was changin' the minds of pretenders Y dando la ilusión de caminar hacia atrás, nos fuimos acercando el uno al otro aprovechando la misma inercia de la pierna saliente. While chasin' the clouds away Estando juntos el uno contra el otro, un golpe de cadera salió de los dos al mismo ritmo. No habíamos planeado nada, simplemente fue algo que nació. Our hearts were ringin' Dimos un deslizamiento lateral. In the key that our souls were singin' Las piernas cruzadas la una contra la otra, y entre nosotros, sin tocarse. —Vamos, marica, no mires los pies —insistió. Ya estaba en modo profesora. —Cállate, hiphopera de mierda —le solté—. Se me da mal delante de tanta gente. —Excusas. As we danced in the night, remember How the stars stole the night away, oh, yeah —¿Recuerdas lo que te enseñé del disco? —Seh. —Dale. Hey, hey, hey Ba-dee-ya, say, do you remember? Con la introducción de los agudos, una palmada, los brazos girando en túnel. Ba-dee-ya, dancin' in September Manos rápidamente estiradas sobre la cabeza doblando una de las piernas a cada golpe de percusión. Y de repente se mezcló otra canción que también conocía muy bien. —Vamos, Damian. Sabes bailar mejor que esto —se burló—, ¿es porque la chica que te gusta te está mirando? Marica. Trish parecía encantada por como me estaba tratando Alberta. —¡Vamos, marica! —insistió ella—, ¡baila! Trish tenía algo que… me hacía sacar de mis casillas. Así que accedí. Los pasos se volvieron más rápidos ante los 150bpm mientras esos triggas cantaban sobre Rasputín y sus desgracias entre efectos y samples. Alberta tenía razón… Casi hasta prefería mover los pies sobre la arena que en el suelo por mucho calzado que tuviera. El remix llegó a su fin y tanto mi pecho como el de Alberta subía y bajaba a gran velocidad. —¡Vale! ¿Te convenciste ya? —Sí, sí… La arena no importa… —¡Perfecto! Ella estaba en mejor forma física que yo, o su recuperación era increíblemente más rápida porque en seguida fue hacia Fang y, con gran energía, la levantó y la llevó conmigo. —¿Sabes bailar? —preguntó Alberta a Fang. —¿Eh? —Me lo temía. Pondré algo simple, ¿has visto Easy Virtue? —Eh… sí. —¡Me encanta esa película! —saltó Trish. Alberta le levantó un pulgar con una sonrisa de complicidad. —Entonces déjate llevar. Puso música. Era exactamente la melodía de la película… le ofrecí mi mano. —¿Por qué accedes a esto? —me preguntó, avergonzada. —En realidad quiero hacerlo —le dije susurrando—. Si aprendí a bailar fue para hacerlo contigo. Fang se sonrojó, suspiró, tomó mi mano y se acercó a mi. —Te pisaré los pies. —No te preocupes. La música empezó. Tragué saliva. Todo… Se resumía en ese momento. La apreté contra mi todo lo que pude mientras las palabras de Alberta invadían mi mente, “deséame”. Damian empezó marcando el ritmo intercambiando su peso y con el de Fang hasta que la música arrancó y pudieron moverse lentamente en un cuadrado, no había prisa y tenían todo el espacio del mundo. El pecho de Fang aceleraba con tanta fuerza que su corazón prometía salir del pecho, en su cabeza apenas cabía la idea de hacer eso en público y mucho menos ese tipo de baile, para ella, el chico que la tenía en brazos parecía decidido y seguro, algo completamente alejado de la realidad ya que él mismo también se estaba deshaciendo de puro nerviosismo. Fue en un paso cruzado del chico en que Fang se tropezó y se dejó caer sobre el pecho contrario buscando un lugar donde apoyarse a la vez que él reaccionaba estirando la espalda para poder darle espacio. —Perdona. —Ahora aléjate. La música seguía, las cuerdas no pararon de sonar. El rubio estiró el brazo y el pterodactilo se dejó llevar por el momento llevando todo su cuerpo hacia atrás y estirando las alas, para recogerlas al momento en que sintió un tirón en el brazo y se vio de nuevo en los brazos de su pareja, que comenzó a girar lentamente. Con el último giro, ambos volvieron a seguir los suaves acordes de la guitarra y del violín retomando el paso inicial, sin darse cuenta de que, poco a poco, ni el fuego ni los espectadores existían para ellos. Y con la seguridad, vino confianza. Él le hizo girar un par de vueltas antes de soltarla y dejar que ella diera una última. Fang se ajustó, sin perder el ritmo y viendo como su humano caminaba haciendo un círculo al acecho le siguió el juego caminando tras su rastro hasta que él estiró la mano y Fang la tomó, nuevamente siendo tirada hacia él. Con una mirada se dijeron todo: lo nerviosos que estaban, lo que sentían por el otro, las ganas de romper con todo ello y saltar. La visión no se cortó ni aunque él diera un paso hacia atrás tomándola de la mano y rodeándola nuevamente por la cintura, dejándola caer sobre su brazo mientras él se doblaba y ella le abrazaba por el cuello por miedo a caerse. La levantó de un suave tirón y siguieron acompañando la música hasta que se acercó el final, los dos podían notarlo por cómo los violines dejaron de llorar tras varias subidas de agudos. La pierna… —Ahora, déjate caer, no te preocupes —le susurró Damian. Al terminar la canción, Damian dio la espalda al público e hizo descender a su compañera, que estiró una mano hacia atrás por instinto a la vez que su cuerpo luchaba para mantener el equilibrio elevando las alas. Se ruborizó cuando sintió la mano ajena en su pierna levantándola, y aún más cuando sintió esa misma mano subiendo por el muslo en ese ángulo que solo el mar podía ver. Un extraño suspiro venido de sus entrañas salió de una manera que solo se podría describir como “placentera”. Tanto como para levantar las alas de manera instintiva para cubrirse, solo para ver la cara del que le había provocado esa sensación entre ellas, contener un grito y mantenerse petrificado mientras era puesto de pie nuevamente. Alberta silbó devolviéndonos a la realidad. Cansancio. Respiración acelerada. Un profundo estado deseoso de devorarla a besos. Podía sentir mi cara completamente roja después de haber hecho eso delante de toda esa gente que apenas conocía desde hace seis meses o menos. Pero, a Fang también la había conocido con igual tiempo. Sonreí. Fang sonrió, y me golpeó el hombro con el puño. —¡Nada mal, skinnie! —dijo, tosca, tratando de evitar pensar en que su hocico se había puesto rojo—. Puedo ver que esas clases de baile dieron fruto. —El tipo es bueno —habló Alberta—, y su maestra es excelente, pero le falta coger confianza. Tiene mucho miedo escénico. —¿Puedes no hablar de ti en tercera persona? —me quejé—. Das mal rollo. —Tú sí que das mal rollo, mariquita —respondió ella, estirándome una botella—, ¡se buen alumno y ábrele esto a tu maestra! Refunfuñando se la abrí, y tiré la chapa junto a las demás de la bolsa. Ella bebió media botella de un solo trago y me pasó el brazo por mi hombro mientras hacía lo mismo con Fang. —Vosotros dos, si lo del grupo de música no cuaja os puedo enseñar a ser una pareja de baile y ver si funcionan en alguna competición. —¡EY! —gritó Trish—. ¡La banda funcionará! Tenemos un concierto el 6 de enero en el instituto Volcano. —¿Ese colegio de secundaria de niños pijos? —preguntó levantando la ceja. —Ese mismo —respondí yo. —¿En serio estás estudiando ahí, marica? Me encogí de hombros. —¿Puedo ir? —¿Quieres ir? —Fang estaba incrédula. —Claro. —A las cinco –respondió Trish—. El concierto es a las cinco. Si no te acuerdas, le puedes decir “al marica” que te lo recuerde —me miró con una sonrisa de completa superioridad. Parecía que había encontrado un insulto que ponerme. Una extraña canción sonó de manera anticlimática. Era bachata, y era el teléfono de Rosa, y sin decir nada Stella y Sage se pusieron en movimiento sacando de sus mochilas platos soperos de plástico y cubiertos, mientras Sage sacaba una tarta de limón y platos llanos. —¡Disculpen! Pero es hora de cenar.—ella había traído una especie de marmita de barro—. ¡Traje pozole para comer y repetir, así que coman todo lo que quieran! —¡Y yo traje el postre! —continuó Sage sonriendo. —¿De qué es el pozole? —pregunté con curiosidad. —¡Del que te comes y callas, wey! —eso me pasa por preguntar. Era mi primera vez probando comida mexicana, al menos que yo recuerde. Tenía un sabor un poco fuerte, y me recordaba mucho a un potaje. Supongo que eso era la idea, y desde luego la tarta de Sage no se quedó atrás en sabor. Repetí de ambas cosas, aunque luego mi estómago me castigase por mi decisión duramente. Con la cena las cervezas volaron, sobretodo entre Reed y Alberta mientras yo degustaba mi quinta y última de la noche. Tuvieron que llegar las dos de la mañana entre risas y bromas para que, por fin, decidiéramos dar por finalizada la fiesta y recoger. Los padres de Rosa y Stella fueron a recogerlos y Sage se marchó con la friki otaku, Reed se fue caminando junto con Trish y, nuevamente… Fang yo nos quedamos solos. Con Alberta. —Haced como que no estoy —dijo ella. —Y… —intenté encontrar algo de que hablar—. ¿Te gustó la fiesta? —Sí, pero, ¿era necesario el baile? Casi… —Sí… —respondí—. Si no era ahora, ¿cuándo? —Eres un bobo. ¿Ella te acompaña? —Eso parece. —Sí, yo acompaño a tu novio —ni Fang ni yo tuvimos fuerzas para replicarle. Solo suspiramos. Ella no era del grupo así que estaba bien… supongo—. Espera, ¿lo son?... —asistimos, y nos miramos con extrañeza cuando nos dimos cuenta de que el otro había asentido—. ¿Cuándo? —25 de Diciembre —Navidad. Dijimos a la vez. —Hace poco. El cansancio y el sueño apenas nos dejaba siquiera a hablar. Vino Naser con su NasCar, y ella y yo nos despedimos con un suave abrazo. Alberta y yo nos quedamos viendo como el coche se iba. —Vámonos —pedí, marcando el ritmo.