Damian. Estos tiras y aflojas emocionales no te están sentando bien. Llegué a casa, tiré la mochila, y salí hacia una peluquería cercana, por el camino saludé a varias personas, dinosaurios más que nada. —Ey, Damian. —¿Qué tal, Richard? Era un microraptor negro, con más heridas en el cuerpo que yo y un parche en el ojo. Hicimos un saludo de pandilleros, "de gansters, Damian" corrigió él, el primer día. Y yo me hinqué de hombros. "Sí, como sea". Eh. Vale. Me olvidé de este tipo. Para entender qué está pasando aquí debemos ir a la semana siguiente tras la muerte de mi abuela. Skin Row no es un barrio tan malo, es hasta bonito si no pensamos en algunas fachadas medio derruidas y la alta criminalidad. Cuenta con un puente que pasa por encima del río que desemboca cerca de la playa, y fue allí donde le conocí. Eran las diez de la noche, tal vez quería un navajazos o que me robaran en ese momento, o tal vez el rumor del agua tenga algún tipo de sedante en mi. Pero estaba en paz en ese momento, fumando, mientras era iluminado malamente con cuatro farolas a punto de morir. Y en mi descanso, apareció. —Ey, niño, ¿sabes qué hora es? Creí verle las intenciones en menos de dos segundos, y yo saqué mi navaja con un suave pero ágil movimiento de dedos. —La hora de comer pollo, bastardo —seh. Le dije eso. Sonaba bien en mi cabeza con cuatro cervezas encima. Él comenzó a reírse. Se acercó sin miedo y yo guardé la navaja, fue como una conexión mística. En seguida éramos los mejores amigos. —Buenos tatuajes, hermano. ¿Quién te los hizo? —Un tatuador en España llamado Pablo. —El tipo es muy, muy bueno. El juego de sombras es espectacular. Tomó mi brazo, con permiso, y examinó la cicatriz. —¡Ajá! Mi instinto no me fallaba. Muy gruesas para cualquier dinosaurio común, triple hendidura… no es un Raptor —apretó la cicatriz con los pulgares— ¿Hasta el hueso? —asentí—. ¿Terizino? —Diana. Parecía que me tocaba. La herida que más me llamó la atención fue la del cuello. Lo pensé por un segundo antes de tomar mi turno. —Múltiples dientes juntos, pero no filas. Puntiagudos. Un carnívoro. Forma de V… Carnotauro. —Buen ojo. Fue así como conocí a este microraptor de 40 años, recuerdo así de pasada que me invitó a unas birras, y yo acepté. El tipo escupió la cerveza en cuanto le dije que tenía 17 años. Me miró con pena, y aun más pena cuando le comenté de mi familia. Gracias a él fui haciendo contactos por Skin Row. Sin quererlo, creo que se convirtió en mi confidente también y en mi pase gratis de salir por la noche ya que una vez conocido a Richard, la gente que de la que sentía ganas de hacerme donante involuntario de órganos me empezó a saludar amigablemente. Tal vez le deba más de lo que creo. Me estoy desviando. Jueves 16 por la tarde. Estaba en la absoluta basura y no deseaba estar en casa, necesitaba un cambio de aires, algo que pudiera mantener mi mente ocupada. Richard solía frecuentar un parque con unos amigos suyos que se llamaban cariñosamente “el club de los fracasados”, gente simpática, a la que la vida le quitó demasiado: Julian era un humano calvo caucásico veterano de guerra, le faltaba un brazo y su pensión era basura; Oscar era una tortuga anciana que aún mantenía su mente ágil, pero que debido a su alta edad y el peso del caparazón debía ir en silla de ruedas o caminar a paso de caracol; y por último estaba Eustace, un allosaurio amigo de la infancia de Richard y exmafioso, expandillero, exconfidente, y varios otros ex más turbios que no mencionaré, pero en ese momento estudiaba la carrera de derecho penal y eso es lo que era importante para ellos. Y luego estaba yo, al que nombrarán el "ExMiembro de honor" por dos razones, la primera es que no querían ponerme la etiqueta de fracasado con 17 años, y la segunda era un poderoso deseo de que saliera de Skin Row y fuera a la universidad o a hacer con mi vida algo de provecho. Fueron ellos los que me recomendaron y dieron la dirección de una peluquería tras contarles mis planes del día siguiente, así que volvemos al punto de partida: Richard caminaba conmigo mientras me sacaba conversación sobre mi vida académica, y sobre mi vida amorosa. Le había contado muchas cosas de mí, mis problemas con mis padres, mis antidepresivas y como a veces esas espirales y ese intenso rojo bañaba mis ojos como sangre. Y, sobre todo, el día anterior en la azotea. Él es buen oyente, sobre todo los momentos en que yo soltaba mi lengua necesitando más un oído que un consejo y se quedaba callado o, como mucho, preguntaba cosas para mantenerse en el hilo o para hacerme ver que seguía atento. Su máxima era hacer que yo me diera cuenta de las cosas. También aprendí a escuchar cuando él contaba sobre su vida, su divorcio y como tenía que ver a su hija oculto a la distancia por la órden de alejamiento, el era un buen orador. Y no, no tenía nada que ver con Sage. Claudia era una humana nacida en Cuba, de piel oscura y el acento más sabrosón que alguien podría imaginar. Era buena amiga de Richard, y me hacía precio. Tenía buenas manos y dinero para moverse, pero se había encariñado con la gente del lugar. Creo que todo Skin Row conocía sobre la banda para ese entonces. —¿Qué te trae a mi, pichón? —me preguntó ella. —Quiero un corte de pelo —respondí. —Eso es obvio, corazón. La verdad es que para ese momento mi cabello llegaba por la nariz, y mi poco o nulo amor propio apenas si hacía que lo peinara de vez en cuando. Era un desastre rubio. Cuando me senté en la silla, me apreté el tatuaje del brazo. —Esos dos hermanos quieren que vaya a conocer a sus padres, para que la navidad no sea tan violenta. Yo… —¿Quieres impresionarlos? Yo miré a Richard, y él me dirigió un vistazo calmado mientras ojeaba una revista de moda. —Yo… No lo sé. Creo que no quiero que se lleven una mala imagen de mi. Claudia se llevó una mano al mentón, pensativa. Me pidió un segundo para pensarlo, y mientras tanto me quiso tirar de la lengua. Estaba nervioso. Recuerdo todo tan vivido que todavía puedo oler el champú usado en la peluquería, el sonido de tijeras de algunas compañeras y el pasar de hojas de Richard. Y eso… hacía que me pusiera más y más nervioso. Hasta que lo conté. —Creo que … Casi le doy un beso a Fang. Toda la peluquería se detuvo. Todos se giraron. Y… querían saber más, me tiraron todo tipo de preguntas, emocionados, incluso una señora mayor que no conocía de nada me preguntó por los chicos. Definitivamente, todos conocían a Fang a esas alturas. Rápidamente les conté qué pasó, cómo me sentía… y cómo creía que mi mente me estaba jugando una mala pasada. Esas emociones que me habían estado torturando, y como creía que esa bombilla rota era una mala señal. Una pésima señal. —¿Te gusta éste corte? —preguntó Claudia. Me presentó una revista de un modelo coreano, y rápidamente levanté mi ceja. Vió mi incomodidad —Moda es moda, chiquillo —dijo. —¿Para hombres no tienes? Richard no pudo evitar romperse con una risa, que fue rápidamente apagada por la furiosa mirada de Claudia. —¿Y qué tal este? Podríamos aprovechar tus ondulaciones naturales. Y ya que estamos, te afeito. —¿Qué tiene de malo mi barba? —Pareces un vagabundo. Sí… tal vez ya estaba bastante poblada. No me había afeitado en dos semanas. —Está bien. ¿Y sobre el tema de…? Ella empezó a recortar, susurrando lo hermoso que le parecía mi cabello. —No podrás saberlo, niño. No por ti mismo —explicó. —Debes preguntarle —tradujo Richard. Número 2 en los laterales, encima tres dedos de Claudia. Y poco a poco mi cabello fue cayendo al suelo, haciéndome sentir… mucho menos ansioso. Esa mujer tenía unas manos expertas y cada cosa que hacía estaba milimetrado. Sus dedos eran mágicos, y el masaje en el cuero cabelludo fue capaz de aliviar mucho de mi caótica cabeza. Esa sensación de ver a un nuevo yo resurgiendo de algo tan simple como un corte de pelo fue una experiencia única, extraña. Rara. Pero muy probablemente se debiera a como la peluquera me había estado tratando hasta ese momento. —¿Debo buscar el momento adecuado, o…? —¿Es que ella te importa tanto? —preguntó Claudia, comenzando a batir espuma en un pequeño cuenco con algo que me recordaba a un plumero. A través del reflejo pude ver como Richard dejaba la revista para verme. —Nunca había tenido esta sensación. Pero, creo que me siento culpable. —¿Por tu abuela? —ella seguía preguntando. Comenzó a pasar la espuma por mi cara. —Sí. Ella muere, y lo primero que hago es emborracharme por Skin Row, pegarle a unos tipos a traición y colgarme de una ptero punky no-binario. Creo que… ella estaría decepcionada. —No, no lo creo —dijo Richard, de repente. Se acercó a mí y puso una mano en mi hombro, y… por alguna razón ver a estos dos desconocidos detrás de mi frente al espejo, me hizo lagrimear un poco. Tal vez el mentolado de la espuma llegó a mis ojos—. Por lo que me dijiste, ella estaba encantada con Fang. Y si ya la cagaste, ¿qué queda ahora? —Seguir —respondí. —¡Y si con Fang no funciona, te puedo presentar a mi hija! —¡Sofía tiene 15 años! —reproché. Él se rió, y Claudia siguió el afeitado. Pagué, y me regaló un pequeño botecito de cera, enseñándome cómo replicar la raya lateral con los dedos usando la cantidad de una uña. Me miré al espejo, tiré del cuello de mi chaqueta y sonreí. Con un buen corte y la motivación adecuada, incluso yo me resultaba atractivo. —Solo me falta un traje. —¿Quieres un traje? —Claudia levantó la ceja. —Me encantaría. Para Navidad. Si esto sale bien. —Te presentaré a alguien, con esos hombros puede hacerte algo interesante. —¿Hombros? Bueno, la tripa se había ido a base de moler dinosaurios y ser molido, pero ¿tener hombros? Eso estaba lejos de mi propia autopercepción. —Ay, chico… Cuánta autoestima te falta. Tras un par de bromas, pagué y nos fuimos de la peluquería cerca de la hora de cierre. No hubiera sabido que sonreía si Richard no me lo hubiera dicho. —Te ves feliz. —Aún me duele su pérdida, Ric. —Lo hará toda la vida —puntualizó, encendiendo un cigarro en sus labios. Lejos de hacerme sentir triste, eso solo me hizo sonreír un poco más. —Probablemente mañana siga llorando por ello pero… Creo que por ahora puedo darme el lujo de respirar. Gracias por lo de hoy. —Solo te he acompañado. Me dio un golpecito en el hombro y nos despedimos cerca del parque donde los otros tres no se habían movido del sitio, les saludé con la mano y aceptaron mi corte de pelo con sus pulgares en alto. Hice un alto en el escaparate de una tienda de ropa, y entré cuando vi que aún estaban abiertas: una chaqueta de aviador azul oscuro me había llamado, y si bien era cara… ¿Por qué no? Tenía algo ahorrado de todas maneras. Uno de los muebles que venían con la casa era una pequeña lavadora, metería la chaqueta nueva en cuanto llegué a casa y la tendería en el respaldo de una de las sillas de cocina en cuanto saliese. Se secaría por la noche. Viernes 17 de diciembre del 2019. Educación física. Cansado y sudoroso, pero con una buena cantidad de serotonina. Algo estaba pasando hoy, ¿Tal vez había dormido bien? Tal vez era otra pieza que me faltaba del puzzle imaginario de mi cabeza, o aun me duraba la calma de ayer. Trish y Reed se acercaron a mí tras la destructora sesión del gordo triceratops. —Bonito corte, bro. —¿A dónde piensas ir? —me preguntó Trish, con una sonrisa que solo podía describir como “malvada”. —Fang y Naser acordaron llevarme hoy a conocer a sus padres. —¿A si? —parecía un poco confusa. —Sí, será después del ensayo. Trish comenzó a mirarme con algo de molestia en su rostro, como si algo no estuviera bien en ese momento. —¿Es cierto que tuviste cuatro parejas? —Le tengo que decir a Stella que no ande diciendo mis cosas por ahí. —Pero, ¿es verdad? —Sí, sí lo es. Voy a darme una ducha rápida. Fang y yo nos vimos en la puerta de la cafetería. Ella parecía sonreír. —Veo que tiraste ese hud viejo que llamabas “ chaqueta ” y te has afeitado. —Aún lo tengo. —Te sienta muy bien, bobo. Tal vez, incluso parece que hayas crecido un poco. —Nah, no lo creo. Fang y yo teníamos alturas similares, prácticamente nuestros ojos estaban en el mismo rango de visión, así que no sabía a qué se refería. No en ese momento. El boletín de notas apareció en el campus virtual a escasos minutos de tomar nuestro almuerzo y dirigirnos al auditorio y decidieron echar un vistazo en el trayecto. Fang gruñía para sí con sus notas: todo lo que tenía que ver con arte un 10, las ciencias no pasaban de un 6 y el español un 5. No tuvo ningún suspenso. Reed tenía notas altas en todo y la media de Trish se sentó en un decente 7. Todos iban felices con sus notas hasta que me tocó enseñar las mías una vez entramos en ese lugar sagrado, y Trish me agarró del cuello de la chaqueta, zarandeando lo que podía de mi. —¿¡CÓMO PUEDES SACAR UN 10 EN GEOGRAFÍA!? —exclamó. —¡NO ES MI CULPA QUE TÚ NO SEPAS DONDE ESTÁ MÉXICO! ¡PISTA: NO ESTÁ EN EUROPA, ANIMAL! —¿No? —preguntó Reed, de repente, con cierta pena. —¡NO, VIEJO! —grité yo. Fang sonríe, Trish me suelta, y le insisto que México no es Portugal. Al menos situaba bien España, eso era algo que yo le agradecía desde el fondo de mi alma. Miré a Fang, esa sonrisa siempre calentaba mi pecho. Pero aún no era el momento. Solo debía seguir, no podía hacerme ilusiones hasta que no supiera si eso fue una jugada de mi cabeza o algo que pasara de verdad. Al fin tenía las ideas en orden, y no saben cómo lo echaba de menos. Discutimos los días para tocar de la banda en las vacaciones de Navidad. La verdad, sonreí. Subí al escenario y me senté en el borde viéndoles hablar animadamente en las gradas. Cómo cambian las cosas. —¿Y qué piensas, bro? —preguntó Reed. —La verdad, perdí el hilo. Trish se exasperó un poco, y aún más cuando di una pequeña risa al ver su reacción. Rápidamente pasó a explicarme su plan de acción y cómo deberíamos seguir ensayando por nuestra cuenta, en casa… y la interrumpí. —¿Qué tal si nos vemos el 28? Y tenemos algo así como una fiesta en la playa. —¿Por qué? —No sé, me parecía buena idea. Reed y yo nos podemos encargar de las bebidas. —¡Bueeena! —respondió él. —Le podemos decir a Rosa que traiga comida —añadió Fang. —¿Tienes libre ese día, T? —preguntó Reed. —Creo… que sí. —¡Fantástico! Fang soltó una risa. —¡Uy! ¡Fantashtico! —repitió con el acento británico más marcado que podía—. Alguien eshtá eshtudiando inglesh otra vesh. —¿Qué te pasa? —pregunté con una sonrisa dándole un suave golpecito en el hombro… y le seguí el juego—. Tú eresh le de los gushtosh británicosh, ¿quieresh tomar el tea a las five o'clock? —juro que puse mi lengua entera en pronunciar las sílabas finales con el chasquido más pronunciado y exagerado que podía. Fang, se estaba riendo muchísimo. Más que otras veces. Parece que tiene ese humor extraño de meterse con otro país. ¡Ufff! No puedo esperar para meterme también con Francia. Reed y Trish parecieron no entender mucho el chiste o no lo encontraron gracioso, así que nos detuvimos con un poco de carraspera. Trish me miraba con los ojos entrecerrados, volvía a tener esa cara de verme como una mala influencia. Tal vez lo era, pero creo que hoy me lo puedo permitir. Así que en cuanto terminamos las clases fuimos al auditorio nuevamente para preparar lo que sería el último ensayo antes de las navidades. Estábamos un poco nerviosos, recuerdo a Reed cacharreando con los cables para encender los instrumentos al amplificador. —Todo listo —levantó el pulgar y fue a su batería—. ¿Qué tocamos? ¿Ideas? —A mi no me miren —salté rápidamente—, yo no me he aprendido ninguna de esas blasfemias. —Si vas a ser la cuarta pata deberás hacerlo —respondió Fang. —Espera, ¿qué? ¿Qué tiene que ver las patas conmigo? Trish giró los ojos y suspiró con pesadez. —Estos dos quieren hacerte miembro de la banda. Yo aún tengo mis reservas. —Vaaaaamos, Trish. —Escucha, skinnie —se acercó a mí, tenía una mirada entre molestia y superioridad muy extraña—. Hasta ahora te he estado soportando, hemos tenido una tregua y estuve con los demás buscando maneras de animarte —asentí—. Incluso acepté dejar los dos bajos por algo más… común, y reconozco que eres decente con la música. Pero va a ser en el concierto en el que sepamos si todo esto ha valido la pena o ha sido una gigantesca tirada de NUESTRO —señaló a Fang, Reed y luego así misma—, tiempo. —Así que, ¿si nos va mal? —Te empalaré con mis cuernos. —¿Y si va bien? —Te dejaré de llamar skinnie. —Tentador —extendí mi mano, Trish tardó unos segundos en procesar y me la estrechó con toda la fuerza que pudo, obligándome a hacer lo mismo. Esa enana tenía mucha fuerza en los dedos, lo reconozco—. Acepto —dije entre dientes, manteniendo la fuerza. Al final mi agarre resultó ser más fuerte y ella tuvo que soltar de un tirón. —Vale, mierda, es suficiente. Eres un puto mono salvaje —lo tomé como un cumplido. El ensayo fue a pedir de boca, y todos nos despedimos del viejo auditorio por el resto del año llevándonos nuestro equipo de música. Pero ese día, yo no iba a caminar a casa, sino a la de Fang con el atardecer en nuestra espalda. Charlabamos, pero ni siquiera recuerdo de lo que hablábamos, todo está cubierto con un velo de fantasía de la que no quería despertar. —He estado pensando… en todo este tiempo, ¿sabes? —recuerdo que dijo cuando cambiamos a un barrio de clase acomodada—. Llegaste a mi vida a gritos. Tú, un skinnie don nadie que apenas sí parecía poder encajar. Pero te hiciste un hueco entre mis amigos, tocas en mi banda y me has ayudado con algo que nunca pensé que podría ocurrir: tocar la guitarra. —Si no hubieras vuelto a la zona de castigo, probablemente tú y yo no nos hubiéramos conocido del todo. ¿Por qué volviste? —Tal vez… volviera a fumar en el baño, y tal vez, y solo tal vez, aceptara una oferta para ayudar con el embellecimiento de la escuela. Ah, mi padre no sabe que fumo así que no lo digas, ni fumes tú tampoco. Era en esos momentos en los que era capaz de olvidar mis problemas. Sé que me repito, pero esos ratos con Fang para mi eran un oásis en el desierto de mi mente. Llegamos al porche, ahí estaba el “nascar”, como dijo ella, con un nuevo golpe. Pasé mis dedos por la carrocería con media sonrisa admirando el amplio porche blanco. Fang estaba metiendo las llaves en el portón cuando fue abierta de golpe por lo que parecía ser un Naser adulto, con la aleta comida por un tiburón, y anabolizantes hasta el culo. Esa cantidad de masa muscular daba cierto respeto. —Papá, traigo visita. Yo rápidamente me presenté y le extendí la mano. —Señor Aaron, es un placer. Soy Damian. —Así que tú eres ese humano que voy a tener en Navidad, en mi casa, comiendo de mi comida, en mi mesa. —Así es —respondió rápidamente Fang—. ¿Te importa que se quede a cenar? Fruncí el ceño, confundido. Pensé que era solo una presentación e irse. Y el padre parecía extrañado de la misma manera. Balbuceó algo, pero rápidamente fue cortado por una pequeña pterodáctilo gris que debía ser del tamaño de Trish. —¡Ah! ¡Tú debes ser el amigo de Lucy! ¡Vamos, pasa! No, no pasé. Ella me cogió de la mano y me metió dentro de la casa ante la mirada furiosa del padre. Así que… mucho músculo pero dominado por alguien más pequeño que tú, ¿eh, gigantón? Ojalá tener una app con el sonido de un látigo. Naser estaba ahí, tan confuso como podría estarlo yo o el padre. —¿Damian, qué haces aquí? —escuché el rugido de Fang en mi oreja. Probablemente intentaba no hacer ruido. El gruñido hizo que Naser tragara saliva y se ajustara el cuello de su camisa de flores. —¡Ah! ¿Era hoy? He debido de olvidarme —respondió, aunque era obvio que no tenía ni idea de lo que pasaba. Nos dimos la mano caballerosamente, aunque él seguía sin entender qué pasaba. Encontré la casa acogedora, pequeña respecto a la casa de mis padres, pero infinitamente más cálida. Lo primero que me llamó la atención fueron los trofeos de caza, a los que me acerqué con curiosidad. —¿Son suyos, señor? —Sí, lo son. —¿Qué calibre usó? —¿Calibre? —gruñó con una sonrisa de confianza, dándome a entender que lo hizo con sus propias manos. Por supuesto, me parecía un poco fanfarrón. Lo siguiente que tomó mi vista fueron los mullidos sofás, y el piano al fondo del salón al que me dirigí casi de inmediato. Fang me siguió. Acaricié la tapa con la punta de mis dedos y Fang me dio un pequeño gruñido de advertencia. —¿Lo tocas? —le pregunté. —Mi abuela fue quien me introdujo a la música. Ella me enseñó a tocar el piano, sobretodo para la iglesia. En las paredes de color blanco roto colgaba una cruz sin decoraciones, lo que me hizo rápidamente saber que eran cristianos y que, por supuesto, preguntar a Fang si era creyente ahí iba a detonar una curiosa bomba. —¿Crees que le importe si toco algo? —¿Sabes tocar el piano? Sonreí con un poco de superioridad. —Sé tocar lo que sea con el tiempo suficiente —bromeé, fue lo que hizo que ella diera una risita el primer día—. Todos tenemos una abuela que va a la iglesia los domingos. —Pregúntale, pero no creo que sea buena idea… —¡Señor! —el padre, sentado en su sillón como si fuera una atalaya, no me había quitado la vista de encima y no dudó en mostrar toda su atención hacia mí casi como un instinto asesino—. ¿Le importa que toque algo? —¿Sabes tocar el piano? —la madre salió de la cocina con una rapidez impresionante. —Algo —respondí. —Entonces, ¿por qué no tocas un poco ese viejo piano? Lucy no lo hace desde que inició su banda. —Querida… —la esposa le ignoró —Vamos, siéntate. La matriarca me miraba con deseos de verme tocar, el padre resopló resignado y no tuve otra que sentarme. Sabía exactamente que tocar, bueno, no. Pero mi cuerpo sí. “All of me”. Era lo que estaba sintiendo en ese momento. Las primeras teclas salieron improvisadas con una risilla de autosuficiencia del padre, que probablemente estaba esperando el momento perfecto para sacarme del piano. Fang se sentó a mi lado… parecía querer decirme que no lo hiciera pero… Empezó la canción. — What would I do without your smart mouth? Drawing me in, and you kicking me out —salió de mis labios en un susurro—. You've got my head spinning, no kidding, I can't pin you down. What's going on in that beautiful mind? Mi voz subió, pero no lo suficiente como para considerarlo cantar a viva voz. Estaba siendo sutil, prácticamente solo quería que Fang me escuchara. My head's under water But I'm breathing fine Fue entonces cuando la miré fijamente, ignorando las miradas de los otros tres pteros y centrándome en esos ojos ámbar. 'Cause all of me Loves all of you Love your curves and all your edges All your perfect imperfections Mierda. Me he enamorado. Es como Stella dijo, pienso en ella todo el tiempo, le dedico cancione, me preocupa, y ahora… solo le faltaba cambiar un hábito de mi. Give your all to me I'll give my all to you You're my end and my beginning Even when I lose, I'm winning 'Cause I give you all of me And you give me all of you No sabía cuando volvería a ser el de siempre. Pero… Suspiré, y cerré la tapa del piano cuando terminé la canción. Unos pequeños aplausos del hermano menor y la madre apenas si eran escuchados por todo el caos de mi cabeza. No se cambia nada de un día para otro. Ayer golpeé a cuatro chicos que van a tener que pasar su navidad con vendajes y escayolas, y si bien se lo merecían ¿era yo quien debía impartir ese tipo de “justicia”? Mi abuela… diría que no. Pero esa vieja también diría que mirar atrás no servía de nada. Tal vez esté encontrando mi equilibrio… Tal vez, podría, Fang, ¿podría? Olvidé la manga. Debajo de mi chaqueta tenía una camiseta de manga corta, así que cuando Fang se apartó del asiento el padre vio rápidamente mi tatuaje. —¿Qué es eso del brazo, chico? ¿No serás un delincuente? —¡PAPÁ! —gritó Fang, histérica. Nunca la había visto tan enfadada con algo así. —No, señor —con calma me levanté del piano, si quería ser un poco mejor, debía empezar por no causar malos entendidos. La verdad, tragué saliva. Las espirales me decían que escapara, el rojo que apuñalara su ojo. De todas formas, me acerqué a él con las piernas de gelatina y me arremangué todo el brazo para dejarle ver la cicatriz. Era la primera vez que mostraba el hombro en público, y ahí tenía otra cicatriz: el mordisco de un raptor cuyos dientes alrededor de mi hombro, sin tinta encima, se habían convertido en el florecimiento de las raíces. —Crecí en un mal lugar, no lo niego. Hice lo que pude para sobrevivir. Pero no soy un delincuente. Nuestras miradas fueron fijas en ese momento. Él apretó los dientes, y yo también. Siendo sincero, me sentí sumamente ofendido cuando me llamó delincuente. Era muy distinto a cuando yo me lo decía a mí mismo o Fang bromeaba con serlo: él me estaba juzgando. Y si bien le respetaba como anfitrión, soy demasiado orgulloso como para tragar ciertas cosas. La tensión se podía sentir en el ambiente. Ni Fang ni Naser se atrevieron a hacer un solo movimiento. Al final, pareció que dio una sonrisa en su largo pico y pasó a cortar la tensión. —¿Juegas golf, o bolos? La verdad, pestañeé varias veces preguntándome si había oído bien. Un poco en shock, me senté en el sillón delante de él y bajé la manga con cuidado. Vi a la madre volviendo a la cocina por el rabillo del ojo. —Siempre quise jugar al golf —reconocí—. Es decir, se ve super aburrido por fuera —¿Naser se puso blanco? Creo que escuché a Fang haciendo una inhalación impar—, pero debe ser una buena sensación la de lanzar una de esas pelotitas al carajo. Lo mismo con los bolos: no tengo ni idea de jugar. —¿Quieres aprender? —dio una sonrisa que solo podía considerar como amenazante. Pero ya había puesto mis huevos en la mesa, y no podía retirarlos por muy encogidos que los tuviera por la fugaz idea de verme sepultado en algún hoyo 9. Incliné mi torso hacia él, buscando demostrar que no le tenía miedo: sí le tenía. —Le advierto que aprendo rápido, señor. Él se inclinó hacia mí, de la misma manera. —Eso es bueno. No sabía muy bien cómo sentirme. Volvimos a meternos en ese duelo de miradas sin pretenderlo, parecía que al señor Aaron le gustaba amenazar y meter miedo, y cuanto más difícil se le ponía más disfrutaba el momento. Vamos, Damian… estos tipos huelen el miedo, tú no tienes miedo a un pájaro mutante. Bueno, sí, un poco. Pero que no lo huela. Sabía que esa batalla era una causa perdida, así que me levanté susurrando “esto va demasiado lento” y caminé hacia la cocina. —Señora, ¿necesita ayuda? De nuevo, las miradas de los hermanos se fijaron en mí con desconcierto ¡PERDÓN POR TENER LA COSTUMBRE DE AYUDAR EN CASA, HIJOS BASTARDOS! —Oh, eres un encanto, pero puedo sola. No te preocupes. —No me preocupa, solo dígame lo que necesita. Fue como si para ella se le abriera un cielo nuevo. Ella me explicó rápidamente de lo que iba la cena: carne estofada, en muchas líneas generales. Me tendió un delantal, me enseñó donde estaban los cuchillos y agarré el machete, tras lavarme las manos en el fregadero, de todos ellos cortando la carne en dados prácticamente de cuatro golpes. —¿Cocinas en casa? —me preguntó. —Cocinaba para mi abuela, aprovechaba los veranos para ir a cursos de cocina —respondí, cortando las papas a la mejor velocidad que podía. Obviamente no iba a ser más rápido que una ama de casa con veinte años o más de experiencia, pero adelanté mucho trabajo para ella y todo estaba al fuego en menos de tres minutos. Me señaló el baño para lavarme las manos tras la faena: piso de arriba, segunda puerta a la izquierda. Fang no tardó en llegar. —¿Intentas hacer que mi padre te mate? —preguntó con seriedad. —¿Hice algo malo? —devolví, inocente. —¿Mirarle fijo más de tres segundos? —No iba a apartar la vista, Fang. —¿Y qué fue eso de hace un rato? —su boca tomó forma de una sonrisilla traviesa—. ¿Intentas quedar como el hombre perfecto? —Solo estaba siendo amable, no lo habría hecho sino me hubieras invitado a cenar a traición. Me di cuenta de la cara de Naser. —¿Y por qué no te negaste? —¡Tu madre me abdujo! —susurré, aunque mi idea era gritar. —¿Quieres que te invente una excusa para irte? —... La verdad, no. Tal vez tu padre no sea el hombre más cariñoso del mundo pero… me siento a gusto. —¿Te sientes a gusto cuando tu vida ha sido amenazada? —preguntó levantando la ceja. —Al menos fue sutil. De donde vengo me lo habrían dicho a la cara. —¿De dónde coño saliste, del infierno? —ese comentario me hizo reír. —Casi. Naser subió las escaleras. —¿Te enviaron a vigilarnos? —pregunté. —¿Cómo supiste? —suspiró rascándose la nuca. —Todos los padres son así de protectores con sus hijas. Yo haría lo mismo si mi hija se presentase con un dinosaurio cogida del brazo: convertirlo en una chaqueta de cuero es lo primero que se me pasaría por la cabeza, y probablemente tu padre esté pensando dónde colocar mi cabeza. La experiencia de tener cuatro ex-suegros. Aunque debo decir que al último le caía bien. El comentario de convertir a un dinosaurio en una chaqueta de cuero no les hizo especial gracia, pero sonrieron un poco con la idea de verme como ese oso disecado de ahí. —Deberían bajar… —Ya vamos. La cena se sirvió en quince minutos. Estaba deliciosa, esa mujer tenía buena mano. Ayudé a quitar la mesa, de nuevo insistiendo un poco, y en quince minutos debía irme. Fang me acompañó hasta la puerta seguido por Naser con las llaves del coche. —Al final, me lo he pasado bien —reconocí ante ella—. Me alegra no haberme ido. —Hoy estás raro, bobo. Mucho más amable y relajado. ¿No estarás tomando algo? —¿Te lo parece? —pregunté con tono jocoso—. Nah, estoy sobrio. —¿Estarás bien? —Claro —genuinamente, esta vez me sentía capaz de decir eso sin titubear ni dudar. Subí al nascar, en el copiloto y Naser comenzó a conducir a toda velocidad por la carretera. Me apreté todo lo que pude al cinturón de seguridad, ese tipo al volante me daba mucho más miedo que su padre. —Siento lo de antes, no sé qué le está pasando a Fang. Está extraña desde hace un tiempo —comenzó a decirme, a veces mirándome fijamente mientras adelantaba un coche por la izquierda—. ¿Estás bien con todo esto? —¿Por qué no iba a estarlo? Fang es mi ami… —También te cuesta, ¿verdad? —A veces, ¿puedo ser sincero contigo? —Claro. —Yo os odiaba. A todos. A todos y cada uno de los dinosaurios del planeta, les odiaba. Os veía como monstruos, cargados de dientes y garras capaces de matar si hacía falta. —Eso es racismo, compañero —me miró con el ceño fruncido. —No he acabado —sonreí—. Luego te conocí, y conocí a Naomi. Y luego a Stella y Rosa. Y a Fang. Y ese odio, se fue diluyendo, a desprecio, a irritación. Ahora, creo que tengo aprecio por todos vosotros. —¿Por eso golpeaste tan salvajemente a esos cuatro? —¿Cómo lo sabes? —Es un secreto a voces. —Tal vez. Tal vez el cariño que le tenía a Sage y recordarme en su situación me hizo despertar… eso —suspiré. Yo dije estas palabras tantas veces, que probablemente habían perdido el significado inicial en ese momento, pero… Esta vez no vinieron del miedo de mis manos manchadas, sino de una sensación caliente en el pecho—. No quiero volver a golpear a nadie. Ni Naser ni yo dijimos una sola palabra más, y me llevó a mi edificio. —Buenas noches, Damian —su pico tenía una ligera sonrisa. —Buenas noches, Naser. No sé ni cómo, ni cuándo, ni porqué llegué a esa conclusión. Tal vez el club de los fracasados me hizo darme cuenta de que estaría ahí si no cambiaba, tal vez lo que sentía por Fang no era un encoñe tan ligero como podía pensar, o tal vez era otra deliciosa ilusión. Quizás solo necesitaba soltar mi mierda, o tal vez… la imagen de Richard y Claudia en ese espejo tocó alguna fibra sensible. O tal vez la hostia contra el suelo que me di me hizo rebotar. No lo sé. Pero darme cuenta de que, tal vez, no estaba tan solo, me ayudaba. Aunque fuera una ilusión, aunque realmente esto fuera una parodia. Aunque sea un clavo ardiendo … ¿Me permiten aferrarme a esto?