12 horas después de la cena. Le comenté al club de los fracasados como había ido la velada. Tras describrirles al padre, el allosaurio hizo una mueca de dolor y luego una sonrisa. —UFFFF ¿Tu suegro va a ser Ripley? Pobre alma. Los demás comenzaron a reír. Parecía que ese señor conocía a más de la mitad de los vagabundos de Skin Row. Encendí un cigarro, era normal que me vieran con mala cara, pero esta vez según encendí le di la caja, a la mitad, a Richard. Él entendió lo que quería hacer. —¿Estás seguro? —Sep. Terminé mi último cigarro y caminé a la peluquería de Claudia. Ella estaba atendiendo un cliente, y al verme me pidió que me sentara. No tardó mucho en terminar, y fue cuando todas las peluqueras, creo que había un hombre también, se giraron para verme. —¿Y? —dijeron a coro. —Un éxito. Necesito el traje. Clientes incluidos, me felicitaron por el avance que estaba teniendo. Eso fue genuinamente incómodo, imagina que Fang y yo paseamos por estas calles y todos se ponen a saludarla. Ella me escribió la dirección en una tarjeta de visita y se lamentó de no poder acompañar. En el trayecto, vi a unos dinosaurios bailando breakdance con todo lo que tenían. La contorsión, la flexibilidad y el uso de sus cuerpos me hizo recordar algo. Y me acerqué. Y rápidamente dejaron de bailar. —¿Qué quieres, humano? —soltó el primero que se me acercó. Lo fácil que habría sido romperle el hocico… Respira, Damian. No quieres eso otra vez. Iba a hablar, hasta que un styracosaurio se acercó. Había estado leyendo más sobre especies de dinosaurios desde que llegué a Volcadera. Este dinosaurio, de color verde lima, era un ceratopsido. Un miembro perteneciente a la misma familia que los Tricera pero con un cuerno en su nariz de mayor tamaño, en vez de tres. Este, era una mujer, más alta que Trish, con una pronunciada curva a la altura de su cadera. Los pantalones negros rajados y el top negro me hizo recordar a alguien. Tenía un piercing en la nariz y en el labio, sin maquillaje, y algunas rayas negras por su cuerpo como las de un tigre o una cebra. No sabía si eran tatuajes, o producto de la hibridación, pero molaba. —¿Tú no eres el humano que tanto está con Ric ahora? —habló. —Ese soy yo. Rápidamente el microraptor, el chico que se me acercó, recogió caña. —Joder, perdona brother. Pensaba que venias a joder. —De hecho, si. Vengo a joder —sonreí. Ellos se mostraron un poco ansiosos—. Quiero aprender a bailar, hiphop, breakdance, clásica. Todo. —¿Por qué? —preguntó la Styra. —Quiero impresionar a una chica, en Navidad. —Lo tienes jodido, amigo. —Aprendo rápido, y tengo buena memoria muscular. Ella suspiró. —Me llamo Alberta. —Mi más sentido pésame, tus padres deben odiarte. Damián. No le gustó el chiste. —Muy bien, Damian. Te enseñaré porque conoces a Ric. Empiezas mañana. ¿Qué carajos había hecho ese tipo que parecía conocer a todo el mundo? No importaba. Era día 18, eso significaba que tenía más o menos 5 días para aprender a bailar algo semidecente. Lo siguiente, fue el traje. Pero no quiero aburrir con los detalles, ni con la abultada factura que todo eso me supuso. Llegamos al 24 de diciembre. Es curioso como en Estados Unidos la cena se pasa al 25, y alabado sea el Gran Internet por existir y evitar presentarme en esa casa a las cinco de la tarde con el traje. Fang abrió la puerta cuando entré al porche. La casa estaba decorada indecorosamente con tantas luces de colores que parecía un puticlub, y el nascar había desaparecido, probablemente metido en el garaje cuya puerta no había visto hasta que apareció decorada. Todo Volcadera se había estado vistiendo de navidad desde el 20. Como siempre, mi primer momento al entrar es pasar una mirada por todo el lugar encontrando al señor Aanon limpiando un hierro en su sillón. El interior ya estaba decorado de manera navideña, hasta habían conseguido un árbol real al que habían rodeado de guirnaldas, un muérdago de plástico y luces que, en ese momento, no estaban encendidas. —Buenos días, señor. Pude ver por el rabillo del ojo como se sorprendía, daba una sonrisa y seguía puliendo el hierro. Eso me hizo dar una sonrisa. Me asomé a la cocina mientras Fang subía por las escaleras a su dormitorio. —Señora, ¿necesitará ayuda? —Samantha, por favor. ¿Sabes hacer galletas? —Claro. —Entonces te llamaré cuando necesite ayuda. La madre de Fang ya no parecía tener problemas para pedirme ayuda. Le debió gustar ser ayudada. Subí las escaleras con el padre mirándome todo el rato, escuchando como se levantaba detrás de mí para gritar son su sonora voz: —¡Lucy! Recuerda las reglas: Puerta abierta. —¡Sí, papá! —respondió con pesadez. Entré a la habitación de Fang. Era como entrar en la habitación de un artista desquiciado, y tal vez lo era. Las paredes habían sido recubiertas por pintura negra, dos guitarras y dos bajos colgaban en la pared de la ventana. Posters de bandas que no conocía, y una bandera sobre la cama con dosel que me atreví a pensar era del no binarismo. El teclado a la izquierda de la puerta parecía enchufado, había un escritorio de madera a mi derecha con un portátil que Fang rápidamente bajó. ¿Me pareció ver una canción de Hannah Montana?. Nos habíamos citado para el 24 pero… No sabíamos qué hacer. Fang parecía haber llegado a un trato con su padre para meterme en su habitación, y ella parecía estar teniendo un pequeño colapso nervioso, pues estaba moviéndose de punta a punta de la habitación rascándose los brazos, que yo me permití parar tomándola por los hombros. —¿Estás bien? Fang tomó por sorpresa que la sujetara por los hombros, pero parecía agradecida con esa sonrisa que tanto me encantaba. Quería abrazarla, pero la punzante visión de un ptero de 100kg que nos veía desde el piso inferior me detuvo. Sí, quizás no era el mejor sitio. —Entonces… ¿Quiénes están invitados? —Además de mi familia, y tú. Naomi —ella me miró encorvando las cejas en gesto suplicante—. No, no creo que se quede a cenar. —¿Hay algún tipo de etiqueta de ropa? —¿A qué te refieres? Nos sentamos en su cama. —¿Algún tipo de ropa que deba llevar? —No me digas que ¿te compraste un traje? —Dos, en verdad. Fang comenzó a reírse, tan fuerte que Naser apareció desde su habitación con algo de preocupación. Él me saludó, y al ver que todo estaba bien volvió a sus cosas. —¡Que eres tonto! ¡No hacía falta! Sentí su mano en el cuello de mi chaqueta y como me acostaba hacia atrás de un tirón. Yo no opuse resistencia a eso. El techo de su cama estaba estampado en un azul celeste muy bonito. Rápido, Damian, saca un tema. —Entonces… ¿Quieres que te enseñe a hablar español? —Seh. —¿Por qué? Ella se sonrojó y apartó la mirada. CUELLO LIBRE. CUELLO LIBRE. CUELLO LIBRE. — Yo, querer, aprender de tú. Esa pronunciación desastrosa… salida de una voz carrasposa, áspera… La idea de morderle el cuello se fue como una ilusión y solo quedó una sonrisa de ternura en mi rostro. — Yo quiero aprender de ti —corregí. —¿Ti? —Ti. —Que carajos con esos pronombres. —¿Me vas a hablar tú a mí de pronombres raros? Fang chascó la lengua. Sus cejas estaban fruncidas, pero su hocico tenía una enorme sonrisa imposible de esconder. —Touché. Entonces, ¿te compraste dos trajes? ¿solo para venir a cenar a mi casa? —Sí. —Traelo. —¿Cuál? —El que querías usar para la cena, bobo. Sonreí. Los dos nos giramos para ver al otro al mismo tiempo. Su hocico estaba muy cerca. En parte, me hacía mucha gracia. Apenas si había un palmo de hocico pegado a su cara azulada, pero me recordaba un poco a la raza borzoi en esta situación. ¿Estaba feo compararla con un perro? Sí, probablemente sí No dijimos nada. La verdad, es que salvo ese detalle del hocico… Nah. Incluso con el hocico, Fang era simplemente hermosa. —¿En qué piensas? —le pregunté. —Me alegra que me hagas compañía. Las mejillas me dolieron con la sonrisa que di. Éste era el momento. Hazlo. Mi torso se levantó mientras mi mano se dirigía tímidamente hacia su rostro. Fang parecía receptiva. De nuevo, esa tensión del auditorio, el tiempo parándose, su olor… —¡Lucy, Naser, Damian! ¿Por qué no vienen a ayudarme? —oímos de la cocina. Naser se levantó, le escuchamos y nos pusimos nerviosos, yo intenté levantarme por un lado y Fang me agarró de la chaqueta para tirarme por otro lado antes de que llegara su hermano menor, y al ver que no funcionaba jalamos en sentido contrario. Entre tirones, no sé quién ganó pero caímos por el borde del lado de su cama, mi espalda golpeó la pared de los instrumentos de cuerda y uno de ellos se despegó de su anclaje para caer sobre ella. Mi rápida reacción me hizo ponerme encima y recibir ese golpe en la cabeza. —¡AY! —Estúpido… No hacía falta. Gruñí entre dientes apartando la guitarra de mi cabeza. —Me sorprende que el instrumento esté en perfecto estado —reconoció al verlo. —Mi cabeza no está tan dura. Nos miramos, nuevamente. Quería comerme esa sonrisa pícara que tenía ella en su hocico. Otra vez, comenzamos a reír. Era la segunda vez que rompían un momento así. Pero ahí estaba de nuevo esa tensión, a pesar de la guitarra apoyada en mi cabeza. —¿Qué haces en el suelo? Levanté la cabeza y vi a Naser mirando desde la puerta con curiosidad. Fang se paralizó. Mi cerebro trabajó todo lo rápido que podía. —¡Fang estaba buscando algo de debajo de su cama! —rápidamente ella rodó y salió por el otro extremo con una púa en sus garras. —¡Lo encontré! —gritó satisfecha. —¿Y cómo se cayó la guitarra? —Uggg… Golpeé la pared por calcular mal la distancia —no era una mentira… completamente. —¿Estás bien? —levantó la ceja. —Claro. Solo … ELLE necesita fijar mejor sus instrumentos —Fang, desde el suelo, se las arregló para pellizcarme la pierna con los dedos de sus pies—. ¡AH, JODER! ¡Eso duele! Aunque no sé qué me dolió más, si el pinchazo de las garras de sus pies o como había apretado la piel del gemelo. De todas maneras, me levanté, me sacudí y dejé la chaqueta sobre la cama. Fui al otro extremo y me ofrecí a levantar a Fang, accedió. Bajamos a la cocina. La madre estaba haciendo como cuatro o cinco elaboraciones a la vez en cadena, con capacidad administrativa implacable. Dio órdenes cual teniente del ejército al vernos y nos pusimos manos a la obra. Galletas, pavo, ponche… Por supuesto, el cuchillo iba a mi mano. La cara de Fang y de Naser viéndome comprobando el magnífico afilado con el pulgar era de película. — Yo tenía que habé nacio er Arbacete —se me escapó, cortando cosas para el relleno del pavo. —¿Qué diablos dijiste? —preguntó Naser. —No, nada. ¡Naser, la leche ! El ponche de huevo es una receta simple de leche infusionada con aromas, generalmente limón y canela, huevos batidos y azúcar, muy similar a la receta de unas natillas o un flan, al que se le añade brandy o ron antes de enfriar. El problema con la leche es que… En fin, ¿quién no calentó leche y lo dejó todo perdido? ¡Yo no, cabrones, estén atentos a la leche hirviendo! Afortunadamente Naser reaccionó a tiempo y apagó el fuego. Leche salvada. —Buena, ala rota. Casi la cagas. —Tú estás con la masa, es más fácil. —Es solo vigilar la leche, Naser… —reaccioné. —Tú ni hables, das miedo con ese cuchillo en la mano. Sinceramente, me hizo reír suavemente. La madre atendía otras cosas mientras nosotros estábamos en la cocina. — La Leche —dijo de repente Fang, con ese HORRIBLE intento de acento—. ¿Es la leche, cierto? —Correcto —respondí—. ¿Estás intentando imitar como hablo español? —¿Ahora prestas atención a las clases de idiomas, Fang? —preguntó Naser, incrédulo, inmediatamente después. —Sí, ¿qué te pasa? Naser y yo nos miramos. —¿A quién le dices? —y preguntamos a la vez. —A los dos, imbéciles. Y Fang refunfuñó, muy tierna ella, como una niña pequeña. No importa, preparar todo del día anterior fue algo inteligente por parte de la mujer teniendo en cuenta cuántas cosas había que hacer. El padre parecía complacido de vernos a todos ayudando en algo, mientras él seguía… puliendo ese hierro. —¿Vuestro padre está bien? —pregunté susurrando. —¿Por? —Lleva dos horas sacándole brillo al mismo palo… Lo va a oxidar. —Oh, eso —Naser echó un vistazo—. Solo nos está vigilando con una excusa para quedarse ahí. No es por ti, lo hace todo el tiempo. —Es para evitar que nos peleemos —gruñó Fang. Damian y Naser parecían llevarse bastante bien a pesar de no haber interactuado mucho más allá de los descansos. Casi parecían hermanos. Y yo tenía que hacer esa masa de galletas que se me pegaba a las escamosas palmas de mis manos. Para evitar eso mamá me tiraba harina a las manos, pero apenas sí parecía funcionar en ese engrudo que había amasado. Alguien llamó a la puerta, y Naser fue a abrir sabiendo quién era de antemano. Damian también lo sabía por como su entrecejo se juntó y tensó sus músculos. Naomi. Su voz chillona iluminó de amarillo toda la casa. Un nuevo color en los sonidos. No me gusta el amarillo. Pero no, él no sintió a Naomi. Con ella vino una chica que solo podía reconocer como “su hermana”. Era más alta, más musculosa, de un tono más rojizo de piel y con sus ojos azules inyectados en rabia controlada. No sé qué le pasó. Pero fue como ver a ese chico del auditorio, sonriendo por un lado y molesto por otro lado. Dejó el cuchillo, se sacudió las manos y caminó hacia esa mujer. Ambos parecían haberse visto, y caminaron entre todos los que se saludaban como si los atravesaran. Me recordó mucho a esos documentales de animales en donde dos alfas de la misma especie se encontraban, e irremediablemente debían asesinarse. Rojo. El amarillo pasó a ser un rojo intenso lleno de sangre. Si no le hubiera visto en ese momento habría pensado que se trataba de un crush, y si no supiera del pasado violento y su personalidad bruta habría pensado lo mismo de ella, porque esa reacción entre ambos fue pura química. Pero hacía falta interpretarla bien para darse cuenta de que eso no era bueno, y que no era muy distinto a la nitroglicerina. Se encontraron cara a cara al fin. Frente a frente. Tenían una estatura similar. ¿Iban a ponerse a pelear ahí? La verdad, parecía que sí. Y a la vez, nadie lo notaba. ¿Ni siquiera papá lo veía? ¿O es que me había acostumbrado tanto al sonido de Damian que era capaz de ver y escuchar cuando cambiaba? Debo pararlos. Me levanté. Rápidamente le tomé del brazo que le sacó de su trance para ponerlo a él la cara completamente roja, y el sonido de la habitación se tiñó de colores naranjas. —Tú debes de ser Mia —hablé. Mierda, le cogí del brazo como si fuésemos pareja. —¿Tú eres Lucy? —preguntó ella. —Fang —habló Damian, aún sin quitar esa sonrisa—. Prefiere que le llamen Fang. Esta reacción era mucho más violenta que con Trish. Todo mi cuerpo insistía en sacarle de ahí o iba a armarse una buena. De hecho, hasta dudaba que Damian la viera como una mujer para ese momento y más como una cosa extra con la que divertirse dando golpes. —Fang, está bien. Ella tampoco paraba de sonreír. Tenían esa misma sonrisa de desquiciados. Tiré de Damian, solo para ver a Naomi acorralándonos por detrás viendo la manera que lo tenía agarrado con satisfacción y ese aire de superioridad. —¿¡Están saliendo!? —No, perra —escupí—. Debe ayudarme con la cena de mañana. —¿No vas a volver a España, Damian? —No. No lo haré —su tono de voz era muy amable. A pesar de que a veces huía de ella a propósito, no parecía guardarle rencor ni odio. Damian y yo nos soltamos, cruzamos a Naomi y volvimos a la cocina. Yo cerré la puerta. —¿Qué te ha pasado ahí? —¿Francamente? No tengo ni idea de lo que hablas. Suspiré con pesadez, y volví a la masa de galletas. —¿Vas a ponerle chips de chocolate? —Nah, se derriten. — Enharinalas . —¿Eh? Sus ojos giraron, tratando de buscar una traducción. Al final se dió por vencido y cogió un puñado de trozos de chocolate que mi madre había puesto en la mesa para las galletas, las puso en un cuenco de plástico y comenzó a espolvorear harina desde un colador sobre ellas. Les dio un par de vueltas con las manos, y tras devolverlas al colador de malla, las sacudió quitando restos de harina y arrojó el montón sobre la masa. —Ahora, continua. —¿Qué has hecho? —Pasarlas por harina. Estar juntos, aceleraba mi corazón como pasó en mi habitación. Pero esta vez, teníamos la puerta cerrada, y eso le añadía un toque de riesgo. Irónico, ¿verdad? Debería transmitirme seguridad. Ahora que nadie estaba con nosotros pude darme cuenta de algo: desde hace un rato no paraba de mirarme el cuello. Juguemos. Me quité el collar y lo guardé en el bolsillo de mis vaqueros negros. Me eché el pelo hacia un lado y le dejé paso libre a mi cuello. Él estaba visiblemente molesto, pero cuando iba a volver a mezclar todo me tomó las manos. ¿Eso había sido suficiente para hacerle tomar iniciativa? —No hagas eso. Nah. Él y sus cosas de gérmenes y cocina. Me llevó al fregadero y abrió el grifo con el codo. —No sabes leer la habitación —me quejé. —Y tú no sabes las normas higiénico sanitarias básicas. Estuviste en el suelo, Fang. No sabes qué tienes en el pelo ahora mismo. Se puso detrás de mí, cogió mis manos y se puso unas gotas de jabón de lavar loza en las manos comenzando a frotarlas contra las mías. En qué situación más estúpida decidió acercarse tanto a mi. Pero… Algo tan hogareño como ayudar a hacer la comida o lavarse las manos, tenía su puntito. Sentí un extraño cosquilleo en la nuca… Su respiración pesada. Creo que se estaba dando cuenta de la situación en la que se metió y se debió quedar paralizado por un segundo. —Fang, yo… Eso me hizo recordar… ¿No quería decirme algo? ¿Era lo que yo pensaba? Mi cerebro y mi corazón trabajaron al mismo tiempo imaginando todo tipo de situaciones. Se separó, visiblemente incómodo. Aún no era el momento. Probablemente fue lo que pensamos los dos. Miramos al suelo. Supongo que… debía volver a esa masa. Y de repente me tomó del brazo, su mirada perdida y los gestos de los músculos de su cuello me hicieron ver que acababa de tragar. Ardía por querer decirme algo, lo podía sentir. ¿Qué fue todo ese rosa que vi de él? Ese sonido sin compás, era como jazz en pura improvisación. El esquema de colores cambiaba a su alrededor como en un viaje psicodélico de todas las sensaciones que él y yo estábamos teniendo. Sí, lo podía ver. Algo le ardía. —Mañana… ¿A qué hora debo venir…? No, no era eso. De nuevo, él mismo se había encerrado en una situación que era incapaz de desarrollar como quería. —¿A las cinco te parece bien? —Las cinco, está bien. Fang se asomó por la puerta de la cocina. ¿En qué estaba pensando todo este tiempo? Hoy más que nunca había estado sintiendo esa extraña conexión entre nosotros, esa sensación de que podría haber algo entre nosotros y no era solo mi cabeza jugando una mala pasada. La manera en que me tomó del brazo, la forma de jugar conmigo. Se lo debía decir. Mañana. Sin falta. And you expect that I’ll be patient but How can I wait? Yo también estaba ardiendo, si él no daba el paso… Maldición, ¿ese estúpido iba hacer que yo lo hiciera todo? No, I can’t wait Fang caminó hacia mí tras cerrar la puerta. No puedo esperar a mañana. Mi cuerpo se mueve por sí solo. You tear apart the gap between what’s nice And what is amazing Un paso. Tras otro. Adrenalina And maybe if I pay attention Sin nada para detenernos esta vez. Face my fears & expectations My head won’t threaten my intentions Todo converge en este momento. I can’t wait Rodeo el estúpido por el cuello con mis brazos No, I can’t wait Su cadera se siente muy delicada en mis manos. Dazed and tempted Round & round, had a million chances Sus labios. This thought is now Contra los míos. At the top of my mind De manera tan natural… I can’t wait Tantas veces había fantaseado con ello que… No, I can’t wait Las piezas encajaron. I can’t wait (and you expect that I’ll be patient) Explosiones de colores. I can’t wait (but, how can I wait?) Música resonando. I can’t wait El sabor ajeno llegando, las manos deslizándose lentamente. No, I can’t wait Un segundo, congelado en el tiempo. Un segundo, que debía terminar. El humano y yo nos separamos. Su pecho jadeaba contra el mío, sus ojos azules brillaban. Esa maldita sonrisa… Azul eléctrica, y tonos suaves de violeta. Mi maldito peso de encima había volado. Verla sonriendo de esa manera… —Entonces, lo del auditorio… —¿Era eso de lo que me querías hablar? —Sí. Pero la bombilla estalló y… —Pensaste que se trataba de una mala señal. Yo también. —Y en tu habitación también… —A la tercera… Supongo. —Entonces, ¿tú y yo? —Si quieres. —Pensaba pedírtelo mañana. —¿Por eso querías venir con traje? —Eh… Sí. —A veces eres… tan lindo, y estúpido. Le abracé. Era un humano. Pero era mi humano. —Puedo esperar. Mis alas le rodearon, pudiendo captar mejor su calor. Apoyé mi cabeza en su hombro. Suspiré. Al infierno con todo. Que se rompan todas las bombillas de casa. Que reviente el sistema eléctrico. Que el mundo arda. O exterminados por otro meteorito. Me da igual. Déjame tener este momento, con este estúpido humano que quería salvar y he acabado enamorade. —¿Puedes? —Ya te dije que sí, bobo. Damian empezó a separarse de mí, y yo le dejé irse. Mi pecho dolía. El suyo también. Pero si esa puerta se abría toda esa fantasía de colores, la música volaría como si fueran pájaros si éramos descubiertos en esta posición, él lo sabía bien. Teníamos que volver a la realidad, una en la que nada de eso había ocurrido. Pero él parecía querer negarse a ello y juntó nuestros labios una vez más, uno muy rápido y ligero, casi casto. El perfecto sentimiento de felicidad. Interrumpido cuando Naser entró por esa puerta, y todos los colores se marcharon como había pronosticado: volando como pájaros. —¿Está pasando algo raro? —ese instinto de hermano, es detestable. —No queríamos aguantar a tu novia. Naser se apretó el pico. —Ella solo venía a saludar. —Y ya saludó. —Fang —susurró Damian detrás de mí. Estúpido. —¿Qué? —me giré, furiosa. —Sé que te cae mal, pero ¿podrías seguirle el juego esta vez? —siguió susurrando, esta vez estaba poniéndome ojitos aprovechando el momento íntimo de hace pocos minutos. —No te aproveches , estúpido simio —le gruñí entre dientes—, o no va a haber nada “más”. —¡EY! —gritó Naser, a medio camino de la molestia—, ¿qué andan cuchicheando? —Estábamos pensando en ponerte una chincheta en el culo —respondí—. Aunque podría contarle acerca de ese leo… Naser me cortó, rojo como podría estarlo un tomate maduro. —¡VALE! Haz lo que quieras. Dejó la puerta abierta y volvió al salón, Naomi nos saludó y se acercó ante la mirada asustada de Naser. —¿Ya habéis terminado? ¿Necesitan ayuda? —No, estamos bien —Damian fue más rápido—. Además, creo que esto lo tiene que hacer Samantha. Él rápidamente sintió el pinchazo de mi codo en su estómago. —No te tomes tantas libertades con ella delante, estúpido —susurré—. Va a notarlo. —No lo hará… —Fang, no deberías golpear a Damian así —ella entró en la cocina—. Últimamente estoy pensando en estudiar antropología humana en la universidad —pude ver como Damian ponía cara de veterano de guerra: los ojos abiertos, mirando la nada, con el cuerpo tensionado como si fuera a atacar en cualquier momento. Esas reacciones las tenía mi padre algunas noches—. ¡Son una especie fascinante! —No sé si decirme “especie” en la cara es lo correcto, Naomi… Parecía que estaba… recordando cosas violentas porque en seguida se echó hacia atrás. Evitó todo contacto físico con Naomi, aunque ella no ofreció mucho. —¡Estuve recordando que dijiste que venías de una isla volcánica! —Así es… —¿Por qué no me cuentas de eso? —apretó los dientes—. Llevo un tiempo queriendo conversar contigo sobre ello, ¡y no ha habido manera de poner nuestros horarios en línea! —Cariño, deja de aprenderte el horario de los demás —Naser parecía agotado. —Em… No sé mucho, pero… —me pedía ayuda con los ojos… No te la voy a dar, síguele el juego, campeón—. ¿No crees que es mejor usar el traductor para leer esas cosas? —Al menos, ¿podría preguntarte algunas cosas de donde vives? … ¿Qué fue ese carmesí que vi? ¿Acaso él…? Ah… Sí. Las cicatrices. Puse la mano en su hombro, y eso fue suficiente para hacerle volver a sus sonidos habituales. —Eh… No. Yo no.. quiero hablar de mi vida ahí —había hablado conmigo, pero solo conmigo, cosas muy concretas que a veces parecía pensar muchas veces si decirlas o no. No había forma de que dijera algo a Naomi, eso lo sabía. —¿Estás seguro? Bueno, si cambias de opinión, avísame. ¿Aún tienes mi número? —Sí… Aún lo tengo… —¿Tienes su número? —le pregunté, visiblemente moleste. —Yo… Eh… —se rascó la nuca—. ¿El 30 de septiembre? Tuve una pesadilla y… —¡Removió cielo y tierra para saber si estabas bien! —gritó Naomi, emocionada, como si se tratara de una película romántica. Él negó con la cabeza. —Llamé a Stella… Y ella me dio su número, pregunté por vosotros… Oh… La pesadilla. El día que me… Lo enterré. Intentando olvidarlo. —Pudiste pedirle mi número —le dije —No quería molestarte. Tal vez… si tú me hubieras llamado no habría… Apreté los dientes. Gruñí. Tomé su mano y en un tirón de adrenalina salí de la habitación arrastrándolo a mi lado. Subimos a mi habitación. Cerré la puerta y le empujé contra ella. Y le abracé. Necesitaba eso. Solo eso. Abrazarle. Mi cabeza contra su pecho. Escuchar su corazón acelerado como un colibrí. Ahora le tenía para mí, ¿no? Ahora podía hacer esto. Todas esas veces que quise abrazarlo, acariciarle. —¿Estás bien? —¿Qué soñaste? … —Cometías un tiroteo escolar, con un revólver… Matabas a Naomi… —A veces he tenido ganas. —Matabas a Naser. —No te diré que no se me ha pasado por la cabeza. —Y te suicidaste con la última bala. Mi boca comenzó a abrirse y cerrar. Apreté mis puños y le golpeé en el pecho con todo lo que tenía en ese momento. No era mucho. —Aprendí a bailar —dijo de repente—, un poco. Eso me hizo sonreír. No quería que pensara en eso, y tal vez era el momento para no hacerlo. —¿En serio? —Unos chicos en Skin Row… Me enseñaron. Era otra sorpresa para mañana. Pero… Umm… ¿Bailamos un poco? Me tomó de las manos. —¿Y la música? —le pregunté. —No la necesitamos. El giro que me hizo hacer sobre mi moqueta me hizo sonreír. Rápidamente se sacó sus zapatos pisando sus talones “para no pisarme” y me tomó por la cintura con la mano. 1, 2, 3… 1, 2, 3… Un vals ligero, sencillo, simple. Creo que estaba tarareando el Danubio Azul. Era de las pocas cosas que cualquier persona podía bailar con un par de horas de práctica, pero él parecía tener más que un par de horas al no necesitar mirar los pies constantemente. 1, 2, 3, 1, 2, 3. Giro. ¿Ese realmente era el Damian que conocí a principio de curso? Un poco más rápido, el cambio de pies… Ser tomada por la cintura y ser levantada se llevó parte de mi pena. Al suelo, y otra vez… 1, 2, 3… La estrechez de la habitación no permitía pasos demasiado amplios, no parecía importar porque él apenas sí me dejaba un paso de distancia cuando me hacía girar. Se sabía la canción, pero todos esos pasos… los estaba improvisando sobre la marcha. Y creo que lo sabía. No importaba en exceso. Bailar esa cosa plagada de rock y metal por todos lados, era muy disonante. Sonreí. Mi pésimo humor se había ido, al tiempo en que se detuvo su tarareo y me abrazó. Ese estúpido, ¿cuánto había cambiado? En algún momento cambió a ser ese Damian que tanto ansiaba ver, el de los ojos azul eléctrico. Al verle así, tenía miedo que volviera a decaer una vez más. Ese chico impredecible… Me besó. Todo el flujo de ideas se desmoronó y cayó por una cascada para nunca más volver. Probemos un poco de lengua… Él se alejó, tosiendo. —Eso me entró por la garganta… —Quejica. Era divertido verle tosiendo flexionado, con la mano en su cuello como si eso pudiera ayudarle a respirar. No me pude resistir a darle una nalgada, lo que hizo que se incorporara de un salto con un quejido de dolor. Maldita sea, me hice daño. —Intentemos otra cosa —mi risa se fue rápidamente cuando me gruñó. Ese gruñido… reconozco que me erizó la espalda. Probablemente se hubiera abalanzado sobre mi y hecho algo indecente, no iba a poner resistencia, pero Naser llamó a la puerta y entró, cerrando detrás de él. —¿Todo bien? —preguntó Damian. Él suspiró. —Todo bien —se fue escurriendo por la puerta hasta sentarse en el suelo—. ¿Qué estábais haciendo? —Bailando —respondió él—. Le enseñaba. —¿Sabes bailar? —levantó la ceja. —Aprendiendo. Naser suspiró. —¿Qué pasa, estúpido? —Solo quería desconectar. —¿De la perra de tu novia? —No la llames así… De su hermana. —¿Qué tiene su hermana? —pregunté. —No paraba de preguntarme sobre mis premios en atletismo y deportes. —Y te agobiaste —razonó mi humano. —Y me agobié. Ese proyecto de rubio me miró, y yo le devolví la mirada. Hizo un gesto de caminar con los dedos, y luego el choque de su mano recta contra su palma. Me costó un poco entender lo que decía. ¿Irnos los tres? ¿Sin Naomi? Se levantó y se puso los zapatos rápidamente, ayudando a Naser a levantarse. Al mirar por la ventana me di cuenta de que atardecía. —¿Tienes un plan? —le pregunté, poniéndome los zapatos. —Vamos a Skin Row —dijo. Y Naser y yo nos quedamos paralizados. —¿A tu casa? —no quería que mi primera estancia ahí fuera con … mi hermano menor. —A dar una vuelta. —¿Por Skin Row? —Seh —sonrió de manera tan confiable que… ¿por qué aceptamos? Bajamos las escaleras y le dimos esquinazo a nuestro padre mientras Naser hablaba de algo que se le había olvidado. Tomamos el Nascar antes de que hubieran quejas de ningún tipo y Naser arrancó con toda esa mala conducción de intento de drifter. Había visto mucho Tokyo Drive. Fue rápido. Solo quince minutos en la carretera antes de que el humano estúpido decidiera que era un buen momento para ir a pie, sobretodo para que ese coche no apareciera únicamente en el chasis a la vuelta. Naser aceptó, y nos marchamos al paso del rubio, que no parecía tener miedo en la noche de Skin Row. —Necesitaba salir —reconoció Damián—. En mi país la noche del 24 es la cena, y luego suele haber desmadre. Pasamos por un parque donde una chica que me recordaba a Trish estaba sentada en el respaldo de un banco, fumando algo que olía a marihuana. —¡Alberta! —saludó él—. Es mi profesora de baile. —No dijiste nada de que era “una mujer” —gruñí, molesta. Se hincó de hombros, no parecía entender como me hacía sentir esas cosas. Bueno, supongo que aún no somos nada. Nos acercamos a varios pasos lejos de él. —¿Es ella? —me miró de arriba abajo. Teníamos un estilo similar de ropa, y aunque si bien me hizo sentir incómoda, reconozco un buen outfit cuando lo veo—. Seh. Ahora te entiendo —me sonrió con picardía. Me sonrojé. —Alberta —fue diciendo—, Felipe —un microraptor de plumaje negro—, Oscar —Compsognathus verde oscuro—, los gemelos Archi y Teo —Archaeopteryx ambos azul marino, apenas podía diferenciarlos—. Todos estos me enseñaron. Los archaeopteryx nos rodearon. Iban con toptanks blancas que les quedaba muy grandes. — ¿Este es el hermano deportista? —dijo uno. — La tía está buena. — La tía es mía —replicó él. Tardaría un tiempo en darme cuenta de lo que se dijeron en español. Pero al oír eso… se despejaron. —Felicidades, entonces —soltó Alberta—. ¿Te quedarás o te vas? —Seguiremos dando una vuelta. —Suerte, entonces. Hoy el barrio está tranquilo. —¿En serio? —Naser no parecía estar tan seguro. —Claro —replicó ella—. Todos los delincuentes están en casa con sus familias. Damian y ella se despidieron. Mucha gente parecía conocerle, le saludaban por la calle, chocaban puños. Uno le invitó a fumar algo, pero se negó y seguimos. Llegamos a un puente, mal iluminado con tres de cuatro farolas encendidas. El arrullo del río y las olas del mar se mezclaban en… Azúl eléctrico. —Este es mi sitio favorito —explicaba mientras pasaba las manos por el pasamanos del puente. Suspiró. —¿Nadie nos va a atracar? —Alarota, eres un cagado. Me acerqué a él. Brillaba. No solo sus ojos. Todo él. Estaba en su salsa. En casa. Pasé mis manos por su espalda al pasar detrás de él y me apoyé como él en el muro de piedra del puente. Nos llegaba a la altura del pecho. Naser decidió ponerse a mi lado y respirar. El sonido de las olas… relajaba. Naser por fin se pudo calmar, y bajó las alas. Probablemente… en mi vida hubiera pensado estar un rato tranquile, con mi hermano, y un humano estúpido, a las ocho de la tarde, en el barrio con más criminalidad de Volcadera Bluff, como si fuera un sábado por la mañana en el parque infantil. Una estrella fugaz pasó por el cielo y producto de tal único momento pedí un deseo, viendo al estúpido humano a mi lado y a mi hermano. Salvarnos. De nosotros mismos. Porque sabía que, a pesar de todo, Naser se torturaba preguntándose el porqué de mi odio hacia él cuando no era más que el reflejo de mi propio Odio, y en cuanto al humano… Era cuestión de tiempo que bajara. Y el golpe le iba a matar otra vez, y no podía permitirme perderle de nuevo. En cuanto a mi… Los recuerdos de ese click volvieron a mi cabeza en cuanto todo se calmó entre nosotros tres en ese puente, y si bien el arrullo del agua se llevaba gran parte de mis pensamientos intrusivos. Ey, Damian ¿Podríamos dejarlos atrás? Tus cicatrices. Las mías. ¿Podríamos dejarlas atrás? Él me miró… Probablemente ha visto que le estuve mirando por esa visión periférica de herbívoro. Me sonrió. Me lo tomaré como un sí… aunque no puedas escucharme Hey Damian Where's the light In the eyes of the fallen? Delante de Naser, no podía hacer todo lo que quería o todo lo que pasaba por mi cabeza. Eran las diez de la noche. So twisted Pure hell But you don't seem to worry And I don't think you're sorry Y lo único que me importaba en ese momento era el futuro que podríamos tener. ¿A dónde iríamos? ¿Podríamos… curarnos? Then fear again How could you explain Why the rain keeps falling Wherever I'm going? Sin miedo… a que vuelvas a caer. Simplemente… Todo podría ser tan confuso, en ese momento en que no éramos más que amigos que se habían besado por adrenalina. ¿Mañana seguiría sintiendo lo mismo? ¿Mañana querría dispararme de nuevo? Can we leave it behind? 'Cause I just don't know where we're going Podríamos huir. Dejarlo todo. Nah. Sería lo mismo que otro click. That we pay every morning Living in a hurry? So hopeless And unfair But we keep on running No matter what's coming Ese irrefrenable deseo de abrazarlo, cohibido por el estúpido de mi hermano. Nadie podía saberlo aún, porque aún no había nada que saber. Mierda. ¿Es todo tan complicado siempre? That we pay every morning Living in a hurry? So hopeless And unfair But we keep on running No matter what's coming De acuerdo… Puedo esperar a mañana. Ya se hace tarde. Volvemos al Nascar, y él no teme tomarme de la mano en mitad de la noche, con mi hermano liderando el paso con una mejor cara. Más tranquilo. Él no parece ver el juego de manos, y es en parte a lo pegados que estamos por las estrechas aceras. Can we leave it behind? 'Cause I just don't know where we're going Can we leave it behind? 'Cause I don't know how and you don't know why Esa noche comenzó a refrescar repentinamente. Nos despedimos de él al llegar al coche y volvió caminando solo a Skin Row con una sonrisa en la boca. Lonely night Cold as ice Ese estúpido. Ni se había alejado veinte metros y ya me había mandado un emoji de un corazón. Quería ir tras él. Luché para que mis piernas no fueran tras él. Pero no pude callar mi boca. No pude silenciar todo de mí, aunque en ese momento… sentía que debía hacerlo. —¡DAMIAN! —grité. Se giró. —... —vamos, Fang, piensa algo—. ¡Descansa! —¡Tú también! ¡Buenas noches, a los dos! Naser se despidió con la mano. Y entonces, él me preguntó algo que me dejó fríe. —¿Él te gusta? Bueno, no importa. No me lo dirás. —No, no te lo diré. Nuestra relación de hermanos no iba a arreglarse tan pronto como tú te pusieras a brillar, estúpido skinnie. Eso dalo por hecho. Subí al coche, y juntos volvimos a casa. El bajón llegó. De una manera tan brutal que me desperté como si me hubieran comido la vida por dentro. Mi deseo de vivir, esfumado; mi deseo de comer, extinguido; mi deseo de despertar, marchado, aunque esto no era tan raro. Pero había una diferencia, hacía mucho tiempo que yo… No. Era la primera vez en mi vida que me sentía con fuerzas para levantarme de la cama. Aunque no fui precisamente delicado al hacerlo y mi cabeza estuvo dando vueltas por un rato. Antidepresivo en la lengua, agua, tragar, desayuno, ducha. Reunión con Alberta y los chicos. Ellos me vieron mi mala cara, y la verdad en parte era porque la luz de la mañana me hacía daño e iba regañado. Las gafas apenas se oscurecían en estos momentos. —Hoy vamos a hacer algo distinto —se pronunció—. Te voy a enseñar las bases del tango. —¿Cómo "Tango"? ¿Por qué? Ella sonrió con cierta malicia —Ayer me presentaste a tu piba, y me gustó. Si no la quieres… —Aún no se lo he pedido. Se hizo un ligero silencio, estaban incrédulos. —¿Y a qué esperas, estúpido? —preguntó Archi. —Quería hacerlo… romántico. —Maricón. Solo dícelo. Me masajeé la nuca. —No es tan fácil… —¿No has tenido novia antes? —preguntó Alberta, levantando la ceja. —Eh, sí. Ese es el problema. Es la primera vez que yo … Alberta sonrió de lado a lado y me tomó del cuello con su brazo. —¡Te enamoraste! —Eh… Creo que sí. —¡AY! ¡El primer amor! Podría tener toda la facha de tipa dura que quisieras, ella parecía ser muy tierna por dentro. Sonreí y ella me golpeó el hombro con su puño. —Empecemos. La primera vez que llegaste me dijiste que sabías bailar flamenco. —Así es, un poco. —Sí… Ya veo. Muy bien. El flamenco es un tipo de música que habla de emociones y cómo las expresas con el cuerpo. Es amor, pasión, pero sobre todo dolor y pérdida. Lo que te quiero enseñar es, probablemente, diametralmente opuesto a lo que probablemente tú sientas el resto del tiempo: deseo, hasta un poco de lujuria si me apuras. La diferencia más llamativa… tú el flamenco lo bailas usando los pies como instrumento, ésto se baila con la pareja. Si te veo haciendo un solo taconeo te muerdo el culo. Empecemos. Fue un poco extraño, sinceramente. Aunque ella hacía el papel femenino, dirigía tanto mi ritmo como el suyo. El cruce de piernas no era especialmente complicado, una vez se entendía cuándo hacerlo. Eran pasos básicos de tango, nada que no se supiera hacer con un poco de coordinación. —Quiero que lo bailes con ella, gilipollas. Y no espero que esa Fang sepa bailar esto mágicamente como si fuera una película. Ahora. Pégame a ti. Puse su mano en mi espalda y la empujé contra mi pecho. —Así no, capullo. Deséame. —¿Qué? —sentí mi cara roja como un infierno. Creí que iba a arder en cualquier segundo. —¡Deséame! ¡No es tan difícil! ¡Tienes que quererme follar como lo desearías con ella! ¡Puta raza pasional, solo hazlo! No iba a hablar de lo horrible que eso sonaba. Pero… aceptaría el cambio. Imaginarla como si fuera ella, no fue especialmente complicado. En seguida la apreté contra mí, prácticamente inclinando todo mi peso hacia ella como si fuera… Sentí sus manos apretándome y empujándome en dirección opuesta. Un suspiro salió de su boca. Su pecho contra el mío. Debía tener cuidado con el cuerno, pero ella parecía saberlo y levantó el rostro para no clavármelo en la yugular. —Mejor —estaba sutilmente sonrojada, pero esa sonrisa me hizo saber que todo estaba bien. Los pasos más cercanos requerían de cierta confianza en donde se estaba pisando, no podía mirar hacia abajo y notar darme cuenta de que los pechos de Stryra se deformaban con la presión. —Mírame a los ojos, estúpido. No te voy a clavar el cuerno —pude ver de reojo como ella echaba ligeramente el cuello hacia atrás, yo hice caso y la miré a los ojos—. Ahora, final. El tango es machista por natura, así que necesito que lo seas. —¿Qué? —Puta madre, Damian. Que te pongas los pantalones y seas un jodido hombre, pedazo de maricón español. Me dio las pautas para el cierre, como hacer que ella encorvase la espalda y elevara el brazo de manera natural sobre su cabeza hasta mantenerlo doblado, a la vez que me inclinaba hacia ella y mi peso flexionaba su espalda hasta un ángulo de 90º. Mi mano debía agarrarla por debajo de la rodilla. Aún seguía pensando en ella como Fang, así que mientras nos colocábamos subí su pierna más de la cuenta, deslizando mi mano por sus músculos abductores. Emitió un suspiro. No tardé mucho en tirar de ella y devolvernos a la posición original. Ella, estaba visiblemente sacudida por lo que acababa de hacer, se rascaba la frente ruborizada. Y luego me golpeó el hombro con un puñetazo. —¡AU! ¿¡Qué te pasa, vieja!? —Hazle eso, y la tienes. Hagámoslo un par de veces, pero resérvate eso para ella. Practicamos el baile varias veces más, por horas. Hasta que fueron las dos del mediodía y ellos se tuvieron que ir a almorzar. Los chicos me dieron palmaditas en la espalda, felicitándome por los rápidos progresos. Por el camino me encontré con Ric y el resto del club, me acerqué, aunque estaba empapado en sudor y quería irme a casa a ducharme otra vez. —¡RIC! —¿Buenas noticias? —¡Sí! Rápidamente les conté todo lo que pasó la noche anterior, los besos incluidos. Me dieron mi más sentido pésame por tener a Ripley de suegro, otra vez, y me tuve que marchar cuando se hicieron las tres de la tarde. ¿Me había pasado una hora hablando con ellos? Wow. Ducha rápida, almuerzo. Pantalones negros. Zapatos nuevos lustrados y preparados del día anterior. Sugar sonando en mi teléfono Ah, she got cherry lips, angel eyes She knows exactly how to tantalize Camisa blanca. El nudo de la corbata a medio hacer del día anterior para ganar tiempo. Cinturón. Got me lifted, drifted higher than the ceilin' Ooh, baby, it's the ultimate feelin' You got me lifted, feelin' so gifted Sugar, how you get so fly? Chaleco, beige. Sugar, how you get so fly? Oh, sugar, how you get so fly? Chaqueta, negra. Oh, sugar, sugar, how you get so fly? Oh, sugar, how you get so fly? Gemelos, dorados. Verme al espejo nunca se sintió tan bien como ahora. Un poco de cera para el cabello… y el último toque. Tomé un sombrero fedora. ¿Quizás demasiado? Comenzaba a parecerme a Michael Jackson. Pero, tal vez la ropa, tal vez el momento. Adrenalina subía por mis talones, tobillos, rodillas. La sensación de euforia azotó mi espalda y me sentí más vivo que nunca, venciendo, derrotando, esa tristeza inherente a mi que me había acompañado desde el momento en que desperté. ¿Puedo decir que me encontraba guapo? Muy guapo. Ese movimiento de piernas de MJ contra el espejo era imposible no hacerlo, ahora que estaba aprendiendo a bailar ese tipo de cosas me lo pedía el cuerpo más a menudo. La mano en la pelvis. Patada. Perfecto moonwalk hacia atrás que había estado ensayando con ellos desde el primer día. Giro. Estreno de zapatos al ponerlos en punta. Brazos arriba. Aullido agudo. Corazón a mil. Cuatro de la tarde. Es la hora. Dancin' in the moonlight Gazing at the stars so bright Holding you until the sunrise Sleeping until the midnight Música en mi cabeza Mis hombros y mi cabeza iban siguiendo la melodía. No había nadie en Skin Row a esa hora. Pude permitirme hacer alguna locura. Movimientos improvisados, como la primera vez que caminaba a Volcano High, pero más pulidos. Dancin' when I think of you Dancin' is what clears my soul Dancin' is what makes me whole Con otra música. Otro ritmo. Estos zapatos… Se sentían en una nube. No sentía ganas de fumar, no sentía ganas de beber. Otra cosa que no fuera su aroma, otra cosa que no saliera de sus labios. Puta madre. Me estoy poniendo estúpido. Dancin' is what to do Dancin' when I think of you Dancin’ Pero, ¿y lo bien que se sentía tener todos esos pájaros en mi pecho? Sí, así se debía sentir. Las cicatrices, no dolían, casi era un recordatorio fácilmente olvidable. No me compadecí al verme al espejo. No me di asco. Me miré. Y vi lo que debía ver: a mi. Que extraño, es ese sentimiento. Nuevos en mi cabeza. Remolinos que decoraban el cielo, no me lo quitaban. No me teñían nada. Daban colores vivos allá por donde pasara. Era, como estar drogado, sin estarlo. Maravillosa sensación. Entré en el porche, no hubo ningún gorila pterodactilo que la abriera. No era esperado, no a esta hora. 16:45. —Abre la puerta —le mandé al WhosApp—. Estoy abajo. Bajé el fedora a propósito por un lateral. Nos vimos. Ella abría y cerraba la boca sin llegar a saber qué decir. Su pijama seguía ahí, o lo que sospechaba que podía ser su pijama una camiseta rosa raída y unos pantalones cortos. Ni siquiera estaba maquillada. Los balbuceos comenzaban a ser algo con sentido. —Pensé que… Yo… ¡NASER! Cerró la puerta tras el grito, dejándome con una extraña cara de desconcierto. El hermano salió. Más presentable, estaba a medio vestir de lo que parecía un traje blanco y una camisa rosa sacada de Miami Vice. Lamentablemente el rosa iba muy bien con su tono de piel, lo que hacía que él estuviera espectacular. El hizo un gesto con el pico, que solo podía interpretar como apretar los labios y asentir con la cabeza. Me dejó pasar. —¿Qué ha pasado? —le pregunté. —No lo sé, vas estupendo. —Tú también, debo reconocerlo. La verdad, pensé que vosotros cenaríais con traje, y no quería quedarme atrás. —Nah. Naomi quiere una cita después de cenar, por eso estoy probando algunos viejos trajes que tenía en el armario. ¿Cómo me veo? —Perfecto para bailar música disco. Naser se sonrió, y nos sentamos en los cómodos sillones. Dejé mi sombrero en la percha que tenían al lado de la puerta antes que eso. El señor Aanon … ¿no estaba en su sillón? Miré a todas direcciones desde mi sitio, sin mover mucho la cabeza. Estaba en la cocina. Si me era capaz de mover de manera silenciosa… ¿En su casa? Nah. Debía quedarme con… Ya tenía un pie en el escalón que iba al cielo, mirando las escaleras que torcían a la derecha. Tragué saliva. Preferí presentarme en la cocina. —Señores, buenas tardes. —Te ves muy apuesto. —Gracias, señora. Ripley Aanon golpeó mis hombros con las palmas de sus manos. Debo admitir que me sacó el aire al no verme preparado, pero me mantuve sin hacer ningún ruido más que una exhalación algo más fuerte de lo normal. Me miró de arriba a abajo. Ya había tenido encuentros con la policía para darme cuenta de su mirada juzgadora, pero esta vez dio un gruñido … ¿aprobativo? Me apartó con el brazo y se sentó en su sillón. —Lucy debe de estar arriba, la vi corriendo por las escaleras. —¿Puedo subir? Samantha miró a Ripley. Él parecía dar algún gesto detrás de mí que no era capaz de ver. Girarme habría sido grosero. La madre hizo otro gesto, y decidió subir las escaleras conmigo probablemente para no tener a su esposo gruñendo todo el tiempo. Ella fue quien llamó a la puerta. —¡NO ABRAS! —gritó inmediatamente. —¿Fang? —se me escapó. —¿Está ahí el skinnie? —Sí, querida. De acuerdo, Fang. Despierta. Ha venido ese estúpido, te ha golpeado tan fuerte en las hormonas que aún no sabes si chillar o molerle a palos. Traté de relajarme. Pero saber que ese estúpido mono bien vestido estaba con mi madre tras la puerta no hacía otra cosa que subir mi ansiedad a niveles de Rocacola agitada con mentos. Me di una bofetada a mi misme. Tomé aire y abrí la puerta. ¡Se había hasta peinado el mamón! —Quítate los zapatos —le pedí—. Puedes entrar. Él entró, y se quitó los zapatos con cuidado. Se notaban que eran nuevos ya solo por el trato que les daba. Fui a cerrar la puerta cuando sentí el pie de mi madre entre la puerta y el marco. —Recuerda las normas, Lucy. —Serán cinco minutos. Ella accedió y me dejó cerrar. En 5 minutos se puede hacer muchas cosas, pero sabía que tenía como mucho, 2. Me tiré sobre él. Ese idiota pudo conmigo, pero no contó con que usara mis alas para darme un impulso extra en sus brazos y hacerle caer al suelo. En ese momento… Reconozco que era víctima de mis propias hormonas. Realmente, quería rajarle el traje con las garras, pero me contuve fuertemente. Una idea se me pasó por la cabeza, algo a medias, y no me detuvo cuando le aflojé la corbata. —¿Fang? ¿Qué haces? —me susurró. —Aprovechar, bobo. Un beso en el cuello tras otro. Oírle respirar fuerte. Lentamente bajando por la clavícula. Un botón desabrochado que me daba acceso a besarle un poco más abajo… Tinta en la piel. Me detuvo. Puso la mano delante. —Aún… aún no. —es tan lindo cuando se pone tímido—. Aún no te puedo enseñar nada de esto. Como pudo levantar el torso con todo mi peso encima es algo que aún no comprendo. En algún momento me sentó en sus piernas con la vista desenfocada. Me pasó los brazos por su cadera y, habiendo pasado de blanco pálido a rojo carmesí, me abrazó con fuerza. Tiró del cuello de mi camiseta, sentí su dentadura en el hombro, sobretodo cuatro punzantes puntos que adivinaba eran sus colmillos. Debí apretar los labios para no emitir ningún sonido, pero toda mi mente estaba zumbando con los latidos acelerados del corazón. —¿Me lo vas a pedir? —le pregunté. —Esta noche. —¿Me harás esperar cinco horas? —Seh. —Mierda, eres un estúpido. Tocaron la puerta. Tragamos saliva. —Tiempo. Era el padre. Entró casi sacando la puerta de la habitación de su hija del marco. Pero ya teníamos todo recogido y organizado, y ella me estaba enseñando un traje de pantalones cortos y chaleco negro, o un vestido rojo… Escarlata, Damian. Gracias. Estaba sentado en la cama, señalando el escarlata cuando el padre entró. Nos vio. Refunfuñó algo. Y bajó dejando la puerta abierta de par en par. —Joder… Ella se sentó a mi lado, y yo lancé ese traje negro y blanco que me daba demasiada mala impresión a la otra punta de la habitación. Mar fario, diría mi madre. —¿No te gusta? —Quémalo. No soy supersticioso pero… Si hubieran sentido ese cosquilleo en la nuca y los dedos como yo lo sentí, habrían pensado lo mismo. —Eso fue muy estresante —comentó ella. —¿Vamos a ocultarlo de todo y todos? —Aún no tenemos nada que ocultar —sonrió burlona, y chocó su pico contra mi nariz. No pude evitar sonreír. En respuesta, le devolví el momento respondiendo el toque de hocicos con un beso suave, uno que… fue interrumpido por un carraspeo. La madre. Fang fue increíblemente rápida: saltó de la cama y metió a su madre en la habitación cerrando detrás de ella. —MAMÁNOSELOCUENTESANADIEPORJESUSRAPTOR, IRÉTODOSLOSSABADOSALAIGLESIAPEROPORDIOSMANTENLABOCACERRADA —Tranquila, hija —ella sonreía cálidamente, comprensiva—. Imaginaba que esto pasaría. —¿¡CÓMO!? —Fang seguía gritando. —¡Ay, princesita! Por las miradas que se echan. —Está bien, princesa —bromeé—. Nos pilló. —¡Calla! Mamá, por favor. No digas nada. —¿Cuándo empezaron a salir? —preguntó ella —Nunca. Este cretino aún no me lo ha pedido —me gruñó. La madre me miró con algo de severidad, y yo desvíe la mirada silbando. Tuve una idea. Una idea loca. Descabellada. Pero una idea. Me puse los zapatos nuevamente y salí cuando ella iba a salir. —Señora, ¿podemos hablar un segundo? —Por supuesto. Le comenté un plan, mi plan era disparatado y absurdo. Pero le gustó tanto que accedió. Por supuesto, le pedí discreción. No queríamos que todos lo supieran, mucho menos su esposo y su hermano. Se lo diríamos cuando fuera el momento. —Tranquilo, lo comprendo. Levanté el pulgar, y ella me miró riéndose. Tengo a la suegra ganada. Volví con Fang, mordiéndome el labio inferior aún teniendo parte de su sabor en ellos. Cuanto más la besaba más adicto me estaba volviendo y mejor me sabía. Ella estaba con su guitarra, anotando algunas cosas en un cuaderno a su derecha mientras usaba la cola de metrónomo. Proceso creativo, lo sabía: no molestar. Tomé la silla de escritorio y me senté del revés apoyando mis manos en el respaldo para verla inmersa en su música. A veces la podía escuchar tararear, y hasta que no apartó la guitarra de su lado yo no la interrumpí. —¿Qué hacías? —No eres al único que se le ocurren cosas sobre la marcha. Se levantó y tomó una de las guitarras de su pared, en concreto la que se me cayó sobre la cabeza el día anterior, dándomela junto a la libreta donde tenía esas notas. Sin preguntar, mis dedos rasgan la guitarra siguiendo el sonido marcado en la libreta. Si tuviera que describirlo con una palabra, sería densidad. Ese tiempo con el bajo la había dejado marcada, las notas eran significativamente más graves de lo que yo solía tocar. Power ballad. Estaba seguro, me recordaba mucho a Wasting Love o a Full Circle. Sonaba hermoso, pesado, romántico. Pero estaba seguro de que sonaría aún mejor con una clásica o una acústica que una eléctrica enchufada a un altavorcillo. Según llegaba a la canción el ritmo se hacía aún más duro, los agudos se hacían presentes como navajas, deseo, rabia. Volvió a descender, hasta casi un mismo ritmo que el inicio. —No sabía que te gustaba ir lentito —bromeé—. Pensé que todo VVRUM DRAMA se trataba de ir a no menos de 180 bpm rompiendo instrumentos, micrófonos y altavoces… —Y pedales —puntualizó. Le iba a devolver la libreta, y de su pico salió una palabra que aun a día de hoy me sigue sorprendiendo. — Quédatelo —lo pronunció bien. Rápidamente revisé todas las páginas: estaban vacías. —¡Pero si está nuevo! —Exactamente, bobo —me quitó la guitarra del regazo, la acostó a un lado y se sentó encima—. No es para que lo llenes entero. Es para que escribas algo que tu estúpida lengua no puede manejar. Feliz Navidad. Sentí mis mejillas húmedas y mi garganta agarrada. Era la primera navidad sin mi abuela, y el primer regalo en años que me daba otra persona que no era ella. Intenté tragar el nudo de mi garganta, pero no pude. Me quité las gafas, se estaban empañando. Que manera más estúpida de romperse. Fang se abrazó a mi, acariciándome la cabeza lentamente. —Está bien… no pasa nada —me susurró—. Suéltalo todo. Pude abrazarme a ella. Tener un ancla emocional es de mucha ayuda cuando vuelves a sentir que tu vida está siendo succionada desde el propio pecho. Clavé mis dedos dedos en ella, y no la solté hasta que el grifo se cerró. No quiero describir mucho como me sentía… solo… Quédense con que el hueco en el pecho de esa noche en la playa se abrió. —Gracias —fue lo único que pude atinar a decir entre aspamientos—. Pero no tengo nada que regalarte. —Espero que sí, maldito —me golpeó en el hombro—. Dame un buen recuerdo de esta noche. Naser subió, nos vio abrazados y se alarmó al verme aun lagrimeando. —¿¡Qué le has dicho!? —¡Nada, alarota! ¡Le di mi regalo de Navidad y se puso a llorar! Yo asentí con la cabeza. —Oh, man… ¿Estás bien? —Todo bien, solo… me conmoví… —sonreía. Esa pesadez de mi alma se había ido lentamente, verla ahí conmigo… ayudaba—. Te quiero, Fang. Ella se puso ROJA, ¿saben esas veces que dije “ruborizada tal”? Nah. Les juro que las plumas de esa chica se pusieron de un rojo tan intenso que creí que brillaba. —Hey, es solo un regalo —añadió Naser, sonriente, ajeno a todo. Él bajó al piso inferior. Pobrecito. No sabía lo que se estaba tejiendo bajo su propio techo. Sonreí, y besé el hocico de Fang con suavidad. —Voy a ver si tu madre necesita ayuda… Y se fue, dejándome sole. En otros casos, habría sentido un abismo creciendo entre nosotros como solía pasar, pero esas palabras me estaban taladrando tanto la cabeza … ¿Me quiere? Que carajos, Damian. ¿Qué diablos te pasó por la cabeza al decir eso delante de mi hermano? Fui al baño a mojar mi cara. Prácticamente podría sentir los patrones de mis plumas encendiéndose con solo recordar dos palabras en español: Te, espacio, Quiero. ¡Aún no me lo había pedido y estábamos quemando etapas de esa manera! Maldita sea… ¿Debía vestirme? No había dicho de ningún lugar… La hora de la cena llegaba, y él subió nuevamente con la corbata desabrochada y el chaleco abierto, sin la chaqueta. —¿Vienes provocando? —le pregunté levantando la ceja, ya estaba más calmade. —Nah. Ponte guapo. No vamos a ir muy lejos, pero… Creo que te gustaría no estar en pijama Cerró la puerta tras de si. Pumpum. Eso fue mi corazón reiniciando mi cerebro. No quería ponerme un vestido, pero desde luego la idea de usar lo que había tirado y dicho que quemara no me atraía en absoluto. Tocaba improvisar. Si todas esas conversaciones de moda con Trish habían valido la pena era el momento de demostrarlo. Recogí el chaleco del traje que tiró. Pantalones de vestir que tenía por ahí guardados en el armario “por si acaso”. La camisa blanca del fondo del cajón no me valía. Apretado. Mis pechos habían crecido desde la última vez que me la puse, y me tiraba de la espalda. Mierda. Piensa. Tenía otra. Negra, con rayas blancas verticales. Me parecía horrible en su momento, pero ahora me parecía mi bote salvavidas. La tiré junto al resto en la cama. Zapatos. No hay. No quiero llevar tacones. No puedo ponerme las botas. Usaré los botines. Los calcetines… Medias mejor. ¿Debí depilarme?... Fang, estás cubierte de plumas, no puedes “depilarte”. Debo vestirme rápido. Confirmo que la puerta está cerrada antes de empezar por las medias. Pantalones. Camisa. Colocar las alas es una mierda. Es muy tarde para usar el vestido. Maquillaje. El de siempre, ¿Será suficiente?... Mmm… ¿Qué tal un púrpura esta vez? Rojo en vez de Naranja… Nah, rebotaría el color. El de siempre ¿Estará bien? Creo que estiraré las pestañas un poco más hacia arriba esta vez. Chaleco. Brazalete de pinchos alrededor del cuerno… Mejor uno sin pinchos. —Nada mal —me dije a uno de los espejos de mi habitación, al grande—. Estás que lo rompes. Solo faltaba una cosa. Odiaba hacer esto, así que espero que lo disfrutes, tiralanzas. Un botón, y otro botón fuera. Volví a la mesa de trabajo. ¿Tal vez pintalabios? … Ya es mucho. Otro día. Esto es solo la primera toma. Pintarme como una puerta no es una opción. Lo mejor es ser Yo. … Ser yo… No había sido “yo” en mucho tiempo. ¿Cuál de los Yo de mi triturada mente es la que está tomando el timón ahora? Pecho desinflado. —¡FANG! —escuché de abajo—. ¿Estás listo? Ya estaba volviendo a equivocarse con los pronombres ese estúpido. Apreté las cejas mirando la puerta. A cualquiera de mis Yo de todos mis fragmentos: muévanse. Salí por la puerta y ese estúpido se me quedó mirando como si fuera el único pterodáctilo del planeta. Casi le faltaba babear. Me tendió la mano como si fuera una princesa bajando las escaleras, encantador. Acepté, y aunque innecesario me ayudé de él para bajar los últimos escalones. Nos miramos. Definitivamente, para él no existía otra cosa que no fuera yo. Me habría gustado divertirme con sus ojos para saber si me seguía con la mirada, pero no tenía deseos de ser tan malvada en ese momento. —¡Cariño, Naser! —¿mamá?—. ¿Por qué no van a la cocina a ayudarme con la cena? —Cielo… —Ripley protestó. —¿Cariño? Murmuró y entró en la cocina con el hijo. —Tienen 15 minutos antes de que sirvamos la cena —nos susurró. —Cinco nos sirve —él se adelantó. Ella cerró la puerta de la cocina y nosotros nos fuimos por la puerta principal en silencio. Cinco minutos. Caminamos por cinco minutos sin hacer ningún comentario. No nos tomamos de las manos, no dijimos nada… El parecía tan nervioso como yo. Llegamos a un parque, y él sacó un muérdago de plástico al que había atado a una pequeña cuerda. Fue lo suficientemente ágil para colarla entre las ramas. —¿Ese no es el muérdago que estaba en el árbol de navidad? —Tal vez —sacó la lengua. Me tomó de las manos y me acercó a él de un tirón. Se aflojó la corbata y los primeros botones de la camisa dejándome ver algo de la tinta en su piel. Era un parque infantil, había toboganes y columpios, y normalmente estaría lleno de drogadictos como Reed. Pero estábamos solos. Él debía estar luchando contra toda esa timidez e inseguridad como nunca lo había hecho. Intentó decir un par de palabras, pero salieron torpes e inconexas, y estaba segure que ni como español tendrían sentido. —Llegué este año odiando a los dinosaurios —comenzó a decir—. La primera vez que te vi en la cafetería, tus ojos me dejaron impresionado. Definitivamente, eres la dinosaurio con los ojos más hermosos que haya visto… probablemente el ser vivo más hermoso —se rascó la mandíbula. Que mal se le daba al estúpido—. Lo que quiero decir es que … —Lo sé. —Sí, pero déjame terminar. —Déjame pensar… No. Le besé. Realmente solo fue mi pico chocando contra sus labios. —Esto se me da mal —no me digas—. A riesgo de sonar como si aún tuviera doce años… ¿te gustaría salir conmigo? —¿Esa es la versión traducida de lo que dicen ahí? —me reí. De verdad… sí parecía un niño de doce años declarándose. —En realidad, pensaba decirte algo como… —A quien le importa, estúpido. Claro que sí, quiero. No te habría seguido hasta aquí si no fuera por eso. —Quería hacer las cosas bien —se quejó. —No haberme besado en la cocina de mi casa, bobo. Ese beso fue … Fueron fuegos artificiales en mi cabeza, para los dos. El beso de la cocina se había quedado pequeño en cuanto al éxtasis puro que sentía en ese momento. Libertad. El sabor de la libertad en los labios de un pterodáctilo no binario. ¿Quién me lo iba a decir? Le habría dicho que estaba loco. 25 de Diciembre. Año 201M2019. Volcadera Bluffs Condiciones meteorológicas: Gélido como el corazón de tu ex. Condiciones sentimentales: Hermoso día de Primavera. [NOTES] Y les recuerdo que estamos a mitad de curso