[NOTES] Después de dormir hoy con mi gato un par de horas me di cuenta de lo cansado que estaba, y voy a estar. Soy estudiante de cocina, y la próxima semana ya comienzo a preparar cosas para el menú del restaurante pedagógico así que me gustaría bajar el ritmo de la escritura y descansar. Les dejo el capítulo más largo, dens, y, para mi, bonito que he escrito. Este junto al 8 son mis favoritos por ahora. [/NOTES] Una vez que lo conoces, Damian podía ser un chico muy dulce. Pero en cuanto se lo insinuaba gruñía como un chihuahua. Estaba muy feliz de que estuviera con nosotros. Y cuando sacó la tarjeta no pude evitar reírme, producto de toda esa sensación de felicidad que me embriagaba —Lo siento, es que… es hilarante. Trish preguntó el porqué de la tarjeta, y rápidamente vi al señor Hyde asomándose del perfecto doctor Jekyll. Trish, a veces eres demasiado inoportuna, maldita sea. —Oye, no hace falta que… Su necesidad de hablar le traicionó, tal vez no le importara un carajo o había agarrado confianza. No importaba. Habló de ellos y Hyde apareció en sus ojos, habló de sus padres, de su grupo de metal… y Reed vio el cielo abierto. Me compadecí. El sonido estridente venido de la tablet de Reed me hizo chirriar los dientes. Demasiado malo, pero pon buena sonrisa, Fang. Buena sonrisa. —¿Por qué dos bajos? —preguntó. Le miré, recordando que su mayor terror en ese momento era Trish. Debía hablar yo primero. —¡Es nuestro estilo! —respondí, más efusive de lo que estaba realmente. —¿Cuánto llevan tocando? —Dos o tres años. —¿Habéis probado otro sonido? —¿Otro sonido? —pregunté. ¿Es que acaso estaba preguntando sobre más música? —Los grandes artistas, los músicos, sobretodo las bandas famosas —carraspeó—. Las bandas buenas, quiero decir, suelen tener a su disposición más de un género que tocar. Los que salen de su molde suelen tener mucho reconocimiento por ello, y ser sus mejores canciones Género musical. Hablaba de género musical. Estaba intentando decir que éramos horribles sin decirlo. Muy diplomático de su parte, pero eso ya lo sabía. Al menos mantenía cierta educación. —Pero, ¿te gustó? —insistió Trish —Es un buen trozo de basura Por sus gestos entendí que lo que había dicho no era para nada bueno. Lo dijo: éramos basura. Ellos se animaron, no supieron leer su lenguaje corporal. A veces creo ser la única persona que lo puedo ver. Pero me tocaba sonreír, hacer el paripé. Aun cuando su equivocación destrozó parte del poco cariño que me quedaba por la banda. —¡Deberías venir a nuestro próximo concierto! —dijo Reed, muy animado —Claro, claro… Fang, ¿me acompañas un momento? Se había ido poniendo pálido gradualmente, hasta que sus arterias se quedaron marcadas tras su dermis blanquecina. Le acompañé. Sabía que iba a pasar. Me tendió sus gafas y tuve que soportar escuchar el más grosero sonido de vómito que había oído desde Trish borracha la navidad del año pasado. —Que asco —se me escapó —Mucho —él jadeaba. —¿Te encuentras bien? —Sobreviviré. ¿Fue nuestra música? Debía saberlo… —¿Estás enfermo? —pregunté. —He debido de tener un corte de digestión. —Entonces, ¿te gustó la canción? Me miró. Jekyll y Hyde estaban ahí, con esos ojos muertos de fantasma. Una mirada densa. El mayor No de mi carrera, y el más doloroso. No éramos buenos. Hablamos durante el mes siguiente de manera intermitente, en pasillos y comedor. Reconozco que le espié un tiempo algunos días que él tomaba el auditorio para saber si lo usaba y, maldita sea, Naser tenía razón. Él era bueno. Nunca interactué con él esos días, mi preocupación iba más por saber si era capaz de manejarse solo y, parecía que sí. Así que dejé el tiempo pasar mientras dándome cuenta de que estaba pensando demasiado en él cuando Trish me pidió ayuda con la tarea de una asignatura compartida. —¿Teníamos tarea? —le pregunté por Whosapp. —¡FANG! ¡Es para mañana! Ahora tendría que hacerla. Un viernes el doctor Jekyll asomó la cabeza por el auditorio, no parecía saber que estuviéramos ahí y bajó mirando constantemente la puerta como si alguien le estuviera siguiendo. —¿¡Qué haces aquí, estúpido!? —salió de mi boca —Escapar de Naomi. —UGGGG… Esa perra… Damian se sentó a mi lado, Trish se quejó pero ya tenía el oído entrenado para ignorar ciertas cosas que venían de su boca picuda. —Te juro que como la tenga que soportar un segundo más quemo todo el instituto. —Sí, conozco ese sentimiento, la tengo que soportar en mi casa muchas veces, y sus intentos de ayudar son desesperantes. Él expresó su molestia, y para mi fue como abrir el cubo de la basura y volcarlo. —Y siempre actuando como una gran dama —y luego imité su voz, la verdad estaba orgullose de mi imitación—. ¡Mírame, soy Naomi! ¡Soy súper increíble, inteligente y popular. Y todo el mundo se lleva bien conmigo! Y si no estás de acuerdo, jódete porque soy moralmente superior. —Lo tenías agarrado de dentro. No sabes tú cuánto, skinnie. —¿Por qué te estaba persiguiendo? —Quiere que me meta a algún club o algo así. Ella desesperadamente quiere ayudar con lo que sea… —¿Recuerdas el trabajo de ciencias? Le tuve que pedir ayuda a Naomi y estuvo ocho horas dándome por culo y mandando. —Pero si teníamos una semana para hacerlo, ¿por qué decidiste esperar al último momento? Me podrías haber pedido ayuda. —Cállate —le solté. ¡Ni me has dado tu número, capullo!—. Naomi insistió demasiado. —¡Chicos, estoy aquí! —gritó Trish. Ya sé, ya sé. No puedo ignorarte eternamente. Me giro con una sonrisa forzada. —Claro, ¿qué me ibas diciendo? —¡Tachán! Picasso había tenido un ictus mientras hacía eso. Era la portada de disco más fea que había visto. —¡Lo venderemos en el concierto! —dijo con mucha alegría. —¿Van a tocar? —preguntó Damian. —¡En la escuela! Suspiré con pesadez. Otra vez nos iban a tirar globos de agua… ¿verdad? —Trish, aun estoy dudando de esto… —¡Tonterías! Sonamos increíbles. Este año sí nos van a respetar. —¿Han tocado otros años? —El año pasado —Suspiré con una gran molestia al recordarlo. —No salió bien, ¿verdad? —No salimos de la primera canción —dijo Reed —¡Este año será distinto! Damian se llevó las manos a la cara. Y yo también tenía ganas de hacerlo. No sé si podría aguantar muchas más de esas humillaciones. —¿Estás loca? —soltó. Eso me sorprendió. Ambos se levantaron antes de que me diera cuenta. —¿Qué te pasa, tiralanzas? ¿Tienes algo que decir? —Pues mira, sí Mi turno. Me levanté, subí las manos a la altura de sus pechos para mantenerlos calmados y separados. —Damian, no —no te metas en estas cosas. No merece la pena. —Tu banda tiene 3 años de vida a lo mucho, vuestro sonido es inmaduro —Hyde estaba ahí, en algún lugar, rugiendo por salir arañando las paredes—, ¿y quieres dar un concierto? ¿Sabes cuánto tarda la gente en prepararse para su primer concierto? ¡Años! —¿¡Y tú que sabes!? —¡Joder! ¡Soy músico! —¡¡Yo aun no te he visto tocar un solo instrumento!! ¿¡Y qué tocas, mono, la pandereta!? El señor Hyde salió explotando. —¡Pues igual me hago una pandereta con tus tripas, por lista! Levanté una ceja. Eso fue mucho más suave de lo que esperaba. Tal vez porque el doctor Jekyll aún agarraba el tobillo de su otra mitad y pudo cambiarse los papeles. Se veía profundamente apenado por lo que dijo. ¿Por cuánto tiempo había estado él así? —Vale. Siéntense los dos. Reed me ayudó a calmarlos. Debía defender a mi amiga, pero estaba de acuerdo con Damian. Éramos horribles, eso lo sabía. —Discúlpate con ella, imbécil —le pedí, ahuecando las alas de mi cuerpo para parecer más grande. Puro instinto animal. Pero él me vio como un niño viendo un peluche, lo que me hizo sonrojar. Afortunadamente esquivó mi mirada. —Lo siento, Trish —no lo sentía. Era obvio. E hizo algo… muy raro. el doctor se levantó, le compró un disco a Trish y se marchó sonriéndome. En los tres nació algo que nunca habíamos experimentado: éxito. —¡¡PRIMERA VENTA!! —gritamos los tres. Los siguientes días nos pasamos hablando solo en clase, era normal que él quisiera tener cierta distancia entre sí mismo y Trish después del experimento fallido. Pero yo no me había rendido con él. Además, comenzaba a gustarme tenerle cerca. Era nuevo, amable, refrescantemente sincero, y era lindo ver como aún se equivocaba con mis pronombres y se corregía rápidamente. Llegó el último día de septiembre, un viernes. Mi padre decidió hacer una barbacoa con todos en casa. Me habría encantado llevar a Damian, pero con el asunto del tatuaje a papá no le iba a caer demasiado bien. —No, yo le pregunté también —reconoció Naser, cuando le dije de que quería invitarle. —¿Se negó? —Se negó. Suspiramos con fastidio. Nosotros éramos dinosaurios de sangre caliente, pero eso no nos impedía celebrar el día y comer un buen atracón de carne. Viejo, si algo sabes hacer bien es la carne asada. Deberías cocinar más a menudo. En ese día mi padre era mucho más amable y relajado que de costumbre, no daban ganas de estrangularlo, aunque probablemente rompiera cualquier cosa que lo intentara con ese cuello. Estar con mi familia era algo que rara vez ocurría, la sensación de tener que ir todo el tiempo con pies de plomo con mi viejo pudo conmigo llegado el momento, y me retiré con la excusa de ir al baño. No fui al baño. Me senté en las escaleras, viendo de reojo como Naser y mis padres se divertían en algún tipo de conversación. No estarían hablando de mi, ¿verdad? ¿Por qué sentía que hablaban de mi? Seguro se rien. ¿Estoy mal? ¿No me maquillé esta mañana? No, Fang, tranqui. Todo chill. Es tu paranoia. Respira. Respira. Me levanté, y volví a verlos. Me sentía tan lejos. Tan innecesaria. Y ellos se veían tan perfectos, sin mi. No hubo otro sentimiento que la maravillosa idea de que esa familia por fin tuviese fuera a su problema central, su oveja negra, quien inició la cadena de desastres. Yo. ¿Qué mejor que este día tan hermoso para quitarse de en medio una plaga bíblica? Qué sentimiento tan extraño de felicidad me hizo ir prácticamente dando saltos al despacho de mi viejo. Desde las persianas de metal era capaz de verles disfrutar del sol de la mañana. Cogí aire, ¡todo terminaría pronto! Que emoción. Con qué facilidad cogí el revólver del cajón del escritorio y llevé la boca a mi cabeza. ¿Cómo sería? ¿Dolería? ¿Mancharía mucho? No importa. Seguro es un magnífico regalo para ellos. Solo necesito tensar el dedo un poco más, y lo tendrán, ¡todos lo tendrán! Mis padres no tendrán el problema, Naser podrá olvidar a quien le lisió de por vida, Trish y Reed podrán irse a la mierda ellos dos juntos por haberme arrastrado. Naomi estará cantando de alegría ¡se le acabó el problema al hermano! Y ese estúpido skinnie… Me habría gustado oírle tocar el saxofón alguna vez. Goodbye, Volcano High. Click. El tambor golpeó el revólver, pero no había bala. No hubo explosión. No hubo liberación. Solo un torrente de lágrimas, devolviéndome a la realidad. Mi maquillaje se fue, y mis manos temblorosas apenas sí pudieron manejar poner el revólver en su sitio mientras mi cuerpo entero se deshacía como un terrón de azúcar en un líquido caliente. Me llevé las manos a la cabeza con mis garras fuera, iba a comenzar a jalarme de los pelos en un ataque de histeria… Naser apareció. Me buscaba. Rápidamente me sequé las lágrimas y carraspeé para que no se notara mi voz entrecortada. —Papá te busca. No me di la oportunidad de pensarlo, no quería pensar en lo que había intentado. Quería enterrar ese recuerdo lo más profundo que podía en mi mente. ¿En qué pensabas, Fang? ¿Crees que eso realmente solucionará las cosas? No lo pienses, no lo pienses. Ese viernes… fue muy bueno, a pesar de todo. Y cuanto más lo pienso más intento borrar todo ese recuerdo. Lo que no esperaba fue que Stella me contara el sueño que tuvo ese estúpido esa misma mañana. Me centré en mi música, como siempre hacía, para escapar de ese hilo de caos que no llegaba a entender. Para escapar de mi propia mente. Y pude hacerlo, hasta el miércoles. Tomé rápidamente una de las pocas guitarras que aún servían, vamos a llamar a esta “Betsy” y, usando mi cola como metrónomo, fui repasando lo que había hecho en mi cabeza tratando de recordar los acordes. En cuanto terminé de tocar el repaso, el humano se sentó a mi lado y me asusté con su voz.. Normalmente suelo escuchar a la gente llegar, pero éste tipo a veces es tan sigiloso como un conejo. —Eso suena impresionante, ¿eso es para la banda? Fruncí el ceño. —No. —¿Por qué no? Solo esa tonada tenía más calidad que todo el cd entero. Gracias por decirme a la cara que somos basura, skinnie. Suspiré y miré a Betsy con un deje de nostalgia. —Lo haría si pudiera. —Explícate. —La banda es solo Trish, Reed y yo. Las cosas se deciden por democracia. Reed dice que usar un bajo es más único, y Trish cree que es un buen llamado comercial. Se llevó las manos a la cara. Sí… Ya lo sé. —Estás escuchando a un drogadicto y a una chiquilla que no tiene idea del mundo musical. La manera en que tocas esa guitarra, es impresionante, es casi como un don. Sé que todo lo que me vas a decir es verdad, aunque… realmente no quiero escucharlo. —Toco bien el bajo. —No te lo niego, pero ¿No estás haciendo solo lo que ellos quieren? —No es… Es solo… Trish dice… Mierda. Pillada. —No estás satisfecho por como suenan ahora, ¿verdad? Negué con la cabeza. —Es solo… Creo que cuando quieres hacer algo único, innovar, debes saber que estás haciendo. Y si no eres como mínimo excepcional no sonará bien, y si no suena bien… suena mal. —Siguen verdes, lo dije. Necesitan más sonidos. —Puede ser pero, mira, estamos mejor así con dos bajos. Ellos lo dicen. —Ajá… No lo creo. Yo tampoco me creo a mi misme. Fang, dile algo. —Muy bien, mi banda ensaya hoy por la tarde. Vente, y lo compruebas. Pero no eso. —¿Y si tengo razón? —Usaré la guitarra pero, sino, serás un marica equivocado. Esperaba que estuviera equivocado. Solo sabía que era bueno en un instrumento por una persona que no tenía nada de música, y encima esa persona era Stella. Subimos al escenario, tocamos y él sufrió un black out de manual que me hizo parar a mitad de canción para comprobar si estaba bien. Lo último que quería era que se desmayara cuando ya le habíamos hecho vomitar. — Oh, dios… —ese español débil venido de un muerto viviente. Miré al bajo. Tal vez… éramos aún peor de lo que yo pensaba. Quería romper ese bajo contra el escenario… —No fue tan mal… —déjame agarrarme a esto… Pero no lo hizo. Fue demasiado brutal para mi. —Toca con la guitarra… por dios … toca con la guitarra… Te lo imploro. Te lo pido. De rodillas. —Oh, cállate —dijo Trish—. Guitarrista de pega. Me miró, y miró la guitarra. Esos ojos azules, brillaron. No puedo explicarlo. Pero fue como si estuviera vivo en ese momento. Había resucitado solo para decirme que tocara la guitarra. —Creo que deberíamos intentarlo Trish y yo comenzamos a discutir. Estaba siendo impulsade por esos ojos extranjeros, y no entendía muy bien porqué… Solo me dejé llevar. Jekyll alzó tanto la voz que hizo temblar las paredes cuando se mencionó el hecho de que nunca me habían oído con la guitarra. Estos homínidos de mierda tienen fuerza cuando quieren gritar. Pero, me hizo sonrojar. Una pequeña florecilla nació en mi pecho, algo que sentí como… felicidad. Ese estúpido me estaba defendiendo. Trish accedió, quería acabar con eso cuanto antes. Y toqué. Toqué con todo lo que tenía. Necesitaba arreglos, pero ¡MIERDA! Podía sentir toda vibra. Sentía el sudor entre mis alas, mis dedos entumeciendo el agarre de la púa. El escenario temblando. Cientos de colores como nunca había experimentado. Endorfinas explotando como mentos en rockacola dentro de mi sangre. Había olvidado… lo bien que se sentía. Había olvidado los torbellinos de colores explotando entre mis ojos. Jadeaba. Damian se levantó, aplaudiendo. —¡SIIIII! —grité con todas mis fuerzas—, ¡Totalmente mejor con una guitarra! ¡JÓDETE, TRISH! —Te lo dije. ¡Él lo dijo! … ¿eh? ¿Cuando subió el tipo este al escenario? … Oh. Mierda. —¡OH MIERDA! —grité—. Maldita sea. —Felicidades ¿Por qué sentí mi hocico cogiendo temperatura con ese guiño? Maldito… —Votemos —Trish estaba a nada de romperle el bajo en la cabeza—. ¿Quién vota con solo batería y bajo? —solo ella levantó la mano—. ¿Y en contra? Reed y yo levantamos la mano, hasta Damian levantó la mano. —Tú no te metas, skinnie. —¡SÍIIIIIIIIIIIII! Quería abrazarlo, pero me contenía sabiendo que él esquivaba personas en los pasillos. Era el mejor día de mi vida. —Entonces… ¿debemos arreglar las canciones? —preguntó Reed. —Es solo una línea —respondí, mi pecho no paraba de subir y bajar—. No llevará tiempo. —Y yo la ayudaré. Tomará aún menos tiempo. —Tú no estás en la banda, skinnie. —Acepto tu ayuda, Damian ¡Por supuesto que no iba a dejar que jodieras esto, Trish! ¡Ni siquiera tú! —¡Antes! —dijo Trish en voz alta—, debo saber si de verdad sabes tocar, y que no tienes la guitarra del Guitar Hero escondida en ese estuche. ¿Por qué Damian se había molestado tanto? —Dame la guitarra, Fang —gruñó —¿Por qué no usas la tuya? —tenía curiosidad. —Dame, la, guitarra. —insistió—. Voy a hacer que este arándano gigante se trague sus palabras, otra vez —arándano gigante fue una manera muy tierna de comentario racista, al menos no la había llamado TRIGGA. Le di la guitarra, estaba esperando oírle tocar de todas maneras—. Todos abajo. Una pieza clásica ¿con la guitarra? Creo que era… el primer movimiento de Moonlight. Ese estúpido sí sabía hacer sonar bien la guitarra con esos dedos finos que tenía. Mi atención fue completa, escuchando la pieza y dejándome llevar lentamente por la manera suave en que tocaba las cuerdas. Quería subir, y tocar con él. Mi pie estaba inquieto. Quería más. —¿¡SOLO TIENES ESO!? —gritó Trish. Vamos… demuéstrale que se equivoca. Dalo todo, como yo te lo di. Dámelo todo, Damian. Él sonrió. Dijo algo. Se tomó un momento… y empezó. Y lo dió. Se metió de lleno en ello. Los cambios de púa a dedos eran tan limpios y rápidos que casi parecían ilusionismo. Las subidas y bajadas del mástil, perfectas. La velocidad, en un lento crescendo, forzando sus dedos a ir tan rápido llegados a un punto ya ni nos estaba viendo. Aún recuerdo sus palabras “¡EY! ¡Dejen que toque! ¡Esas manos deberían estar enmarcadas y ser veneradas por todos los guitarristas del mundo!”. Las tuyas también, capullo. Terminó, exhausto. Pero vivo. Le tiré la toalla que había usado para secarme el pelo, y el muy idiota se quedó olfateándola como si fuera un perrito viendo algo desconocido. —Sécate —¿Y bien? —preguntó. —Te faltó algo, bro… —¿El qué? —Romperla. Se movió hacia ella, ¡el muy idiota iba a romper a Betsy! Le agarré del tobillo saltando de mi asiento. —¡No! ¡Es del profesor Jingo! —¿Qué hora es? —preguntó —Casi las seis —respondió Reed —Mierda. Debo irme. Saltó del escenario —¿Por qué no te quedas un rato más? —salió de mi boca por si misma. Fang, ¿en qué líos te estás metiendo últimamente por tu boca? Necesito rectificar. Que no se note que te gustaría que él estuviera aquí contigo—. Yo, um… Nosotros… ¡Tu ayuda! Necesito tu ayuda, nos vendría bien tu ayuda —Fang hablaba jodidamente rápido. Tanto Trish como él parecían desconcertados. Reed me apoyó… y él fue a su mochila. Era obvio que no podía quedarse… ¿Eso es una libreta? ¡Sí! ¡Se queda! —¿Quién pide las pizzas? —preguntó —Yo lo haré —dije con mano levantada. Iba a retenerlo con toda la pizza que pudiera. Lo necesitaba conmigo. Y se quedó, toda la tarde, y las tardes se convirtieron en recreos. Y los recreos en música. Él estaba vivo, sus ojos azules nunca habían sido tan hermosos. Las bolsas bajo sus ojos se iban lentamente aunque él no se diera cuenta. El señor Hyde ya no aparecía aunque estuviera solo pidiendo tiempo para si mismo, simplemente era el doctor Jekyll en su mejor momento. Y yo estaba tan satisfecha y feliz por él que… también comencé a sentirme mejor conmigo misme. Me di cuenta, de que si él era feliz, yo también podía serlo. A veces la preocupación por su abuela le golpeaba duro, pero seguía vivo. Seguía ahí. Y mi estómago comenzó a sentir cosquillas con sus sonrisas y bromas estúpidas. —¿Cómo es el lugar de donde viniste? —Es bonito, pero la gente no me gusta —respondió. Y procedió a contarme las maravillas visuales, algunas me las enseñaba. Más de doscientas playas en una isla. Arena negra. A veces calima. Él podía decir lo que quería de ese lugar, pero se veía que lo echaba de menos. Un día, no apareció en el auditorio, finales de Octubre. —¡Ve a buscar a ese estúpido piel rosado! —gritó Trish. No hacía falta que lo dijeras mucho. Trish últimamente también se comportaba de manera extraña. Imaginaba que lo iba asimilando y expulsaba insultos por osmosis. Lo encontré en la azotea. Reconocí primero su mochila. —Damian, te estuve buscando por todos la… —y Sage estaba al lado—. Hola, Sage. —¡Hola, Fangy! —respondió él con alegría. —Skinnie, necesito tu ayuda a mover el piano. Él entendió rápidamente mi salida. Sabía qué había pasado, el porqué de su cara nerviosa, y porqué no paraba de abrazar su mochila. —¿Le has hecho algo raro? —le pregunté. —Solo le he distraído un poco. Es muy lindo cuando se sonroja, ¿verdad? Celos. Algo que no había sentido nunca por otra persona. Celos. Sage era amigo, sin embargo, estaba ahí, rugiendo, celosa. Resoplé y me llevé al skinnie lejos de sus garritas azuladas, que peligro tiene ese niño. Pero llegaron buenas noticias, y mi tiralanzas estaba vivo otra vez. Lo suficientemente vivo como para presentarnos una canción de su autoría. Una melodía. Sin letras, ni título, sólo música. Creí haber adivinado los conceptos, él estaba hablando de sí mismo y de cómo nos conoció. A veces el nivel técnico era mayor del que estábamos acostumbrados, pero Trish parecía disfrutar muchísimo del reto y, aunque nos costó varios intentos, cuando pudimos hacerla toda de una… él estaba feliz. Todos lo estaban. Hasta a Trish le gustó, y a Reed ni lo cuento porque a él le gusta todo. Recibió esa llamada, y su mundo se deshizo como el algodón de azúcar en la boca. Habló con afónica agonía a quien adiviné era su madre y comenzó a rascarse. Le tomé ambas manos, y él me miró como si fuera un conejito viendo su muerte. Se levantó de golpe. —¡No me toquen! No habríamos podido. Todo mi cuerpo gritaba que no lo hiciera. Pero lo hice. Di un paso hacia él. —Damian, relájate. Respira. Intenté calmarme. Pero él no parecía oirnos. Y huyó. Como ese conejito asustado. Desde mi punto de vista, era como ver un ángel cayendo desde lo más alto. Vi desmoronarse su mundo, le vi huyendo de sus amigos, y de mí. Y estaba tan asustado entre nosotros cómo podría estar el marsupial original del que había salido su especie entre las piernas de nuestros antepasados. Y, aun así, se las arregló para congelar a tres dinosaurios en el sitio. —Debemos ir a buscarlo —dijo Reed, sorprendentemente. Su móvil estaba en el suelo del escenario, llamarlo era imposible. Reed recogió su guitarra y tuvimos que zarandear a Trish para que se moviera. Me pregunto en qué se quedó pensando. —Yo lo buscaré dentro —dije Tal vez esté en la azotea. —Jardín —Trish levantó la mano. —Iré por las salidas —Reed suspiró. Comenzamos a peinar el lugar. Pero salvo los clubes que se hacían dentro y que no le habían visto, estábamos solos. Subí a la azotea, pero no le encontré. Sabía que le gustaba ese lugar y aunque nunca me dijo el motivo, lo comprendí cuando vi el mar. "Y sus doscientas playas". Era una posibilidad a la que me tenía que agarrar. Estaba lejos, y cuánto más me lo pensaba menos creía que estaba ahí… pero reconocí ese pelo rubio alborotado y desordenado. Me acerqué, les di un rápido mensaje en WhosApp a los chicos y me acerqué a él. Mi instinto ya no me decía nada. Él se había muerto de nuevo, a un nivel que ni parecía importarle nada que viniera por su espalda. Le tendí su teléfono. Él ya me había visto con esa maldita vista periférica de herbívoro. —Te lo dejaste. ¿Estás bien, bobo? Su respuesta fue quitar la chapa de una botella con su mano, y pasármela. ¿Cuántas habría abierto de esa manera que apenas le costó un movimiento de muñeca? —¿Cómo me encontraste? —Recordé que a veces hablabas de que vivías en una isla —¿Te lo dije? No lo recuerdo. —Una vez hablaste de las más de doscientas playas que tiene, incluidas las nudistas. Me senté a su lado y le di un trago. Ellos llegaron. Y lo dijo. Lo que me temía. —Mi abuela murió anoche. Suspiré. Los tres decidimos abrazarlo. Me sorprendió que Trish también lo hiciera. Él no se movió, pero parecía tener mejor cara que cuando llegamos. Me pregunto si… debí quedarme a solas con él. Hablamos de nuestras familias, Trish y Reed fueron muy abiertos con sus problemas. Y nos terminamos las cervezas. Y, llegado el anochecer, ellos se fueron, devolviéndole al tonto su guitarra. Le hice caminar hasta la acera, y ahí nos quedamos, mirando al vacío. Llevaba todo este tiempo queriendo echar a Reed y a Trish, pero yo había sido quien les había llamado. Mi cabeza estaba en un lío, y no sé si quiero comprender todo lo que me pasa ahora mismo por ella. —¿No te vas? —preguntó. —Espero a Naser, le he pedido que venga para recogernos. —¿Nos? Reventé. No podía decir todo eso delante de ellos, tal vez malentenderían lo que quería decir. —Eres imbécil —estaba rabiosa —. Y no sabes leer la habitación, eres torpe, inepto y emocionalmente estúpido. Sí. Nos. No te voy a dejar ir solo a tu casa, capullo. Quería ayudarle, y había vuelto a ser el señor Hyde. Todo mi trabajo, tirado a la basura. Esos ojos azules, muertos. Sus hombros, pateticamente hacia abajo. Quería golpearle. Fuerte. —No haré nada raro. —Me da igual, simio. Espérate. —¿Fang? —¿Qué? —Estaré bien. —No, no lo estarás —le vi en sus ojos el mismo destello que tenía las veces que me miraba en algún reflejo, esas veces que yo me quería desvanecer arma en mano. Él no iba a estar bien—. Quiero decir… aún no. Necesitas tiempo. Y no quiero que estés solo. —¿Por qué no? Giré. Grité. En serio, quería golpearle. —¡PORQUE NO! Imbécil chupapitos —le dejé reaccionar, si él estaba ahí, si él seguía vivo, reaccionaría. No fue así, y eso me dolió en lo más profundo de mi ser. Mucho más de lo que… esperaba.—. ¿¡Lo ves!? No estás bien, y no vas a estar bien en una hora. Y no lo estarás mañana. El Damian de ayer me habría insultado llamándome paloma mutante o delfín. Baja la puta guardia de una vez. Déjame hacer esto. Nos quedamos mirando la nada, esperando a Naser. Él suspiró. Tras unos aburridos minutos tomó mi mano, y yo me quedé paralizada. Él nunca iniciaba contacto físico. Mi corazón se aceleró como nunca. Casi pensé que él podría oírlo. Tragué saliva. No me podía calmar. No sabía si quería calmarme. Sentir su pulgar contra el sentido de mis plumas hizo que mi cuerpo comenzara a arder de una manera que no había ardido antes, no en esas fechas. Aún era muy pronto para esas fechas como para sentirme así. Nos miramos. ¿Estaba mal que yo me sintiera así cuando él estaba tan abatido? ¿Estaba mal querer tomar todo de él en ese momento? No estaba acostumbrada a ese tipo de emociones fuera de tiempo e imaginé demasiados escenarios. Palabras sueltas, momentos que no iban a pasar. Mi corazón… como el de una preadolescente. Que estúpido, Fang, ¿dónde fuiste? ¿Cuándo te permitiste pensar en todo eso? Solo querías salvarlo por un motivo egoísta, ¿cuándo tomó tanta relevancia? Sonreímos. —Estúpida paloma mutante. Luché para no deformar mi hocico de la macedonia de emociones que estaba teniendo en ese momento: rabia por el insulto, felicidad por verle de nuevo ahí, y otras cosas encontradas que no era capaz de separar en ese momento. Como resultado, apreté su mano. Y en respuesta, él también. Y nos mantuvimos ahí, con el sonido del mar a lo lejos y algún coche ocasional. —¡EJEM! La voz de Naser rompió el momento. Hasta para eso joder, ala rota. Le llevamos a su casa y … Yo quería subir ese portal con él. Pero ¿y sí se entera mi padre? Me mata. Y en qué maldito momento se me ocurrió pedir ayuda a los demás para animarle. Stella y Naomi se pusieron a hablar de reproducción humana, y Naser quería meter la cabeza bajo tierra. Y francamente, yo también… Stella era una otaku freak virgen de manual, ¿la excusa de Naomi? A ella le gustaba la “antropología”... Sí, claro, amiga. Lo que tú digas. Lo que no esperaba, sinceramente, es que Trish tuviera la oreja puesta en toda esa conversación. La verdad, estaba desesperade. No sabía qué hacer. No era como esos cambios de humor del principo: él no estaba, directamente. Se ponía en automático, y lo único que parecía devolverlo a la realidad era mi voz y la música, y a veces ninguna era suficiente para sacarle de su mundo. Olvidaba cosas, conversaciones, olvidaba tareas, pero no olvidaba tocar, ni los ensayos, y se presentaba ahí el primero si hacía falta listo para hacerlo. A veces, se ponía a cantar de la nada en recreos, canciones hermosas, desde luego, pero yo no era capaz de entender lo que decía por estar en español. Di todo de mi las últimas clases de español que tenía, le puse mucho más empeño de lo que le ponía a otras asignaturas, solo por… Ayudarlo. Naser y yo nos reunimos en privado. —¿No puedes verlo así? —le pregunté. —No quiero que MI NOVIA ande fantaseando con… él —gruñó. —¿Estás celoso? —bromeé. —Sí… No… Carajo. Él me da pena, y es molesto, sí. Pero no es culpa suya, no. ¿Qué tal si le invitamos a comer un día? —Navidad —dije tajante. —¿Cómo Navidad? ¿Él no va a volver a España? ¿Estás segure que quieres meterlo con padre en casa, con el tema del tatuaje? —Vamos a preguntarle. Si se queda, le invitamos. —¿Por qué quieres invitarle en Navidad? Yo me mordí el labio inferior. Recordando las resacas que él tenía a mitad de semana, el olor a humo y cerveza pegado en su ropa, las pérdidas de su identidad y esos momentos en los que él era un robot, una sombra de sí mismo. Solo podía verle descender a tanta velocidad que no era capaz de atraparle con mis manos sin miedo a caerme con él. Y todo eso tenía un solo resultado inevitable que yo conocía como las huellas de mis manos. —Porque va a estar solo —porque él puede matarse. Le preguntamos, él se quedaba. Y fue invitado. Tras eso, parecía despertar. Un par de noches más tarde me llamó, pude ver su casa, los botellines de cerveza, la ropa tirada, y la barba que comenzaba a salirle. —No he estado bien, tenías razón. Pero, ¿sabes? Tu voz, tu voz me ayuda. A veces me pongo ese estúpido disco que le compré a Trish para oírte. Aunque sea de esa manera. ¿Cómo sentirse el ptero más feliz del mundo con solo un par de frases? Así. Simplemente así. Oculté mi cara en la almohada. Sentía todo mi hocico ardiendo. —Lo que quiero decirte es que… Si no te hubiera conocido probablemente me habría vuelto loco. Ese día en la playa… yo… Querías morir. —Lo sé. No hace falta que lo digas. No quiero que me lo digas así. Mi madre me dijo de dormir, y vi en él ese destello nuevamente, fugaz. Una estrella cayendo, pero brillante. Él seguía ahí. Recordé que Stella había mencionado que le tocó algo especial, algo de un videojuego, y eso le pedí, y que me mirara para poder ver su rostro. Su cara constantemente de poker tenía una mirada muy expresiva, y sus ojos brillaron por esos minutos que duró la tonada del videojuego. —Te ves muy bien. —¿Disculpa? —Tocando. Tu cara no se ve tan muerta. Te ves… Bien. Sonreímos, y colgamos. Cállate, corazón. Haces mucho ruido. Y llegó el día. Ya llevábamos varios días reuniéndonos en el recreo hablando de la atmósfera, las mesas, la comida, la decoración. Caminó hasta Sage. Tocó su cara con cuidado, en mi imaginación.. eso iba a culminar con un beso. Pero. No. Damian. Conocía esa cara. Rabia. —¿Quién fue? El tipo que se estaba deshaciendo en nuestra cara fue el primero en alertarse de que no había hecho ningún comentario extraño, estaba retraído, oculto. Todo eso debió habernos alertado a todos. Es patético cuando lo piensas, que el que menos conociera a Sage fuese el primero en darse cuenta. Ojalá no lo hubiera hecho. En cuanto supo quienes eran, fue a por ellos. Le dije a Reed que fuera tras él, debía impedirlo. Pero él se las arregló para esquivarle y, según los rumores, molerlos a palos. Ellos, aunque fue más el yutyrannus, le hablaron a alguien que conocía como fue todo: Ellos estaban sentados en la azotea, Bob atacó primero, eso era cierto, y también que pareció tropezar y golpearse contra la pared. Y luego reventó un bate de madera en la cara de dos de ellos antes de que se levantaran. No hubo tiempo de reacción, ellos ya estaban en el suelo y él no paraba de patearlos incluso si no estaban ofreciendo resistencia, aunque estuvieran desmayados. Él seguía golpeándolos. Hasta que se dio cuenta de su existencia, y solo recordó el primer puñetazo. El relato fue contado de boca en boca, haciéndolo cada vez más fantasioso. Pronto, no era un loco desquiciado arrollando a cuatro personas que había atrapado con la guardia baja, había sido un cuatro contra uno en una escena de pelea. La negativa de los cuatro a volver a hablar de ello viendo como todo se fue al carajo y el miedo a preguntarle a él directamente fomentó aún más ese tipo de fantasía. En menos de tres horas él tendría un nuevo mote: Rex Wick. Y lo peor: él era consciente. Y él se sentía vivo haciendo eso. Recuerdo su rostro cuando entró al auditorio gritando a Reed: de naríz para arriba, enfado, de nariz para abajo, una sonrisa. Ese no es el color vivo que quería en sus ojos. Sage habló con él, pero ya había vuelto a su burbuja, y las palabras no le alcanzaron. Solo quedaba yo. —Te estás comportando como Trish —le dije, al llegar a nuestro encuentro esa tarde. —¿Acabas de llegar? —Sí. —¿Qué me decías de Trish? —El año pasado, destrozó un coche con una palanca. Y el anterior le robó a alguien. Me senté a su lado. —No estoy diciendo que no se lo hayan merecido. Mierda, de verdad me hubiera gustado verlo. Te juro, que me hubiera gustado verlo, pero… —Continua. —No lo estás llevando bien. ¿Era necesario golpearlos tanto? —No los golpeé, cayeron… —Por las escaleras… Estúpido. Se masajeó las cicatrices. Él no se daba cuenta, pero cada vez que era incapaz de decir algo, cada vez que tenía algo agarrado, lo hacía. —¿Te duelen? —El qué. —Las cicatrices. Verte masajearlas es un indicador de que estás ansioso. Últimamente lo haces mucho. —No estoy ansioso —Podemos estar ansiosos sin saber que lo estamos, estúpido. —¿Cómo te las hiciste? —Ya te dije que… —le callé. —La verdad, bobo. Me lo contó. Quería abrazarlo en ese momento. Hablamos de Trish, y al levantarme tomó mi mano como si fuera a irme para siempre. —¿Tienes miedo… —de que me vaya? Se estaba muriendo por dentro. Eso era lo que me decían sus ojos. No hicieron falta palabras: entendí todo el mensaje. Estaba aterrado de todo y todos, tal como puede estar un conejito ante tanto carnívoro, pero el carnívoro que más le atormentaba era él mismo. Lo entendía. De verdad. Lo entendía. Me estaba gritando ayuda. —No quiero que te vayas. —Solo voy a subir al escenario, bobito. Me fue soltando muy lentamente, dudé. Realmente… En ese momento quería tomarle por las mejillas y ¿besarle? Fue divertido imaginar las posibles combinaciones que tendríamos que hacer con mi pico y su estúpida boca de simio. Pero necesitaba sacarle de si mismo y yo tenía la idea para ello. Me senté al borde del escenario y tomé mi guitarra. —Coge tu saxofón y sígueme. Él lo hizo. Empezamos torpes, pero no era lo que quería. Quería que volviera a ser él. Conectamos, él se levantó. Ya no habían movimientos torpes, solo nosotros dos, llorando de la mejor manera que podíamos hacer. Para dos músicos, eso fue un momento mucho más intenso e íntimo que cualquier noche que podríamos haber tenido. Los dos encontramos esa pieza en el puzzle que nos faltaba, una que tenía el otro. La música de los instrumentos tal vez llegara a su fin, pero aún sonaba en nuestra alma cuando nuestros dedos se entrelazaron y esos latidos se sincronizaron el uno con el otro. Acercar nuestras cabezas era el resultado inevitable. Lucy y Fang lo querían. Esos ojos azules, reconozco que me perdí en ellos. Volvían a brillar como fuego, como algo que nunca había visto, y era hermoso. Su olor cítrico llegó a mi sensible nariz. Los dos inclinamos la cabeza, con los ojos entrecerrados dando un salto de fe a ver como carajos podía salir algo así. Y explotó esa bombilla. La fantasía se rompió. Salimos corriendo a ver lo que había pasado, y nos dimos cuenta. Nos reímos, pero creo que los dos lo entendimos como una mala señal. Ya, ¿qué importancia tenía ese momento? Pudiste haber tomado mi mano, pudiste evitar que te llamara amigo. Pudiste... hacer muchas cosas. Habría aceptado salir contigo en ese momento. Yo quise salvarte, y acabaste siendo tú quien mejoró mi vida. Idiota. Pero tú, tú y tus malditos dramas emocionales te torcieron la realidad de lo que pasó. Pero yo, yo también pude evitar decir esas cosas. Pude haber pensado mejor lo mal que estabas, que no tenías la cabeza para ser proactivo, haberte hecho dar un paso más. Pero, ¿qué caso tenía si era yo quien forzaba una relación si no estabas listo? Habría sido otro desastre de par de meses, ¿verdad? Al día siguiente lo vi con ese corte de pelo, esos ojos brillantes llenos de vida que no se extinguieron. Teníamos la misma altura pero mi sensación era como si le estuviera viendo desde abajo. Fue muy extraño. Pero me gustaba verle así. Ensayamos, y fue de los mejores momentos que tuvimos en ese semestre, de lejos. El ánimo estaba por las nubes, y pudimos medio engancharle con la idea de que formara parte del grupo, ya no haciendo un taburete sino una silla. Caminamos hacia mi casa después, de verdad mi corazón estaba a mil. Ni recuerdo la conversación, solo recuerdo esa sensación indescriptible de endorfinas explotando como fuegos artificiales en mi cabeza. Mi padre abrió la puerta, sorprendiéndole. Yo ya me esperaba algo así. Y mamá le metió dentro en cuanto mencioné la idea de que se quedara a comer. Aún no me había repuesto del día anterior cuando cantó esa canción en el piano. Su voz… era demasiado melodiosa, perfecta para ese tipo de cosas, podría oírle cantar de esa manera el resto de mis días si pudiera. Y me miraba, en esos trozos en los que la canción hablaba de cómo amaba todo de alguien, y se sintió como… si se me estuviera declarando, pero sin hacerlo. Delante de toda mi familia. Y volví a sentir ese torrente de emociones hacia él como el primer día que nos tomamos de la mano en la playa… Me levanté a mojarme la cara. Y esos dos, mi padre y el humano tuvieron una discusión pero a medida que intercambiaban puyas… ¿pude ver aceptación por parte de él? Y cuando se marchó escuché decirle: —Aceptable —dijo, cuando él no estaba escuchando. —¿Te gusta? —le pregunté sonriente. —Aceptable —repitió. Eso era más que suficiente para mi. —¿Intentarás dejar de asustarlo? Y sonrió con maldad. —No. —Papá, que tonto eres. Él solo resopló, aún manteniendo esa sonrisa. Había sido, fácil, la mejor noche de mi vida hasta ese momento. Ese estúpido simio se había conseguido ganar a mis padres brillando como debía hacerlo. Me preocupaba que estuviera drogado o borracho, pero no presentaba los signos de Reed, o de que fuera un efecto rebote de haber caído contra el fondo de su propio abismo. Un mensaje. “Estoy en casa. Gracias por lo de hoy. Lo que te dije era en serio. Me lo pasé muy bien. Quería preguntarte algo, pero no encontré el hueco oportuno. ¿Nos vemos el 24?” “Sí. No me falles.” Ah. Maldita sea. No reconoceré que grité como una niña de doce años. Nunca.